“Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar, tú piensas como los hombres, no como Dios”. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: “El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí; la encontrará”. ( Mt 16,21-27)
Jesús tiene unos discípulos bastante duros de cabeza.
No son de los que se tragan las cosas sin digerirlas.
Jesús comienza a hablarles de él.
Hasta ahora hablaba fundamentalmente del Reino.
Pero ahora el tema de su conversación es él mismo.
No sé si entendieron lo del Reino.
Lo que no entienden o no quieren entender es la verdad de Jesús.
Las parábolas del Reino como que no les afectaban.
Pero la persona y la verdad del Jesús encarnado les toca hasta la fibra más íntima de su ser.
Y aquí ya no quieren saber nada.
Pedro tiene el coraje de corregirle para que cambie de idea.
Es que Pedro todavía sigue pensando como los hombres.
Todavía no ha entrado en la lógica de los planes de Dios.
Pedro se atreve a querer desviar a Jesús de la voluntad del Padre.
La gran tentación de cuantos le seguimos:
Queremos seguir a Jesús.
Pero sin dejar de pensar como los hombres.
Sin dejarnos transformar por la voluntad y proyectos y mentalidad de Dios.
Es el gran peligro que nos amenaza a todos:
Cristianos, sí.
Pero seguir siendo como todo el mundo.
Cristianos, sí.
Pero seguir a Jesús sin cruz.
Cristianos, sí.
Pero sin cambiar de mentalidad.
Y Jesús es claro y radical:
Seguirle es reconocerle a El en su verdad.
Seguirle es pensar como él piensa.
Seguirle es cambiar de criterios.
Seguirle es cambiar de mentalidad.
Seguirle es pensar como él piensa.
Seguirle es romper con lo criterios y la mentalidad de los hombres.
Nuestra experiencia nos lo dice:
Amar sí.
Pero, como entendemos nosotros el amor.
Matrimonio sí, pero tal y como lo entendemos nosotros.
Sacerdote sí, pero según nuestra propia teología.
Consagrados sí, pero según nuestro modo de pensar.
Y ni el amor es amor si no es como Dios ama, hasta la entrega de la propia vida.
Y ni el matrimonio es matrimonio, si no es como Dios lo quiere sacramentalmente, como la alianza de Dios con el hombre.
Ni el sacerdote es sacerdote, si no lo vive como Jesús vivió su propio sacerdocio, no como el que sacrifica sino como el sacrificado en la Cruz.
Sacerdote que ofrece, ofreciéndose desde la Cruz.
Viviendo y convirtiéndose él mismo en Misa.
No hay seguimiento de Jesús sin cruz.
No hay discípulos de Jesús sin cruz.
No hay cristianos sin cruz.
No hay cristianos sin fidelidad hasta la muerte y muerte de cruz.
Hay que tomar la cruz para seguirle.
No la que nosotros buscamos, sino la que los hombres cargan sobre nuestros hombros.
No la cruz como sufrimiento, que también lo es, sino la cruz como consecuencia fidelidad:
De amar a todos los hombres.
De edificar el nuevo mundo que es el Reino.
De vivir a la luz de la voluntad de Dios, negándonos a los hombres.
De preferir la salvación de los otros a nuestra propia vida.
De preferir dar nuestra vida para que otros vivan.
No seamos de los que queremos corregirle el libreto a Dios.
No seamos de los que queremos corregirle los planes a Dios.
No seamos de los que queremos corregirle los valores a Dios.
No seamos de los que queremos convertir a Dios a nostros.
Clemente Sobrado C. P.
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