Hace poco menos de un año sostuve una catequesis de las estrellas a niños y niñas de educación infantil. Fruto de esa experiencia surgió este cuento para mayores que son capaces de hacerse niños y que publiqué en nosponemosencamino.
Cuando puso el pie en las aguas del río se estremecieron los infiernos.
Miró al cielo y su mirada se perdió en la profunda oscuridad de un firmamento sin estrellas. No había nubes. Sólo una luna llena iluminaba la escena.
Él sabía que antiguamente las estrellas habían brillado con un fulgor ahora desconocido. Pero sucedió algo terrible, al principio de los tiempos, en el amanecer mismo de la Humanidad. Todas las estrellas se precipitaron en el mar... Dejaron su puesto -el que Dios había dado a cada una de ellas al darles un nombre- y cayeron desde las alturas. A medida que se acercaban a la tierra, iban menguando de tamaño hasta convertirse en minúsculos granos de arena.
Paso a paso, fue sumergiéndose, adentrándose lentamente en las aguas hasta que éstas cubrieron todo su cuerpo. Temblaba ... de emoción.
Momentos después, su figura se dibujaba en la otra orilla del río. La cálida luz de la luna arrancaba destellos plateados de su cabellera.
En la bóveda del cielo, ahora, titilaban los astros. Cada uno en su sitio.
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