Ya he vuelto de celebrar la Vigilia Pascual. En el convento la celebramos más pronto que en el resto de las parroquias. Gracias, Señor, por poderla celebrar otro año.
En esta página trato de exprear lo que pienso, lo que aspiro a lograr y también mis mejores recuerdos, los paisajes y personas que añoro y mis deseos de crecimiento y amistad. Está abierta a todos los que aspiran al crecimiento personal y a la mejora del mundo
Este Evangelio (Marcos 16, 1-7) se abre con un toque femenino y una fragancia de perfumes. Tres mujeres han ido a comprar perfumes y vienen a la tumba para embalsamar el cuerpo de Jesús. Para comprender su gesto, tenemos que situarlo en su contexto.
En el transcurso del presente año litúrgico, seguimos en general el Evangelio de Marcos. Es su relato de la Pasión que hemos leído el domingo de Ramos, y es su descripción de los acontecimientos de la mañana de Pascua que leemos esta noche. Los relatos de Marcos son precisos y concisos; cada frase está allí llena de sentido. Tenemos que prestar atención a todos los detalles. Al final de la pasión el domingo pasado Marcos nos decía que las mujeres miraban como ponían a Jesús en el Sepulcro.
Inmediatamente después de la mención de la muerte de Jesús, Marcos dice que el velo del Templo se ha roto en dos. ¿De qué velo se trata? Probablemente no se trata del velo que se encontraba en la entrada del Santo de los Santos, donde podía entrar sólo el Gran Sacerdote. Se trata más bien del velo que separaba la parte principal del Templo, abierta a los judíos de sexo masculino, de la parte exterior donde se admitía a los Gentiles y las mujeres.
Además, Marcos añade inmediatamente dos frases que nos orientan en el sentido de esta interpretación. Primero relata las palabras del oficial militar romano, es un gentil, que hace este acto de fe: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”, y habla acerca de las mujeres presentes en el Calvario, que serán igualmente testigos de la Resurrección. También tenemos a san Pablo que en Gálatas 3, 28, dice: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer; porque todos son uno en Cristo Jesús”.
Según la Ley de Israel, se excluía a los Paganos de la salvación prometida a los judíos y el testimonio dado por una mujer no tenía ningún valor legal. El desgarro del velo del Templo notifica que la plena participación en la Comunidad Cristiana nacida del costado de Cristo está abierta a toda persona, sin consideración a las diferencias de sexo, de nacionalidad o de religión.
Los discípulos de Jesús formaban una gran familia, donde cada uno y cada una tenía una relación particular con Jesús. Había hombres, entre los cuales tres tenían una relación privilegiada: Pedro, Santiago y Juan, que fueron los testigos de la Transfiguración y de la agonía en Gethsemaní. Había también varias mujeres. En cuanto a esto Marcos dice tres cosas: a) que lo habían seguido en Galilea; b) cuánto lo servían; y, c) que habían subido con él a Jerusalén.
“Seguir a Jesús” quiere decir ser su discípulo. “Servir” quiere decir participar en su diaconía, en su ministerio. “Haber subido con él a Jerusalén” quiere decir haber aceptado todas las consecuencias de esta relación y haberse vuelto testigo de su muerte y de su resurrección.
Entre este grupo de mujeres, tres tenían una relación muy particular con Jesús y tuvieron probablemente un papel importante en la Iglesia primitiva. Eran María de Magdala, María, la madre de Santiago, y Salomé. Las encontramos a las tres a los pies de la cruz, con María la Madre de Jesús y Juan (mientras que los otros Apóstoles han huido); las encontramos en la tumba la mañana del primer día de la semana, con sus perfumes. Son las primeras en recibir el anuncio de la Resurrección y las primeras en dar testimonio de ella.
El desgarro del velo del Templo está pues lleno de sentido profundo, incluso si se ha intentado constantemente coserlo en el transcurso de los siglos. Significa que Jesús ha hecho caer las barreras entre Israel y las naciones, entre Judíos y paganos, entre hombres y mujeres. Las palabras del ángel a las tres mujeres mencionan la caída de otra barrera – aquella entre la carne y el espíritu, entre el cuerpo y el alma. El ángel que se les aparece a las tres mujeres parece esforzarse por hacerles comprender que Cristo resucitado y glorioso que se les aparecerá pronto, es aquel que descansaba muerto en la tumba. Les indica el lugar preciso donde descansaba su cuerpo.
Cuántas cosas nos dividen: particularidades de raza, de sexo, de educación, de religión, de riqueza y pobreza, de no entendernos porque uno piensa en su cuestión y el otro en la suya y no hay esfuerzo de buscar, en serio, qué me está diciendo el otro. Es más fácil pelear y decir cualquier cosa, y en esto ninguno somos inocentes. En esta noche santa, debemos romper todas estas barreras, todos juntos tenemos que atravesar los lados rotos del velo del templo, tenemos que entrar juntamente al Templo Nuevo a través de la puerta abierta en el costado de Cristo con el fin de llegar un día a ser “uno” como él y su Padre son Uno.
Cómo podemos vencer la división, la del pecado, la del egoísmo que nos separa de Cristo hasta hacerle violencia. Cómo dicen ahora, un poco sincréticamente: siendo seres de luz. Dicho bíblicamente: viviendo en la luz, imitando a Jesús que dijo “Yo soy la luz del mundo”, decía el Papa emérito en 2012: «En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia presenta el misterio de la luz con un símbolo del todo particular y muy humilde: el cirio pascual. Esta es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma. Da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. Otro aspecto sobre el cual podemos reflexionar es que la luz de la vela es fuego. El fuego es una fuerza que forja el mundo, un poder que transforma. Y el fuego da calor. También en esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Como reza una palabra de Jesús que nos ha llegado a través de Orígenes, «quien está cerca de mí, está cerca del fuego». Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios». El papa Francisco en la misa Crismal de este año nos invitaba a los sacerdotes a la cercanía, si vivimos como el cirio en virtud del sacrificio, si nos dejamos formar por el fuego podemos dar el calor de la cercanía, los sacerdotes y todos los bautizados que hoy renovamos nuestras promesas bautismales.
Que Nuestra Señora de la Pascua nos ayude a vivir en la unidad y a ser luz viviendo cercanamente, cerca de Cristo y cerca de los demás. Amén
Acabo de almorzar en el sillón de mi casa, bacalao y un sándwich vegetal, mientras veía un documental de National Geographic sobre la tumba de Cristo. Un documental nuevo y aburrido como él solo.
Ahora escribo este post, después rezaré la hora nona. Prepararé mi sermón de la Vigilia Pascual. Iré al hospital a visitar algunos enfermos y allí haré la oración de la tarde y rezaré mis vísperas. A ver si me da tiempo antes de ir al hospital a ver otro trocito de La Pasión de Gibson.
A las 20:30 tengo que comenzar la misa en el convento. Ya he preparado el punzón. Uso un punzón porque me gusta inscribir la cruz, letras y números sobre la cera del cirio. También incrusto cinco granos de incienso. Con el punzón hago unos agujeritos. Con los años descubrí que era necesario recubrir con un poco de plastilina esos granos, de lo contrario se caían. Por más que los presionara, no se incrustaban en la cera tan dura. Antes se quiebra el grano que se encaje.
No me gustan nada esas pelotas que algunos curas clavan en el cirio. En mis parroquias siempre he comprado cirios completamente blancos, sin pintar. Si alguna vez en algún convento me han dado un cirio pintado, he hecho la inscripción en la parte blanca del reverso del cirio.
Después de la ceremonia, gozaré de una magnífica cena con una familia ecuatoriana. Una cena para festejar la resurrección de Cristo.
Tengo sobre la mesa un papelito rectangular para colgar de la cruz del altar durante este tiempo de Pascua. Siempre pongo un papel con un versículo en esa cruz. Un pensamiento, una idea, que me guste tener ante mis ojos durante la misa. Todavía no he escogido el versículo.
Qué frío hacía ayer por la tarde y noche. Un verdadero zarpazo del invierno. Viento fuerte y nubes cargadas de lluvia. Pero ya se sabe que marzo ventoso y abril lluvioso hacen a mayo florido y hermoso.
La cartela de la Cruz que he puesto hoy es la del crucificado de Velazquez.
Domingo 01 de Abril de 2018 Domingo de Pascua. Resurrección del Señor. Misa del día. Blanco. MISA DEL DÍA Antífona Cf. Lc 24, 34; Apoc 1, 6 El Señor resucitó verdaderamente, aleluya. A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos, aleluya, aleluya. Oración colecta Dios nuestro, que hoy has abierto para nosotros las puertas de la eternidad por la victoria de tu Hijo unigénito sobre la muerte, te pedimos que quienes celebramos la Resurrección del Señor, por la acción renovadora de tu Espíritu, alcancemos la luz de la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Oración sobre las ofrendas Padre santo, exultantes de gozo pascual te ofrecemos este sacrificio por el que admirablemente renace y se nutre tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Antífona de comunión Cf. 1Cor 5, 7-8 Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, esta fiesta con los panes sin levadura de la pureza y la verdad, aleluya, aleluya. Oración después de la comunión Señor Dios, protege paternalmente a tu Iglesia con amor incansable, para que, renovada por los misterios pascuales, llegue a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. MISA DEL DÍA 1ª Lectura Hech 10, 34a. 37-43 Lectura de los Hechos de los Apóstoles. Pedro, tomando la palabra, dijo: “Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”. Palabra de Dios. Comentario Podemos repetir con Pedro: “nosotros somos testigos de todo esto”, porque experimentamos la presencia del Resucitado que sigue haciendo el bien allí donde se proclama su nombre. Porque constatamos que con él los oprimidos son liberados. Porque comemos y bebemos con él en cada mesa donde los creyentes nos reunimos. Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23 R. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su amor! R. La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R. La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R. 2ª Lectura Col 3, 1-4 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas. Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria. Palabra de Dios. Comentario La resurrección debe llevarnos a vivir de un modo nuevo. Ya no podemos volver atrás, sumergidos en el pecado. Cristo nos ha salvado y, por lo tanto, dejemos que su Espíritu nos impulse y nos enseñe a dejar aquello que nos impide vivir como cristianos. Secuencia (Debe decirse hoy; en los días de la octava, es optativa). Cristianos, ofrezcamos al Cordero pascual nuestro sacrificio de alabanza. El Cordero ha redimido a las ovejas: Cristo, el inocente, reconcilió a los pecadores con el Padre. La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora vive. Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado. He visto a los ángeles, testigos del milagro, he visto el sudario y las vestiduras. Ha resucitado Cristo, mi esperanza, y precederá a los discípulos en Galilea. Sabemos que Cristo resucitó realmente; tú, Rey victorioso, ten piedad de nosotros. Aleluya 1Cor 5, 7-8 Aleluya. Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua. Aleluya. Evangelio Jn 20, 1-9 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor. Comentario En este discípulo sin nombre que corre rápido, que ve y cree, tenemos presentado el ideal de discípulo. Podemos poner nuestro nombre en este pasaje. Nosotros no vemos a Jesús con los ojos del cuerpo físico, pero creemos. Y sostenemos nuestra fe recordando sus palabras. La Pascua nos renueva en el fervor de nuestro discipulado.
Oración introductoria
Jesús mío, yo te busco en mi peregrinar por este mundo. Concédeme la gracia de poseerte con plenitud y no permitas que me separe de tu amor. Por favor, Jesús, ayuda a nuestros familiares y a todos aquéllos que se hayan olvidado de ti.
Petición
Señor, que de ahora en adelante te busque en cada acontecimiento de mi vida.
Meditación
Hoy «es el día que hizo el Señor», iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace porque ha amado hasta dar su vida por todos.
Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).
El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.
“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.
Reflexión apostólica
Los discípulos corrieron al sepulcro vacío y creyeron. En mi vida diaria estoy llamado a correr, también, al encuentro del Señor. En la resurrección de Cristo tenemos la certeza de que nuestra vida no se acaba en el vacío. Nuestra existencia es un continuo peregrinar hacia el encuentro definitivo y eterno con Dios.
¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.
Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.
Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos “aparece” constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.
Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. "El mensaje redentor de Pascua –como nos dice un autor espiritual contemporáneo— no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior –por medio de los sacramentos— sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado".
Propósito
Haré una oración especial por todos mis familiares y compañeros difuntos. Demostraré mi alegría por la Resurrección de Jesús.
Diálogo con Cristo
Señor Jesucristo, te pido que nunca me separe de ti. Dame la gracia de amar y tratar a las demás personas con el amor y la bondad con que Tú lo has hecho. ¡Quédate siempre a mi lado, te necesito porque Tú mi fortaleza y mi esperanza. Señor, confío en Ti!
La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Contempla los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección
Importancia de la fiesta
El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.
Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.
La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.
Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.
En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?
Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.
San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)
Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.
Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.
La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.
La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.
Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.
Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.
¿Cómo se celebra el Domingo de Pascua?
Se celebra con una Misa solemne en la cual se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz de todas las gentes. En algunos lugares, muy de mañana, se lleva a cabo una procesión que se llama “del encuentro”. En ésta, un grupo de personas llevan la imagen de la Virgen y se encuentran con otro grupo de personas que llevan la imagen de Jesús resucitado, como símbolo de la alegría de ver vivo al Señor.
En algunos países, se acostumbra celebrar la alegría de la Resurrección escondiendo dulces en los jardines para que los niños pequeños los encuentren, con base en la leyenda del “conejo de pascua”.
La costumbre más extendida alrededor del mundo, para celebrar la Pascua, es la regalar huevos de dulce o chocolate a los niños y a los amigos.
A veces, ambas tradiciones se combinan y así, el buscar los huevitos escondidos simboliza la búsqueda de todo cristiano de Cristo resucitado.
La tradición de los “huevos de Pascua”
El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.
Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma. Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.
Uno de estos primeros cristianos, se acordó un día de Pascua, de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó. Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.
Leyenda del “conejo de Pascua”
Su origen se remonta a las fiestas anglosajonas pre-cristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril. Progresivamente, se fue incluyendo esta imagen a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX, se empezaron a fabricar los muñecos de chocolate y azúcar en Alemania, esto dio orígen también a una curiosa leyenda que cuenta que, cuando metieron a Jesús al sepulcro que les había dado José de Arimatea, dentro de la cueva había un conejo escondido, que muy asustado veía cómo toda la gente entraba, lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto.
El conejo se quedó ahí viendo el cuerpo de Jesús cuando pusieron la piedra que cerraba la entrada y lo veía y lo veía preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas.
Así pasó mucho rato, viéndolo; pasó todo un día y toda una noche, cuando de pronto, el conejo vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca!
El conejo comprendió que Jesús era el Hijo de Dios y decidió que tenía que avisar al mundo y a todas las personas que lloraban, que ya no tenían que estar tristes porque Jesús había resucitado.
Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría y así lo hizo.
Desde entonces, cuenta la leyenda, el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordarle al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.
Sugerencias para vivir la fiesta
Contemplar los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección
Dibujar en una cartulina a Jesús resucitado
Adornar y rellenar cascarones de huevo y regalarlos a los vecinos y amigos explicándoles el significado.
Martirologio Romano: En Grenoble, en Burgundia, san Hugo, obispo, que se esforzó en la reforma de las costumbres del clero y del pueblo, y siendo amante de la soledad, durante su episcopado ofreció a san Bruno, maestro suyo en otro tiempo, y a sus compañeros, el lugar de la Cartuja, que presidió cual primer abad, rigiendo durante cuarenta años esta Iglesia con esmerado ejemplo de caridad (1132).
Etimológicamente: Hugo = Aquel de Inteligencia Clara, es de origen germano.
Fecha de canonización: 22 de abril de 1134 por el Papa Inocencio II.
Breve Biografía
El obispo que nunca quiso serlo y que se santificó siéndolo.
Nació en Valence, a orillas del Isar, en el Delfinado, en el año 1053. Casi todo en su vida se sucede de forma poco frecuente. Su padre Odilón, después de cumplir con sus obligaciones patrias, se retiró con el consentimiento de su esposa a la Cartuja y al final de sus días recibió de mano de su hijo los últimos sacramentos. Así que el hijo fue educado en exclusiva por su madre.
Aún joven obtiene la prebenda de un canonicato y su carrera eclesiástica se promete feliz por su amistad con el legado del papa. Como es bueno y lo ven piadoso, lo hacen obispo a los veintisiete años muy en contra de su voluntad por no considerarse con cualidades para el oficio -y parece ser que tenía toda la razón-, pero una vez consagrado ya no había remedio; siempre atribuyeron su negativa a una humildad excesiva. Lo consagró obispo para Grenoble el papa Gregorio VII, en el año 1080, y costeó los gastos la condesa Matilde.
Al llegar a su diócesis se la encuentra en un estado deprimente: impera la usura, se compran y venden los bienes eclesiásticos (simonía), abundan los clérigos concubinarios, la moralidad de los fieles está bajo mínimos con los ejemplos de los clérigos, y sólo hay deudas por la mala administración del obispado. El escándalo entre todos es un hecho. Hugo -entre llantos y rezos- quiere poner remedio a todo, pero ni las penitencias, ni las visitas y exhortaciones a un pueblo rudo y grosero surten efecto. Después de dos años todo sigue en desorden y desconcierto. Termina el obispo por marcharse a la abadía de la Maison-Dieu en Clermont (Auvernia) y por vestir el hábito de san Benito. Pero el papa le manda taxativamente volver a tomar las riendas de su iglesia en Grenoble.
Con repugnancia obedece. Se entrega a cumplir fielmente y con desagrado su sagrado ministerio. La salud no le acompaña y las tentaciones más aviesas le atormentan por dentro. Inútil es insistir a los papas que se suceden le liberen de sus obligaciones, nombren otro obispo y acepten su dimisión. Erre que erre ha de seguir en el tajo de obispo sacando adelante la parcela de la Iglesia que tiene bajo su pastoreo. Vendió las mulas de su carro para ayudar a los pobres porque no había de dónde sacar cuartos ni alimentos, visita la diócesis andando por los caminos, estuvo presente en concilios y excomulgó al antipapa Anacleto; recibió al papa Inocencio II -que tampoco quiso aceptar su renuncia- cuando huía del cismático Pedro de Lyon y contribuyó a eliminar el cisma de Francia.
Ayudó a san Bruno y sus seis compañeros a establecerse en la Cartuja que para él fue siempre remanso de paz y un consuelo; frecuentemente la visita y pasa allí temporadas viviendo como el más fraile de todos los frailes.
Como él fue fiel y Dios es bueno, dio resultado su labor en Grenoble a la vuelta de más de medio siglo de trabajo de obispo. Se reformaron los clérigos, las costumbres cambiaron, se ordenaron los nobles y los pobres tuvieron hospital para los males del cuerpo y sosiego de las almas. Al final de su vida, atormentado por tentaciones que le llevaban a dudar de la Divina Providencia, aseguran que perdió la memoria hasta el extremo de no reconocer a sus amigos, pero manteniendo lucidez para lo que se refería al bien de las almas. Su vida fue ejemplar para todos, tanto que, muerto el 1 de abril de 1132, fue canonizado solo a los dos años, en el concilio que celebraba en Pisa el papa Inocencio.
No tuvo vocación de obispo nunca, pero fue sincero, honrado en el trabajo, piadoso, y obediente. La fuerza de Dios es así. Es modelo de obispos y de los más santos de todos los tiempos.
Siguiendo lo que les pidió el Papa, que quiere escucharles, cada uno de los jóvenes se dirige al Señor Jesús en su meditación y en su oración.
Los textos de las meditaciones sobre las catorce estaciones del Vía Crucis de este año han sido escritos por quince jóvenes, de una edad comprendida entre los 16 y 27 años. Las principales novedades son dos: la primera no tiene comparación con las ediciones del pasado debido a la edad de los autores: jóvenes y adolescentes (nueve de ellos son estudiantes del Liceo de Roma Pilo Albertelli); la segunda consiste en la dimensión ‘coral’ de este trabajo, sinfonía de muchas voces con tonos y sellos diferentes. No existen ‘los jóvenes’, sino Valerio, María, Margarita, Francisco, Clara, Greta...
Con el entusiasmo típico de su edad aceptaron el reto que les propuso el Papa en este año 2018, dedicado principalmente a las jóvenes generaciones. Lo han hecho con una metodología precisa. Se reunieron en torno a una mesa y leyeron los textos de la Pasión de Cristo según los cuatro Evangelios. Se pusieron, por lo tanto, ante la escena del Vía Crucis y la “vieron’. Después de la lectura y dando el tiempo necesario, cada uno de los chicos manifestó qué detalle de la escena lo había impresionado. De este modo fue más fácil y natural asignar las distintas estaciones.
Tres palabras clave, tres verbos, marcan el desarrollo de estos textos: en primer lugar, como ya se ha mencionado, ver, después encontrar, por último rezar.
Cuando se es joven se desea ver, ver el mundo, ver todo. La escena del Viernes Santo es poderosa, incluso en su atrocidad: verla puede provocar rechazo o misericordia y, por tanto, ir al encuentro. Precisamente como hace Jesús en el Evangelio todos los días, también este día, el último. Él encuentra a Pilato, Herodes, los sacerdotes, los guardias, su Madre, el Cireneo, las mujeres de Jerusalén, los dos ladrones, sus últimos compañeros de camino.
Cuando se es joven se tiene la oportunidad de encontrar a alguien cada día, y cada encuentro es nuevo, sorprendente. Se envejece cuando no se quiere ver a nadie, cuando el miedo que va aislando vence a la apertura confiada: miedo de cambiar, porque encontrar quiere decir cambiar, estar dispuestos a ponerse en camino con ojos nuevos. Finalmente, ver y encontrar empuja a rezar porque la vista y el encuentro generan misericordia, también en un mundo que parece carente de piedad y en un día como este, abandonado a la ira absurda, a la cobardía y a la pereza distraída de los hombres.
Pero si seguimos a Jesús con el corazón, también a través del misterioso camino de la cruz, entonces pueden renacer el valor y la confianza y, después de haber visto y estar abiertos al encuentro, experimentaremos la gracia de rezar juntos, y nunca más solos.
Meditaciones y oraciones redactadas por: I. Valerio De Felice II. Maria Tagliaferri y Margherita Di Marco III. Caterina Benincasa IV. Agnese Brunetti V. Chiara Mancini VI. Cecilia Nardini VII. Francesco Porceddu VIII. Sofia Russo IX. Chiara Bartolucci X. Greta Giglio XI. Greta Sandri XII. Dante Monda XIII. Flavia De Angelis, y XIV. Marta Croppo, Coordinados por el profesor Andrea Monda.
Vía crucis
Primera Estación
Jesús es condenado a muerte
Por tercera vez les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad (Lc 23,22-25).
Meditación
Te veo, Jesús, delante del Gobernador, que por tres veces intenta enfrentarse a la voluntad del pueblo, y al final elige no elegir; delante de la masa de gente, que es consultada por tres veces y siempre decide contra ti. La muchedumbre, es decir, todos y ninguno. El hombre pierde su propia personalidad escondido en la masa; es una voz entre otras mil voces. Antes de negarte, se niega a sí mismo, diluyendo la propia personalidad en aquella fluctuante multitud sin rostro. Y, sin embargo, es responsable. Es el hombre quien te condena, engañado por los agitadores, por el mal que se propaga con voz mentirosa y ensordecedora.
Hoy nos horroriza esa injusticia y nos gustaría distanciarnos de ella. Pero al hacerlo, nos olvidamos de todas las veces en que también nosotros hemos decidido salvar a Barrabás en vez de a ti. Cuando nuestro oído se ensordeció a la llamada del bien, cuando hemos preferido no ver la injusticia ante nosotros.
En esa plaza abarrotada, habría sido suficiente que un corazón solo hubiera dudado, con que una sola voz se hubiera alzado contra las mil voces del mal. Recordemos esa plaza y ese error cada vez que la vida nos pone ante una elección. Dejemos que nuestros corazones duden y hagamos que nuestra voz se alce.
Oración
Te pido, Señor, que veles por nuestras decisiones: ilumínalas con tu luz, cultiva en nosotros la semilla de una duda. Sólo el mal no duda nunca. Los árboles que hunden sus raíces en la tierra, si están regados por el mal, se marchitan, pero tú has puesto nuestras raíces en el Cielo y las ramas sobre la tierra para reconocerte y seguirte.
Pater noster...
Segunda Estación
Jesús con la cruz a cuestas
Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,34-35).
Meditación
Te veo, Jesús, coronado de espinas, mientras tomas tu cruz. La recibes como siempre has recibido todo y a todos. Te cargan con el madero, pesado, áspero, pero tú no te rebelas, no rechazas ese instrumento de tortura injusto e innoble. Lo tomas sobre ti y comienzas a caminar llevándolo sobre los hombros. Cuántas veces me he rebelado y enfadado por los trabajos que he recibido, y que he considerado pesados e injustos. Tú no haces eso. Solo tienes algún año más que yo; hoy se diría que eres aún joven, pero eres dócil, y tomas en serio lo que la vida te ofrece, cada ocasión que se te presenta, como si quisieras llegar hasta el fondo de las cosas y descubrir que hay siempre algo más que lo que se ve, un significado escondido y sorprendente. Gracias a ti comprendo que esta es una cruz de salvación y de liberación, cruz de apoyo en el tropiezo, yugo ligero, carga que no pesa.
Del escándalo que representa la muerte del Hijo de Dios, muerte de pecador, muerte de malhechor, nace la gracia de descubrir en el dolor la resurrección, en el sufrimiento tu gloria, en la angustia tu salvación. La misma cruz, símbolo de humillación y dolor para el hombre, se manifiesta ahora, por la gracia de tu sacrificio, como una promesa: de cada muerte resurgirá una vida y en cada oscuridad resplandecerá una luz. Y podemos exclamar: «Ave, oh cruz, única esperanza».
Oración
Te ruego, Señor, que con la luz de la cruz, símbolo de nuestra fe, aceptemos nuestros sufrimientos e, iluminados por tu amor, abracemos nuestras cruces, que tu muerte y resurrección vuelven gloriosas. Danos la gracia de mirar nuestras historias y descubrir en ellas tu amor por nosotros.
Pater noster...
Tercera Estación
Jesús cae por primera vez
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado (Is 53,4).
Meditación
Te veo, Jesús, sufriendo mientras recorres el camino hacia el Calvario, cargado con nuestros pecados. Y te veo caer, con las manos y las rodillas en el suelo, lleno de dolores. ¡Con qué humildad has caído! ¡Cuánta humillación sufres ahora! Tu naturaleza de hombre verdadero se muestra claramente en este momento de tu vida. La cruz que llevas es pesada; necesitarías ayuda, pero cuando caes al suelo nadie te socorre, es más, los hombres se burlan de ti, ríen ante la imagen de un Dios que cae. Tal vez están decepcionados, quizás se hicieron una idea equivocada de ti. A veces creemos que tener fe en ti significa no caer nunca en la vida. Junto a ti caigo yo también, y conmigo mis ideas, las que tenía sobre ti: ¡Qué frágiles eran!
Te veo, Jesús, que aprietas los dientes y, completamente abandonado al amor del Padre, te levantas y retomas tu camino. Con estos primeros pasos hacia la cruz, tan vacilantes, me recuerdas, Jesús, a un niño que da sus primeros pasos en la vida y pierde el equilibrio, y cae y llora, pero luego continúa. Se confía en las manos de sus padres y no se detiene; él tiene miedo pero sigue adelante, porque el miedo deja paso a la confianza.
Con tu valentía nos enseñas que los fracasos y las caídas nunca deben parar nuestro camino y que siempre podemos elegir: rendirnos o levantarnos contigo.
Oración
Te pido, Señor, que despiertes en nosotros los jóvenes la valentía de levantarnos después de cada caída tal y como hiciste tú en el camino del Calvario. Te pido que sepamos apreciar siempre el don inmenso y precioso de la vida y que los fracasos y las caídas no sean nunca un motivo para despreciarla, conscientes de que, si nos fiamos de ti, nos levantaremos de nuevo y encontraremos la fuerza para seguir siempre adelante.
Pater noster...
Cuarta Estación
Jesús encuentra a su Madre
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción −y a ti misma una espada te traspasará el alma−, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34-35).
Meditación
Te veo, Jesús, cuando encuentras a tu Madre. María está allí, camina por la calle llena de gente, hay muchas personas a su lado. Lo único que la distingue de los demás es que ella está allí para acompañar a su hijo. Una situación que se constata todos los días: las madres acompañan a sus hijos a la escuela o al médico o los llevan con ellas al trabajo. Pero María se distingue de las demás madres: está acompañando a su hijo a morir. Ver morir a un hijo es lo peor que se puede desear a una persona, la más antinatural; aún más atroz si el hijo, inocente, está muriendo a manos de la justicia. ¡Qué escena tan antinatural e injusta ante mis ojos! Mi madre me ha educado en el sentido de la justicia y a tener confianza en la vida, pero lo que mis ojos ven hoy no tiene nada de esto, no tiene sentido y está lleno de sufrimiento.
Te veo, María, que miras a tu pobre hijo: tiene las marcas de la flagelación en la espalda y se ve obligado a soportar el peso de la cruz, y probablemente muy pronto caerá bajo ella por el cansancio. Y tú sabías que tarde o temprano sucedería, te lo habían profetizado, pero ahora que ha acaecido todo es diferente; siempre ocurre así, no estamos preparados para la vida, para su crudeza. María, ahora estás triste, como lo estaría cualquier mujer en tu lugar, pero no estás desesperada. Tu mirada no se ha apagado, no está vacía, no caminas con la cabeza agachada. Eres luminosa también en tu tristeza, porque tienes esperanza, sabes que el viaje de tu hijo no es solo de ida, y sabes, lo sientes como solo las madres lo perciben, que pronto lo volverás a ver.
Oración
Te pido, Señor, que nos ayudes a tener siempre presente el ejemplo de María, que aceptó la muerte de su hijo como un gran misterio de salvación. Ayúdanos a vivir con la mirada orientada al bien de los otros y a morir en la esperanza de la resurrección, conscientes de no estar nunca solos, ni abandonados por Dios, ni por María, Madre buena que se preocupa siempre por sus hijos.
Pater noster...
Quinta Estación
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (Lc 23,26).
Meditación
Te veo, Jesús, aplastado bajo el peso de la cruz. Veo que tú solo no puedes; precisamente en el momento de más dificultad, te has quedado solo, ya no están los que se decían amigos tuyos: Judas te ha traicionado, Pedro te ha renegado, los otros te han abandonado. Pero de repente sucede un encuentro imprevisto, alguien, un hombre cualquiera que tal vez te escuchó hablar pero no te siguió, ahora está aquí, a tu lado, hombro con hombro, para compartir tu yugo. Se llama Simón y es un extranjero que viene de lejos, de Cirene. Hoy, para él, es algo inesperado, que se le revela como un encuentro.
Son infinitos los encuentros y desencuentros que vivimos cada día, sobre todo para nosotros, los jóvenes, que entramos continuamente en contacto con realidades nuevas, con nuevas personas. Y en el encuentro inesperado, en lo accidental, en la sorpresa desconcertante, es donde se esconde la oportunidad para amar, para reconocer lo mejor del prójimo, aun cuando nos parezca diferente.
Jesús, algunas veces nos sentimos como tú, abandonados por los que creíamos que eran nuestros amigos, bajo un peso que nos aplasta. Pero no debemos olvidar que hay un Simón de Cirene dispuesto para cargar con nuestra cruz. No debemos olvidar que no estamos solos, y esta certeza nos dará la fuerza para hacernos cargo de la cruz del que está a nuestro lado.
Te veo, Jesús: ahora parece que sientes un poco de alivio, ahora que ya no estás solo puedes respirar por un instante. Y veo a Simón: quién sabe si ha experimentado que tu yugo es ligero, quién sabe si se da cuenta de lo que significa ese imprevisto en su vida.
Oración
Señor, te pido que cada uno de nosotros encuentre el valor para ser como el Cireneo, que toma la cruz y sigue tus pasos. Que cada uno de nosotros sea tan humilde y fuerte para cargar con la cruz de los que encontramos. Que cuando nos sintamos solos podamos reconocer en nuestro camino un Simón de Cirene que se detiene y carga con nuestro peso. Concédenos que sepamos buscar lo mejor de cada persona, y de abrirnos a cada encuentro incluso en la diversidad. Te pido para que todos nosotros podamos encontrarnos inesperadamente a tu lado.
Pater noster...
Sexta Estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado (Is 53, 2-3).
Meditación
Te veo, Jesús, digno de compasión, casi irreconocible, tratado como el último de los hombres. Caminas con dificultad hacia tu muerte con la cara ensangrentada y desfigurada, aunque como siempre mansa y humilde, dirigida hacia lo alto. Una mujer se abre camino entre la multitud para ver de cerca tu rostro que, quizá tantas veces, había hablado a su alma y ella había amado. Lo ve sufrir y lo quiere ayudar. No la dejan pasar, son muchos, demasiados, y armados. Pero a ella esto no le importa, está determinada a llegar a ti y consigue tocarte apenas un instante, acariciarte con su velo. Su fuerza es la de la ternura. Vuestros ojos se cruzan por un instante, el rostro de uno en el rostro del otro.
Esa mujer, Verónica, de la que no sabemos nada, de la que no conocemos la historia, se gana el Paraíso con un simple gesto de caridad. Se te acerca, observa tu rostro destrozado y lo ama todavía más que antes. Verónica no se queda en las apariencias, tan importantes hoy en nuestra sociedad de la imagen, sino que ama incondicionalmente un rostro feo, descuidado, sin maquillaje e imperfecto. Ese rostro, tu rostro, Jesús, precisamente en su imperfección muestra la perfección de tu amor por nosotros.
Oración
Te pido, Jesús, que me des la fuerza de acercarme a los demás, a cada persona, joven o anciana, pobre o rica, querida o desconocida, y de ver en esos rostros tu rostro. Ayúdame a socorrer con prontitud al prójimo, en el que tú habitas, como la Verónica corrió hacia ti en el camino del Calvario.
Pater noster...
Séptima Estación
Jesús cae por segunda vez
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron [...] El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento (Is 53, 8.10).
Meditación
Te veo, Jesús, caer una vez más ante mis ojos. Cayendo otra vez me demuestras que eres un hombre, un hombre auténtico. Y veo que te alzas de nuevo, más decidido que antes. No te alzas con soberbia; no hay orgullo en tu mirada, hay amor. Y al proseguir tu camino, levantándote después de cada caída, anuncias tu Resurrección, demuestras estar siempre preparado para volver a cargar sobre tus hombros ensangrentados el peso de los pecados del hombre.
Al caer de nuevo, nos has mandado un claro mensaje de humildad, has caído en tierra, en ese humus del que hemos nacido los «humanos». Somos tierra, somos barro, somos nada en comparación contigo. Pero has querido ser como nosotros, y ahora te muestras cercano a nosotros, con nuestras mismas dificultades, las mismas debilidades, con el mismo sudor de la frente. Ahora tú, en este viernes, como nos ocurre también a nosotros, estás postrado por el dolor. Pero tienes la fuerza para seguir adelante, no tienes miedo a las dificultades que puedas encontrar, y sabes que al final del esfuerzo está el Paraíso; te levantas para dirigirte precisamente allí, para abrirnos las puertas de tu Reino. Eres un rey extraño, un rey en el polvo.
Siento un vértigo: nosotros no somos quienes para comparar nuestras dificultades y nuestras caídas con las tuyas. Las tuyas son un sacrificio, el sacrificio más grande que mis ojos y toda la historia jamás podrán ver.
Oración
Te pido, Señor, que estemos dispuestos a levantarnos de nuevo después de una caída, que aprendamos de nuestros fracasos. Recuérdanos que cuando nos toque equivocarnos y caer, si estamos contigo y nos aferramos a tu mano, podremos aprender a levantarnos. Haz que los jóvenes llevemos a todos tu mensaje de humildad y que las generaciones futuras abran los ojos para verte y sepan comprender tu amor. Enséñanos a ayudar a quien sufre y cae a nuestro lado, a enjugar su sudor y a tender la mano para levantarlo.
Pater noster...
Octava Estación
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (Lc 23,27-31).
Meditación
Te veo y te escucho, Jesús, mientras hablas con las mujeres que encuentras en tu camino hacia la muerte. A lo largo de tus jornadas has visto a muchas personas, has ido al encuentro y a hablar con todos. Ahora hablas con las mujeres de Jerusalén que te ven y lloran. También yo soy una de esas mujeres. Pero tú, Jesús, en tu amonestación usas palabras que me impresionan, son palabras concretas y directas; a primera vista, pueden parecer duras y severas porque son francas. De hecho, hoy estamos acostumbrados a un mundo de palabras ambiguas, una fría hipocresía oculta y filtra lo que realmente queremos decir; las advertencias se evitan cada vez más, se prefiere abandonar al otro a su propio destino, sin molestarse en exhortarlo por su propio bien.
En cambio tú, Jesús, hablas a las mujeres como un padre, también cuando las reprendes; tus palabras son palabras de verdad y llegan inmediatas con el único propósito de corregir, no de juzgar. Es un lenguaje diferente al nuestro, tú hablas siempre con humildad y llegas directamente al corazón.
En este encuentro, el último antes de la cruz, brota una vez más tu inmenso amor hacia los últimos y los marginados. De hecho, en aquel tiempo, las mujeres no eran consideradas dignas de ser interpeladas, mientras que tú, con tu amabilidad, eres verdaderamente revolucionario.
Oración
Te suplico, Señor, que yo, junto con las mujeres y los hombres de este mundo, seamos cada vez más caritativos con los necesitados, tal como lo fuiste tú. Danos la fuerza para ir contra corriente y entrar en auténtica relación con los demás, construyendo puentes y evitando cerrarnos en el egoísmo que nos lleva a la soledad del pecado.
Pater noster...
Novena Estación
Jesús cae por tercera vez
Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. (Is 53,5-6).
Meditación
Te veo, Jesús, mientras caes por tercera vez. Has caído ya dos veces y dos veces te has levantado. No hay ya límites para el cansancio y el dolor, pareces definitivamente derrotado con esta tercera y última caída. ¡Cuántas veces en la vida de cada día nos toca caer! Caemos tantas veces que perdemos la cuenta, pero siempre esperamos que cada caída sea la última, porque se necesita la fuerza de la esperanza para hacer frente al sufrimiento. Cuando uno cae tantas veces, las fuerzas al final colapsan y las esperanzas desaparecen definitivamente.
Me imagino a tu lado, Jesús, en el camino que te conduce a la muerte. Es difícil pensar que precisamente tú eres el Hijo de Dios. Alguno ha intentado ya ayudarte, pero estás agotado, inmóvil, paralizado y da la impresión de que no podrás continuar. Pero veo que de repente te levantas, enderezas las piernas y la espalda, todo lo que es posible llevando una cruz sobre los hombros, y empiezas a caminar de nuevo. Sí, te diriges hacia la muerte, y quieres hacerlo sin ahorrarte nada. Quizás es esto el amor. Lo que entiendo es que no importa cuántas veces caigamos, siempre habrá una última, quizás la peor, la prueba más terrible en la que estamos llamados a encontrar las fuerzas para llegar al final del camino. Para Jesús, el final es la crucifixión, el absurdo de la muerte, pero revela un significado más profundo, un propósito más elevado, el de salvarnos a todos.
Oración
Te suplico, Señor, que nos des cada día la fuerza para seguir en nuestro camino. Que mantengamos hasta el final la esperanza y el amor que nos has dado. Que todos puedan hacer frente a los desafíos de la vida con la fuerza y la fe con la que tú has vivido los últimos momentos de tu camino hacia la muerte en cruz.
Pater noster...
Décima Estación
Jesús es despojado de las vestiduras
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo (Jn 19,23).
Meditación
Te contemplo, Jesús, desnudo, como nunca antes te había visto. Jesús, te han quitado tus vestiduras y se las están jugando a los dados. A los ojos de estos hombres has perdido el único jirón de dignidad que te quedaba, el único objeto que poseías en este camino de sufrimiento. Al principio de los tiempos, tu Padre había hecho vestidos para los hombres, para cubrirlos de dignidad; ahora los hombres te los quitan. Te contemplo, Jesús, y veo a un joven emigrante, un cuerpo destrozado que llega a una tierra muchas veces cruel, dispuesta a quitarle sus ropas, su único bien, y venderlas, dejándolo así solo con su cruz, como la tuya, solo con su piel maltratada, como la tuya, solo con sus ojos hinchados por el dolor, como los tuyos.
Pero hay algo que los hombres a menudo olvidan sobre la dignidad: que esta se encuentra bajo tu piel, es parte de ti y siempre estará contigo, y más aún en este momento, en esta desnudez.
La misma desnudez con la que nacemos es la que la tierra nos acoge en el atardecer de la vida. De una madre a la otra. Y ahora aquí, en esta colina, está también tu madre, que de nuevo te ve desnudo.
Te veo y comprendo la grandeza y el esplendor de tu dignidad, de la dignidad de cada hombre, que nadie podrá jamás suprimir.
Oración
Te pido, Señor, que todos reconozcamos la dignidad de nuestra naturaleza, incluso cuando nos encontramos desnudos y solos ante los hombres. Que sepamos ver siempre la dignidad de los demás, y honrarla y protegerla. Te pedimos que nos des la audacia necesaria para conocernos a nosotros mismos por encima de lo que nos cubre; y para aceptar la desnudez que nos pertenece y nos recuerda nuestra pobreza, de la que te enamoraste hasta dar la vida por nosotros.
Pater noster...
Undécima Estación
Jesús es clavado en la cruz
Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,33-34).
Meditación
Te veo, Jesús, despojado de todo. Han querido castigarte a ti, inocente, clavándote en el madero de la cruz. ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar, habría tenido el coraje de reconocer tu verdad, mi verdad? Tú has tenido la fuerza de soportar el peso de una cruz, de que no te creyeran, de ser condenado por tus palabras incómodas. Hoy no somos capaces de aceptar una crítica, como si cada palabra fuera pronunciada para herirnos.
Tú tampoco te detuviste ante la muerte, creíste profundamente en tu misión y te fiaste de tu Padre. Hoy, en el mundo de internet, estamos tan condicionados por todo lo que circula en la red que a veces dudo hasta de mis propias palabras. Pero tus palabras son distintas, son fuertes en tu debilidad. Tú nos perdonaste, no tuviste rencor, nos enseñaste a poner la otra mejilla y fuiste más allá, hasta el sacrificio total de tu propia vida.
Miro alrededor y veo ojos fijos en las pantallas del teléfono, entregados a las redes sociales para condenar cada error de los demás sin posibilidad de perdón. Hombres que, dominados por la ira, se gritan con odio por los motivos más insignificantes.
Miro tus heridas y soy consciente, ahora, de que yo no habría tenido tu fuerza. Pero estoy sentada aquí a tus pies, y me despojo yo también de toda duda, me levanto de la tierra para poder estar más cerca de ti, aunque solo sea por algunos centímetros.
Oración
Te pido, Señor, que ante el bien tenga la disposición para reconocerlo; que ante una injusticia tenga la valentía de tomar las riendas de mi vida y actuar de otro modo; que me libere de todos los miedos que como clavos me paralizan y me alejan de la vida que tú has esperado y preparado para nosotros.
Pater noster...
Duodécima Estación
Jesús muere en la cruz
Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo» (Lc 23,44-47).
Meditación
Te veo, Jesús, y esta vez no querría verte. Estás muriendo. Era hermoso contemplarte cuando hablabas a las multitudes, pero ahora todo ha terminado. Y yo no quiero ver el final; muchas veces he desviado la mirada hacia otra parte, casi me he habituado a huir del dolor y de la muerte, me he anestesiado.
Tu grito en la cruz es fuerte, desgarrador: no estábamos preparados para tanto tormento, no lo estamos, no lo estaremos nunca. Huimos por instinto, presos del pánico, ante la muerte y el sufrimiento, los rechazamos, preferimos mirar hacia otro lado o cerrar los ojos. En cambio, tú permaneces ahí, en la cruz, nos esperas con los brazos abiertos, abriéndonos los ojos.
Es un gran misterio, Jesús: nos amas muriendo, abandonado, dando tu espíritu, cumpliendo la voluntad del Padre, retirándote. Tú permaneces en la cruz, y nada más. No te pones a explicar el misterio de la muerte, de la conclusión de todas las cosas, haces más que eso: lo atraviesas con todo tu cuerpo y tu espíritu. Un misterio grande, que sigue interrogándonos e inquietándonos; nos desafía, nos invita a abrir los ojos, a descubrir tu amor también en la muerte, es más, a partir precisamente de la muerte. Es ahí donde nos amaste: en nuestra condición más verdadera, ineludible e inevitable. Es ahí donde comprendemos, aunque todavía de modo imperfecto, tu presencia viva, auténtica. De esto, siempre, tendremos sed: de tu cercanía, de tu ser Dios con nosotros.
Oración
Te pido, Señor, que abras mis ojos, que te vea también en los sufrimientos, en la muerte, en el final que no es el final verdadero. Remueve mi indiferencia con tu cruz, sacude mi apatía. Interrógame siempre con tu misterio desconcertante, que supera la muerte y da la vida.
Pater noster...
Decimotercera Estación
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos (Jn19,38-40).
Meditación
Te veo, Jesús, todavía ahí, en la cruz. Un hombre de carne y hueso, con sus fragilidades, con sus miedos. ¡Cuánto has sufrido! Es una escena insoportable, tal vez justamente porque está impregnada de humanidad. Esta es la palabra clave, la cifra de tu camino, plagado de esfuerzo y sufrimiento. Precisamente esta humanidad que a menudo nos olvidamos de reconocer en ti y de buscar en nosotros mismos y en los demás, demasiado ocupados en una vida que aprieta el acelerador, ciegos y sordos ante las dificultades y los dolores de los otros.
Te veo, Jesús. Ahora no estás ya ahí, en la cruz; regresaste al lugar de donde viniste, colocado sobre el seno de la tierra, sobre el seno de tu Madre. Ahora el sufrimiento ha pasado, ha desaparecido. Esta es la hora de la piedad. En tu cuerpo sin vida se reverbera la fuerza con la que afrontaste el sufrimiento; el sentido que conseguiste darle se refleja en los ojos de quien está todavía ahí y ha permanecido a tu lado y siempre permanecerá a tu lado en el amor, dado y recibido. Se abre para ti, para nosotros, una nueva vida, la del cielo, bajo el signo de lo que resiste y no se quiebra por la muerte: el amor. Tú estás aquí, con nosotros, en cada instante, en cada paso, en cada incertidumbre, en cada oscuridad. Mientras la sombra del sepulcro se extiende sobre tu cuerpo que yace entre los brazos de tu Madre, yo te veo y tengo miedo, pero no desespero, tengo confianza que la luz, tu luz, volverá a brillar.
Oración
Te pido, Señor, que tengamos siempre viva la esperanza y la fe en tu amor incondicional. Que sepamos mantener siempre viva y encendida la mirada hacia la salvación eterna, y que podamos encontrar descanso y paz en nuestro camino.
Pater noster...
Decimocuarta Estación
Jesús es puesto en el sepulcro
Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús (Jn19,41-42).
Meditación
No te veo ya, Jesús, ahora está oscuro. Caen sombras alargadas desde las colinas, y las lámparas del Shabbat inundan Jerusalén, fuera de las casas y en las habitaciones. Golpean las puertas del cielo, cerrado e impenetrable. ¿Para quién es tanta soledad? ¿Quién puede dormir en una noche así? Resuenan en la ciudad el llanto de los niños, los cantos de las madres, las rondas de los soldados. Muere el día, y solo tú te has dormido. ¿Duermes? ¿Y cuál es tu lecho? ¿Qué manta te oculta del mundo?
José de Arimatea ha seguido tus pasos desde lejos, y ahora sin hacer rumor te acompaña en el sueño, te quita de las miradas de los indignados y los malvados. Una sábana envuelve tu frío, seca la sangre y el sudor y las lágrimas. De la cruz desciendes, con ligereza, José te lleva sobre las espaldas, pero eres ligero: no cargas el peso de la muerte, ni del odio, ni del rencor. Duermes como cuando te envolvieron en la cálida paja y otro José te tenía en brazos. Igual que entonces no había lugar para ti, tampoco ahora tienes dónde reclinar la cabeza; pero en el Calvario, en la dura cerviz del mundo, crece ahí un jardín donde nadie ha sido sepultado aún.
¿A dónde te has ido, Jesús? ¿A dónde has descendido, si no es a lo más profundo? ¿A dónde, si no es a ese lugar todavía intacto, a la cámara más angosta? Estás atrapado en nuestros mismos lazos, en nuestra misma tristeza estás encerrado. Has caminado como nosotros sobre la tierra, y ahora, bajo tierra, como nosotros, encuentras espacio.
Querría correr lejos, pero tú estás dentro de mí; no debo salir a buscarte, porque tú llamas a mi puerta.
Oración
Te rezo a ti, Señor, que no te has manifestado en la gloria sino en el silencio de una noche oscura. Tú que no miras la superficie, sino que ves en lo secreto y entras en lo más profundo, desde lo hondo escucha nuestra voz: que podamos, los que estamos cansados, descansar en ti, reconocer en ti nuestro origen, ver en el amor de tu rostro dormido nuestra belleza perdida.
Pater noster...
* * *
Después de meditar las 14 estaciones del camino de la cruz, el Santo Padre invitó a dirigir nuestra mirada al Señor, una mirada de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza, al igual que hizo el buen ladrón.
Meditación del Santo Padre
Señor Jesús, nuestra mirada se dirige a ti, lleno de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza.
Ante tu supremo amor nos invade la vergüenza por haberte dejado solo sufriendo por nuestros pecados: la vergüenza por haber huido ante la prueba a pesar de haberte dicho miles de veces: “incluso si todos te dejan, yo no te dejaré jamás”; la vergüenza de haber elegido a Barrabas y no a ti, el poder y no a ti, la apariencia y no a ti, el dios dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad; la vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón, cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: ¡si tú eres el mesías, sálvate y nosotros creeremos!; la vergüenza porque tantas personas, e incluso algunos de tus ministros, se han dejado engañar por la ambición y por la vanagloria perdiendo su dignidad y su primer amor; la vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, os ancianos son marginados; la vergüenza de haber perdido la vergüenza; ¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza!
Ante tu suprema majestad se enciende, en las tinieblas de nuestra desesperación, un rayo de esperanza porque sabemos que tu única medida de amarnos es aquella de amarnos sin medida; la esperanza para que tu mensaje continúe inspirando, incluso hoy, a tantas personas y pueblos a que sólo el bien puede derrotar al mal y la maldad, sólo el perdón puede abatir el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad y el miedo al otro; la esperanza para que tu sacrificio continúe, también hoy, emanando el perfume de amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrando sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad en este nuestro mundo devorado por la lógica del provecho y de la ganancia fácil; la esperanza para que tantos misioneros y misioneras continúen, también hoy, desafiando la dormida conciencia de la humanidad arriesgando la vida para servirte en los pobres, en los descartados, en los emarginados, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos y en los encarcelados; la esperanza para que tu Iglesia, santa y hecha de pecadores, continúe, también hoy, no obstante todos los intentos de desacreditarla, a ser una luz que ilumina, anima, alivia, y testimonia tu amor ilimitado a la humanidad, un modelo de altruismo, una arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad; la esperanza porque de tu cruz, fruto de la avidez y cobardía de tantos doctores de la Ley e hipócritas, ha surgido la Resurrección transformando las tinieblas de la tumba en el esplendor del alba del Domingo sin ocaso, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa esperanza!
Ayúdanos, Hijo del hombre, a despojarnos de la arrogancia del ladrón colocado a tu izquierda y de los miopes y de los corruptos, que han visto en ti una oportunidad para aprovechar, un condenado por criticar, un derrotado para burlarse, otra ocasión para echar sobre los demás, e incluso sobre Dios, sus propias culpas.
Te pedimos en cambio, Hijo de Dios, de identificarnos con el buen ladrón que te ha mirado con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que, con los ojos de la fe, ha visto en tu aparente derrota la divina victoria y así se ha arrodillado ante tu misericordia y con honestidad ha robado el paraíso. ¡Amen!