"Jesucristo en el duro leño de la Cruz, ha derramado su Sangre por múltiples heridas. Por lo cual, al festejar este hecho, justo es que al menos derramemos lágrimas de compasión. Que nadie en adelante se aparte del recto camino. Y que todos alcancemos la meta suprema, en donde Dios, que nos ayuda en la carrera, nos recompensará con un noble galardón."
Esta fiesta nos coloca en el punto central de nuestra fe: la Redención. Tiene relación con el Jueves Santo y la fiesta de Corpus Christi. La Santa Madre Iglesia ha elegido maravillosamente los textos y oraciones de esta fiesta, para recordarnos que la Sangre derramada en el sacrificio expiatorio de la Cruz ha sido el precio del rescate y redención de nuestras almas.
Como resultado de la triunfante revolución de Italia en el siglo XIX, el Papa Pío IX se vio obligado a huir de Roma, disfrazado de simple sacerdote, el 24 de noviembre de 1848, y vivió exiliado en el Castillo de Gaeta desde 1848 hasta 1850. Unos pocos meses después de su exilio, en febrero de 1849, se proclamó en Roma la República de Italia. Fue durante este turbulento período que se estableció la fiesta de la Preciosísima Sangre, el primer domingo de julio de 1849.
Fue San Pío X quien le asignó a la fiesta la actual fecha en que se celebra durante su reforma del Breviario Romano. Las intenciones del papa fueron muy claras. La fiesta fue instaurada como un acto de gratitud por la recuperación de los Estados Papales, gracias a la intervención de las fuerzas francesas que liberaron a la ciudad de Roma, y también para manifestar su intención de perpetuar el recuerdo de estos eventos en la sagrada liturgia. Dirigiéndose a la Cabeza Invisible de la Iglesia y confiándola a Su cuidado divino, el Papa le recordó al Salvador Divino que por Su Iglesia había querido derramar toda su Sangre Preciosa.
Sin embargo, la fiesta ya se celebraba en España en el siglo XVI y, posteriormente, fue introducida a Italia por San Gaspar del Búfalo (1786 – 1837), fundador de los Misioneros de la Preciosa Sangre. La fiesta fue eliminada del calendario romano en la reforma de 1969 y se le colocó entre las Misas votivas.
La sagrada liturgia es en sí misma muy elocuente en cómo se expresa respecto al significado de la Preciosísima Sangre. El tema en cuestión se dividirá en tres importantes secciones:
Primero, tipos o figuras del Antiguo Testamento; porque, como escribe San Agustín: “El Nuevo Testamento se encuentra oculto en el Antiguo, y éste se revela en el Nuevo.”
Segundo, pasajes históricos de la vida de Jesucristo. Tercero, distintos símbolos
Figuras del Antiguo Testamento
En lo que atañe a la primera división, tenemos el ofrecimiento de Caín y Abel; el sacrificio de Abel resulta agradable a Dios, mientras que el de Caín no es aceptado. Esta oposición tiene como resultado el crimen del odio, y la única solución que Caín encuentra radica en el asesinato de su hermano. La tierra sedienta absorbe la sangre mientras que clama venganza al cielo. Esto prefigura la escena del Gólgota, donde la Sangre de Cristo clamó al cielo para pedir la redención de la humanidad.
Durante el exilio en Egipto, cuando el pueblo judío se encontraba oprimido, tuvo lugar el gran acontecimiento de la Pascua. Se sacrificó un cordero de un año; con su sangre se rociaron los postes de la puerta, permitiendo de este modo que las personas que se encontraran dentro de esa casa pudieran escapar del ángel vengador. Así, las casas enrojecidas con sangre fueron salvadas del ángel de la muerte. La sangre en los postes de la puerta era un símbolo de la Sangre de Cristo.
¿Puede la sangre de un animal salvar a un hombre? No, no puede, pero como símbolo de la Sangre del Salvador, sí que puede. Tal y como escribe Pius Parsch, “Cuando el exterminador ve el umbral de un corazón humano marcado con la Sangre Sagrada de Cristo, pasa de largo. Y entonces, otra alma es salvada” (Volumen IV, p. 225, El año de la Gracia).
En segundo lugar, el profeta Isaías ve en una visión a un hombre pisando uvas. El profeta le pregunta: “¿Por qué son tan rojos tus vestidos?”, Él le contesta: “En el lagar he pisado Yo solo y nadie de Mi pueblo estaba conmigo.” El hombre que pisa las uvas es nuestro Divino Señor, Sus vestidos son de color carmesí por la Sangre de la Redención. En el Santo Evangelio, se hacen numerosas referencias al derramamiento de Su Sangre, desde el momento de la Circuncisión hasta el sudor de Sangre en la Agonía en el Huerto de los Olivos, la Flagelación en la columna, la Coronación de Espinas y la Sangre derramada en el camino hacia el Gólgota (Lugar de la Calavera) donde Jesús fue crucificado y, finalmente, cuando Su costado fue atravesado por la lanza.
En tercer lugar, tenemos el símbolo de Adán y Eva. En el libro del Génesis, Dios abre el costado de Adán, saca una costilla y forma el cuerpo de Eva, infundiéndole también el alma humana. Eva se convierte en la madre de todos los seres vivos. La Iglesia, en su sabiduría, va más allá de este mero acontecimiento, y contempla en espíritu al Segundo Adán, es decir, Cristo Divino. En el sueño de la muerte y de Su costado abierto en la Cruz fluye la Sangre y el agua, símbolos del Bautismo y la Sagrada Eucaristía, símbolos de la Bendita Virgen María, la Segunda Eva, y de la Iglesia, madre de todos los vivientes. A través del derramamiento de Sangre y agua, Cristo quiso redimir a los hijos de Dios y llevarlos a su eterna morada.
Vida de Jesús
En esta fiesta de Nuestro Señor la imagen predominante es la de la sangre ofrecida en sacrificio. La separación de Su Sangre y Su Cuerpo ocasionó la separación entre Su alma humana y Su cuerpo, lo cual provocó Su muerte. Él quiso morir. En sus propias palabras: “Yo doy Mi vida por Mis ovejas. Nadie me la quita, sino que Yo la doy de Mi propia voluntad. Tengo poder para darla y tengo poder para tomarla de nuevo.” (Juan 10:18).
Ahora bien, la sangrienta muerte de Cristo en la Cruz no significa la redención automática del mundo, aplastado por el pecado y adicto a él. Exige que nos apropiemos de los méritos que fueron obtenidos para nosotros en la Cruz; debemos cooperar voluntariamente con las gracias obtenidas por el derramamiento de Sangre. Durante la Misa, el mismo e idéntico Jesucristo, ahora glorificado, está presente en el altar de la misma forma en que estuvo presente en Su humanidad mortal en la Cruz. Es el mismo Jesús quien continúa y prolonga en la Misa lo que hizo una vez y para siempre en el Calvario, con la excepción de que ahora en la Misa ya no es mortal, ya no puede experimentar sufrimiento en Su persona física. En el Calvario sufrió dolor, por Su propia voluntad, sufrió hasta la muerte.
La Misa
Lo que Nuestro Señor hizo aquel día fue obtener las bendiciones de nuestra Redención. Lo que hace ahora en el Santo Sacrificio de la Misa es aplicar esas bendiciones a las constantes necesidades espirituales de una humanidad pecadora e incluso sufriente. En la Misa, Jesús continúa ofreciéndose al Padre Celestial exactamente en el mismo modo que en la Cruz.
La forma más elevada de honrar a Dios es el sacrificio. La Misa es la continuación del Sacrificio de Cristo, es una representación del Calvario. Es un sacrificio de alabanza y gratitud al Padre Eterno. Pero mientras que en el Calvario esta adoración sacrificial fue cruenta, ocasionando la muerte física por la crucifixión, en la Misa el mismo Jesús se sacrifica de manera incruenta porque ahora ya es glorificado, inmortal e incapaz de sufrir o morir en Su persona física.
La Misa es un verdadero sacrificio porque el mismo Jesús que se inmoló en el Calvario se ofrece ahora a Sí mismo en el altar. Mismo sacerdote, misma víctima y misma e idéntica finalidad o propósito que en la Cruz. El sacerdote es el mismo Jesucristo, cuya Persona sagrada representa el sacerdote ordenado y en cuya Persona ofrece el sacrificio, y es por eso que dice: “Este es mi Cuerpo, este es el cáliz de Mi Sangre.” La víctima es la misma, el Salvador y Redentor de la humanidad en Su naturaleza humana, con Su verdadero Cuerpo y Sangre y Su libre albedrío humano, lo único que cambia es la forma en la que es ofrecido el sacrificio.
En la Cruz fue un sacrificio cruento, en la Misa es incruento por el estado glorificado de Jesús en el cielo. Pero la esencia del sacrificio es voluntaria, el ofrecimiento total de Sí mismo a Dios. Cristo hace este ofrecimiento voluntario en cada Misa, representado por la consagración separada del pan y el vino transubstanciados en el Cuerpo y la Sangre del Redentor. La finalidad es la misma, glorificar a Dios, darle gracias, obtener Su misericordia y rogarle por nuestras necesidades. La fiesta de la Preciosísima Sangre es en sí misma una recapitulación del tratado del sacrificio en la teología eucarística.
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