Homilía para el Primer Domingo de Adviento B
La presencia de Dios en el corazón de su creación es el fin último de toda la realización de Dios con la humanidad, sea en al Antiguo, como en el Nuevo Testamento. El Reino de Dios viene a nosotros continuamente. Este largo proceso encontró su culmen cuando Dios se hizo carne en la humanidad, con la encarnación de su Hijo. Y este proceso continúa, porque fue toda la humanidad y toda la historia que el Hijo asumió al encarnarse.
Toda la historia de la humanidad está esperando su liberación. La lectura de Isaías expresaba esta espera en una suerte de grito: ¡Vuelve por amor a tus siervos! En la medida que avancemos en el tiempo de adviento compartiremos la espera de Isaías, de Juan Bautista, de María y de José. Su espera es también la nuestra, porque tenemos necesidad también nosotros de liberación.
Nuestra espera, como la de toda la humanidad, es la de un salvador que nos libere del pecado, del sufrimiento, del odio, de la opresión, del hambre y de la muere. Debe ser también, de alguna manera, una liberación del tiempo.
La salvación –sea nuestra salvación como la acción salvífica de Cristo- tiene lugar en la historia y a través de la historia, pero no es un acto histórico. Es un acto que trasciende la historia. En el contexto de la historia, el hombre, desde una simple visión histórica no está salvado, él muere, simplemente. Es salvado cuando no está más sometido al tiempo, cuando no está más devorado por la historia, sino sacado afuera de ella.
Escuchemos una vez más el grito de Isaías (en la primera lectura): “Ojalá rasgases el cielo y bajases”. El tiempo, decíamos hace unos domingos atrás, no es una línea, en la concepción bíblica, al final de la cual está la eternidad. El tiempo es más bien como un círculo, y cada momento se sitúa equidistante del centro. La salvación consiste en romper la envoltura. El Adviento (venida) de Dios rasga el cielo, como dice Isaías, perfora la envoltura del tiempo para entrar, y nos ofrece un camino de salida, un lugar para encontrarnos con él.
La liberación no es solamente liberación de las estructuras sociales de opresión, es también liberación de los límites del tiempo, liberación del sueño de una liberación que no sea solamente temporal (la vida plena no es lo material que acaba: juventud, dinero, fama, placeres). Debemos ser liberados del tiempo que devora nuestra existencia y monopoliza todo nuestro ser.
Si pasamos ahora a la imagen utilizada por Jesús en el Evangelio que hemos proclamado, veremos que, si el Maestro debe volver, es por el hecho que partió. Nos ha dejado en el tiempo y la historia. Nos ha confiado el cuidado de su creación. ¿Qué hemos hecho?
Todo lo que podamos decir a propósito de la situación de la humanidad hoy, no sería más que una pálida imagen de la realidad, porque lo sería con el lenguaje de una minoría privilegiada, que se puede permitir ponerse esta pregunta y le interesa una respuesta. Pero al menos dos tercios de la humanidad son víctimas de una situación injusta y no tienen ni la oportunidad, ni la capacidad y ni siquiera el deseo de escuchar o de leer lo que se le puede decir, como estadística o explicación.
Hay cientos de miles de seres humanos que nunca nacerán completamente, que no llegarán nunca a la plenitud de la vida, a causa del hambre, del frio, del calor, de la enfermedad. Viven en situaciones que se deterioran incesantemente, a pesar de todas las bellas palabras y buenas intenciones.
Hay mucho que hacer. Pero cualquier cosa que hagamos no va a solucionar la situación de tantos marginados. La pregunta del millón es: ¿el mensaje de Cristo es para ellos?
La verdadera historia universal no es la de la minoría de privilegiados, que somos nosotros, que podemos reflexionar sobre el sentido del tiempo, sino aquella de la mayoría que vive en circunstancias que no minoría define como anormales, marginales. Los esclavos, los analfabetos, los pecadores, los no creyentes, los otros son siempre los marginales los más numerosos en la vida de la humanidad. Y para ellos viene Cristo, viene para liberarlos.
En las semanas que vendrán no olvidemos gritar con Isaías: “Vuelve, por amor de tus siervos. Rasga el cielo y desciende. Estabas enojado por nuestra obstinación en el pecado, pero nos has salvado. Tú eres nuestro Padre. Nosotros somos arcilla, y tu aquél que nos da forma: somos la obra de tus manos”.
María vivió el adviento, la venida del Señor como ninguna, su actitud de servicio hace la venida de Cristo cercana a los necesitados y en ella se abre la rendija entre el tiempo y la eternidad. Que este adviento 2014 de verdad toque nuestra vida, y nos dejemos dar forma por Dios.
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