Llevo casi cuatro meses despidiéndome de la Visitación.

Si Dios quiere, en septiembre entraré en mi nueva parroquia de San Rafael Arnáiz y las cosas cambiarán, gracias a Dios, pero por el momento esto está siendo muy duro.

Ahora tengo a los jóvenes con don Felipe en la JMJ y me da una envidia tremenda, no de la mala, sino simplemente, unas ganas de estar con ellos que me obliga a rezar muchas veces por ellos y a decirle a Dios que soy suyo, sólo suyo.

Desde que don Felipe llegó, le entregué todos mis grupos, para que fuera ganándoselos. Pero eso me dejó a mí en una situación un tanto peculiar, como un muerto al que no acaban de enterrar. Si Dios quiere esta situación terminará pronto, pero es jorobado.

Por un lado, aún no puedes entrar en la nueva porque tienes que respetar la despedida de los que todavía están y tú vas a sustituir. Por otro, debes desprenderte de todos... ¡Sólo te queda el Señor! Yo creo que esto es básico en el celibato de un sacerdote. Ésta es la parte dura, lo que realmente podemos ofrecer a Dios de nuestro corazón.

Durante estos cinco años me he entregado a unas personas que no son mías. He sufrido por ellos, he disfrutado con ellos, he caminado con ellos y ahora tengo que dejar que sigan su camino y yo debo comenzar otra andadura y aprender a amar a unas personas a las que no conozco. Por eso, Dios tiene que darnos un corazón muy grande a sus sacerdotes y nosotros debemos agarrarnos a Él y sólo a Él.
12:28

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