Ribadesella quizá sea el último pueblo asturiano que visite antes de regresar a Madrid. Hoy Andrés y yo hemos decidido abandonar por unas horas la autovía del Cantábrico para dar un paseo por sus calles y comer junto al mar.
Dice la radio que se aproxima una fuerte borrasca, que las temperaturas caerán ocho o diez grados en Oviedo y que en Nueva York lo están pasando muy mal. También hablan del Canal de Panamá, del paro (“desempleo” lo llama el gobierno para que suene mejor) y del Sporting de Gijón, que es “líder” en su categoría;.Aquí, en una pequeña sidrería con terraza, frente al puerto deportivo los paisanos hablan de pesca y yo charlo con mi amigo de las aves acuáticas que hay frente a nosotros.
Lo más llamativo es la aglomeración de cormoranes, negros como el carbón, que extienden sus alas como vampiros para secárselas al sol. Los cormoranes son buceadores y tienen la línea de flotación muy alta. Cuando entran en el agua, apenas asoman el cuello sobre la superficie. Se ve que lo suyo es la pesca submarina.
―La naturaleza es sabia ―me dice Andrés―.
―¿Tú crees? ―le respondo para provocarle―. ¿Y dónde tiene el cerebro la naturaleza? Yo no creo que las lechugas, las focas o las estrellas sean demasiado inteligentes. Para mí que hay otra sabiduría detrás.
―No empieces…
Le hago ver lo mal que flotan los pobres cormoranes.
―Está todo muy bien pensado. Carecen de esa capa grasienta que tienen los patos para no empaparse; pero en cambio bucean y pescan de maravilla. Luego necesitan orearse al sol.
Hablamos también de las tres o cuatro especies de gaviotas que nos rodean, y de los charranes, que son veloces como las golondrinas.
Camino de Gijón me acompaña a rezar el rosario.
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