Dios estaba aquí y yo no lo sabía

Jesucristo Rey del Universo


Al leer esta parábola del juicio final con la que cerramos este Año Litúrgico, me han venido a la mente dos frases del Antiguo Testamento. La frase de Jacob que se pasa la noche luchando con el ser misterioso hasta que descubre que es Dios. “Dios estaba aquí y yo no lo sabía”. O la pregunta que se nos hace el Salmo 42,11: “¿Dónde está tu Dios?”


Porque, a decir verdad, la parábola del Evangelio nos plantea a todos la gran sorpresa: “Dios estaba tan cerca de nosotros que ni nos hemos enterado”. Y que, por tanto, nos desafía con la pregunta “¿Dónde está tu Dios?”

Nosotros empeñados en poner a Dios lejos, y Dios empeñado en hacerse cercano a nosotros. Por eso no lo vemos, porque miramos siempre o muy arriba o muy lejos, y no nos damos cuenta de que Dios está a nuestro lado, y se nos cruza en cualquier esquina.

Se nos cruza en el pobre que nos pide de comer.

Se nos cruza en el pobre que no tiene que vestir y va lleno de harapos.

Se nos cruza en el que tiene sed y carece de agua.

Se nos cruza en el enfermo que sufre y necesita una palabra de consuelo.

Se nos cruza en el anciano que vive solo y espera que alguien le acompañe.

Se nos cruza en el preso que se pudre en la cárcel y necesita recuperar su dignidad.

Se nos cruza en el triste que espera una sonrisa.

Se nos cruza en el que camina solo y a quien nadie saluda.



Decimos que Dios es invisible y sin embargo Dios trata de hacerse visible en cada momento y cada día. Lo que sucede es que se hace visible en aquello que nosotros no queremos ver o no nos interesa ver. Nos sucede lo que a Jacob: “Dios estaba aquí y yo no lo sabía”.


“Tuve hambre, y me disteis de comer”.

“Tuve sed, y me disteis de beber”.

“Fui forastero, y me hospedasteis”.

“Estuve desnudo, y me vestisteis”

“Estuve enfermo, y me visitasteis”.

“Estuve en la cárcel, y vinisteis a verme”.


El caso es que ni buenos ni malos logramos verlo a nuestro lado. Por eso todos nos vamos a llevar una sorpresa. La sorpresa de los buenos: “lo que hicisteis a uno de estos a mí me lo hicisteis”. La sorpresa de los malos: “lo que no hicisteis con estos hermanos míos, tampoco lo habéis hecho conmigo”.

En realidad Dios nos va a juzgar del amor. Pero no tanto del amor que le hemos tenido a El, sino del amor que hemos tenido a nuestros hermanos. “Lo que hicisteis o dejasteis de hacer a uno de estos”. No nos va a juzgar de lo bien que hemos hablado del amor y de lo bien que hemos escrito del amor. Dios no quiere amores escritos o hablados. Dios quiere amores reales y concretos.

“¿Qué hemos hecho cuando nos hemos encontrado con alguien que nos necesitaba?

¿Cómo hemos reaccionado ante los problemas y sufrimientos de las personas concretas que hemos ido encontrando en nuestro camino”.

“¿Estamos haciendo algo por alguien? ¿A qué personas puedo yo prestar ayuda? ¿Qué hago yo para que reine un poco más de justicia, de solidaridad y de amistad entre nosotros? ¿Qué más podría hacer?” (Pagola)


Sentimos su presencia en el Sagrario. Y está muy bien.

¿Pero sentimos luego su presencia en el hermano que sufre?

Nos gastamos las rodillas orando. Y está muy bien.

Pero ¿somos capaces de gastar nuestros zapatos acudiendo en ayuda del hermano?

Comulgamos con gran fervor en la Misa. Y está muy bien.

Pero ¿compartimos nuestro pan, nuestra agua, nuestra casa, nuestros vestidos y nuestro tiempo con nuestros hermanos?


Si creemos al Evangelio la presencia de Dios debiera ser lo más normal.

La experiencia de cada día.

Tenerlo tan cerca y no verlo.

Tenerlo tan a nuestro lado y no verlo.

Cruzarnos cada día con él y no verlo.

Nuestra gran sorpresa no estará en contemplarlo en el cielo. Nuestra gran sorpresa está en que estando a nuestro lado no lo hemos reconocido antes. “¿Cuándo te vimos con hambre, con sed, desnudo, enfermo o en la cárcel?” ¡Tener que esperar a morir para ver a Dios, cuando lo podíamos ver cada día! ¿No te parece extraño?


Oración

Señor: También nosotros tenemos que decir que “Dios estaba aquí y yo no lo había visto”. Tú empeñado en revelarte en el hombre.

Y nosotros empeñados en verte en tu divinidad.

Tú empeñado en que te pudiéramos ver de cerca.

Y nosotros empeñados en verte lejos de nosotros.

Señor: danos ojos para verte donde tú te revelas y manifiestas.

Danos ojos para verte en los hermanos necesitados que cada día nos molestan pidiéndonos un pedazo de pan, un vestido que no usamos,

o un poco de nuestro tiempo para llenar su soledad.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: amor, Cristo, misericordia, reino de dios, rey
11:34

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