Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 32 a. Semana

“Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. (Lc 17,7-10)


Si miramos un poco nuestro corazón, nos daremos cuenta de que, de una manera muy sutil, todos llevamos un tufillo de vanidad y orgullo por lo bueno que hacemos.

Yo entiendo que cuando hacemos el bien sintamos gozo y alegría.

Como cuando hacemos el mal sintamos fastidio y tristeza.


Sin embargo una cosa es la alegría de la bondad y otra e orgullo y la vanidad.

Nosotros tenemos un corazón para amar.

Alegrémonos porque amamos.

Nosotros tenemos una inteligencia para buscar la verdad.

Alegrémonos de encontrarla.

Nosotros tenemos unas manos para trabajar.

Alegrémonos de lo que hemos hecho.

Nosotros tenemos unos pies para andar.

Alegrémonos del camino andado.

Tenemos unos ojos para ver.

Alegrémonos de lo que vemos.


Cuando amamos, “hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Cuando buscamos la verdad, “hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Cuando caminamos, “hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Cuando vemos, “hemos hecho lo que teníamos que hacer”.


En la vida espiritual nos sucede lo mismo:

¿Hemos amado al hermano? No hemos hecho nada extraordinario. Hemos hecho lo que teníamos que hacer.

¿Hemos perdonado al hermano? Nada extraordinario. Hemos hecho lo que teníamos que hacer.

¿Hemos servido al hermano? Nada de otro mundo. Hemos hecho lo que teníamos que hacer.

¿Hemos orado a Dios? Hemos hecho lo que teníamos que hacer.

¿Hemos comulgado? Hemos hecho lo que teníamos que hacer.


Ni nosotros tenemos por qué orgullecernos.

Ni Dios queda deudor por lo que hacemos.

Somos siervos que hacemos lo que tenemos que hacer.

Si te amo, no tienes por qué agradecerme.

Al contrario soy yo quien tendría que alegrarme de haber hecho lo que tenía que hacer.

Si te sirvo, no tienes por qué agradecerme.

Más bien soy yo quien tendría que sentirme feliz de haber hecho lo que tenía que hacer.


No es Dios el que tiene que estarnos agradecidos.

Al fin y al cabo no le hacemos ningún favor.

El favor nos lo hacemos a nosotros mismos.

Si amo, me estoy rejuveneciendo a mí mismo.

Si sirvo, me estoy abriendo a los demás.

Si comulgo, me estoy llenando yo de Dios.


No hay motivo para sentir importantes sino “pobres siervos” que “hemos hecho simplemente lo que teníamos que hacer”.

Hemos cumplido con nuestro deber.

Hemos cumplido con lo que estamos llamados a ser.

Hemos cumplido con lo que Dios quiere que hagamos.

La flor cumple como flor siendo flor.

El creyente cumple como creyente, viviendo las exigencias de su fe.


Somos siervos:

Porque hemos sido elegidos por El.

Porque hemos sido comprometidos a continuar su misión.

Porque tenemos conciencia de que lo que hacemos lo hacemos en su nombre.

Pero unos siervos a los que el mismo Jesús llama “mis amigos”.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo C Tagged: amor, humildad, obediencia, servicio

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