He oído la historia varias veces, aunque sin demasiadas concreciones. En resumidas cuentas, era más o menos de este tenor:
Nos situamos en tiempos de la reforma protestante. Un grupo de “reformados” acudió a un sacerdote católico solicitándole pasara a engrosar sus filas. Era un sacerdote de vida parece del todo licenciosa con desprecio práctico absoluto al llamado sexto mandamiento. Por eso les sorprendió la negativa del presbítero a abandonar la iglesia católica y pasarse a los seguidores de Lutero. Pero hombre, le decían, con esa vida que llevas, mejor estarías siendo pastor protestante. Respondió el sacerdote: “pecador, más que nadie; hereje, nunca”.
Cuento este suceso sin poder confirmar su veracidad. En todo caso, “se non è vero, è ben trovato".
Viene la cosa a cuento porque de cuando en cuando aparecen comentaristas cuestionando la santidad de un servidor y de mis lectores y comentaristas, así como la calidad y eficacia de la acción pastoral de mi parroquia.
No hacen falta que cuestionen mi santidad personal, de la que estoy, desgraciadamente para mí y para todo el cuerpo místico, bastante lejos. Les escribe un pecador, un hombre con demasiadas contradicciones en su vida, un necesitado de la misericordia de Dios. Tampoco necesitan abrir interrogantes sobre la perfección de los comentaristas. Conozco a varios, algunos incluso en confesión y dirección espiritual, y ya les digo yo que no son angelitos del cielo.
En cuanto a la vida pastoral de la parroquia, a pesar de las pequeñas cosas que vamos consiguiendo, no es que haya lagunas, es que los grandes lagos se nos quedan chicos.
Dicho esto, no me saquen conclusiones, no me vengan ahora que entonces mejor callados, porque si para hablar de algo hay que ser coherentes al cien por cien, me temo que se extenderá por toda la tierra en general, y por la Iglesia en particular, un silencio que solo podrá romperse con la lectura de la Sagrada Escritura, y eso contando con que hubiera una grabadora que tomara todas las palabras ad pedem litterae.
Pecadores si, y si quieren más que nadie. Parroquia deficitaria pastoralmente, también. Pero una cosa es que seamos imperfectos y otra que eso sea excusa para dar por bueno lo que no es, por correcto lo errado, por doctrina una herejía y por liturgia dos ocurrencias. Es que el hecho de que servidor sea pecador no me impide hablar de la maldad del pecado, y una cosa es que este que escribe rece menos de lo que debiera, y otra que ponga en duda el valor y la necesidad de la oración.
Dicho esto, no hace falta que nos recuerden las propias imperfecciones. Ahora bien, si por ser pecadores se piensan que vamos a callar, dar por bueno lo que no lo es, tragar mosquitos y abejorros, y convertir la doctrina de Cristo y de la Iglesia en un vacuo y simple lo importante es que nos queramos, ya les digo que por ahí no van a encontrarnos.
¿Está claro? Me alegro.
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