De pluma ajema: Del Logos al “logo” (Arte moderno y arte modernista)

 Por Eduardo Peralta

 

“Yo detesto a la gente que habla de lo “bello”.

¿Qué es lo bello? ¡En la pintura hay que hablar de problemas!

Los cuadros no son otra cosa que investigación y experimento.

Nunca pinto una obra de “arte”.

Todos mis cuadros son investigaciones.”[1] (Pablo Picasso)

 

El arte y las imágenes modernistas

            Cada vez que tratamos de modo crítico un tema relacionado al arte, ya sea música, literatura, teatro, danza, etc., nos vemos obligados a advertir que es necesario para una mayor comprensión, un estudio previo y ulterior sobre temas de la estética filosófica en general como la relación entre el Arte y Belleza, su relación con la Moral y cuanto de ello se desprenda. Esta ocasión no será muy distinta ya que la fundamentación estética se hace imprescindible y sin ella no es posible abarcar el plano artístico como se merece.

            No podemos decir que lo que nos motivó a escribir sea llamado “arte”, al contrario más bien. Hablamos de la reciente aparición del logotipo de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (2019). La “obra”, realizada por una joven de 20 años estudiante de arquitectura, fue seleccionada entre otros 103 propuestas de dibujos. La evaluación estuvo a cargo del Comité Ejecutivo de la JMJ y el Dicasterio para los Laicos, la Familia y Vida, en Roma.

            Entre este dibujo y el Guernica o la Mujer llorando de Pablo Picasso, sólo hay un siglo de distancia. En cuanto a lo formal y estético puede decirse que son intercambiables el uno con los otros. Hay una diferencia, sí, que probablemente agrava la cuestión. Picasso pintaba aquellas obras desde su concepción atea y revolucionaria, consciente de que la pintura no está hecha para decorar apartamentos, sino que es un instrumento de guerra y de ofensiva contra el enemigo[2]. En 1944 confesará: “yo soy un comunista, y mi pintura es una pintura comunista”. Por eso es que el famoso “Guernica”, de 1936, fue tomado como emblema de la lucha antifranquista. El nuevo logo del que hablamos, por su parte, tendría como fin la representación de María Santísima en el momento del “fiat”, entre otros simbolismos ininteligibles como el istmo y el canal de Panamá o la “Cruz Peregrina”. El mensaje que se quiso trasmitir a los jóvenes del mundo, según el Arzobispo de Panamá Ulloa Mendieta, es la grandeza de corazón de un país pequeño, que está abierto a todos sin excluir a nadie, de la mano de la Virgen María como “modelo de joven valiente, comprometida y generosa que supo decir sí ante el llamado de Dios”. Los jóvenes, dice Monseñor, “son capaces de transformarlo todo, positivamente, arriesgándose como lo hizo la adolescente María de Nazaret”[3].

            Si definimos al arte como la recta ratio factibilium[4], la recta razón de la obra a realizar; si decimos que es una virtud intelectual ligada a la Prudencia; si afirmamos que toda obra de arte debe estar revestida de Belleza y que ésta es el objeto del arte; y si definimos a ésta última con Santo Tomás de Aquino como lo que visto agrada[5] pulchrum est quod visus placet–; entonces, no podemos decir que este como otros tantos garabatos que se han producido, sean artísticos o bellos. Por tanto, al carecer de Belleza, no son más que una manifestación de la fealdad y lo caótico.

            A diario nos invaden estos logotipos e ilustraciones que intentan reflejar un mensaje religioso, cargados de sentimentalismo modernista y de un marcado antropocentrismo inmanentista. Las ilustraciones de las JMJ son un claro ejemplo de ello, dejamos al lector que pase revista en casa. En nuestros días también  se difunden imágenes de Jesucristo, la Virgen María[6] en sus distintas advocaciones y apariciones, y de todo tipo de santos, con características infantiles, “aguadas”, sentimentalizadas[7]. Nada semejante a lo que el mismo Dios ha revelado o al modo en que la misma Virgen Santísima ha querido mostrarse al mundo, por ejemplo, a través de la Tilma de Guadalupe. Nos preguntamos qué sentido tiene rebajar y secularizar la milagrosa obra de arte que es el manto de la Guadalupana, con trazos simples que de ninguna manera eleva nuestro espíritu, ni establece diferencia entre lo sagrado y lo profano.

            Otro claro ejemplo es el mismísimo escudo de la Acción Católica Argentina, que ha dejado de significar y representar su idea y su logos originario. De una Cruz en campo de plata –cruz del estilo Templario, vale decir–, que simbolizaba a Cristo y su cruz en la vida del cristiano militante que es pura como el metal, se ha pasado a unas líneas cruzadas a mano alzada casi por accidente, en un campo indefinido, ya que los límites del antiguo escudo se borraron. Todo el simbolismo heráldico del emblema ha sido tristemente ultrajado. Pero todo ello era de esperar si los límites de la sana doctrina ya habían sido violentados para dar paso a un modernismo que nada tiene que ver con el sentido de la Iglesia militante.

            Ejemplos para ilustrar lo que decimos sobreabundan. Pero regresemos a nuestra reflexión artística teniendo en cuenta que la autora del logo en cuestión, Ambar Calvo, confiesa que desde los 12 años siente una “afinidad por el arte como medio de expresión”, y su intención para el dibujo propuesto fue “la ternura y la entrega de María en su mejor escena: el Hágase”. Pues bien, a nadie se le ocurre pensar en el “sí” de María y en la Encarnación del Verbo al observar dicho dibujo. Pero el alma se exalta y no deja de sorprenderse y extasiarse, por ejemplo, ante una imagen como la “Anunciación” de Fra Angélico.

            No es un capricho intelectualista –como creen algunos– traer a la mesa del debate una definición de Belleza, como hicimos más arriba. Diremos todavía más. El Aquinate completa su explicación señalando tres características de la belleza: integridad (forma un todo), consonancia o debida proporción, y claridad o esplendor[8]. Y en su De Regimini Principis, Santo Tomás agrega que:

            “el bien proviene de una causa perfecta, en cualquier cosa en que lo encontremos, en la cual se unifican todas aquellas perfecciones que pueden ayudar al bien; en cambio lo malo procede de cualquier defecto singular. Pues no se da la hermosura en un cuerpo, si no están bien dispuestos todos los miembros, en cambio se ve feo cuando un solo miembro está fuera de lugar. Así, pues, lo feo puede provenir de una u otra causa; en cambio lo bello, de la unión de todas las causas para formar una perfecta”[9].

            En otras palabras lo resumía San Agustín, diciendo que no hay nada ordenado que no sea bello: como dice el Apóstol, todo orden viene de Dios[10]. En contraste, no es posible ya hablar de belleza al tropezar con ilustraciones que no hacen más que acentuar la desproporción, la desmesura y el desorden.

    Más cercano a nuestros días, el Papa Benedicto XVI reflexionaba sobre el arte en el parágrafo 41 de su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis. El principio de la Belleza es válido para todo el arte –señalaba– sobre todo en el arte sacro: especialmente la pintura y la escultura, en los que la iconografía religiosa se ha de orientar a la mistagogía sacramental. Si bien un logotipo no ingresaría en lo que se llama arte sacro, es importante recordar esta finalidad que advierte el Pontífice.

            Tristemente se ha hecho caso omiso de todo cuanto venimos detallando. Se ha dejado de lado la invitación que el mismo Papa San Juan Pablo II diera a los artistas en 1999. La Iglesia, reconocía el Pontífice, “necesita” de quienes abarquen el plano “figurativo, sirviéndose de las infinitas posibilidades de las imágenes y de sus connotaciones simbólicas”, ya que “Cristo mismo ha utilizado abundantemente las imágenes en su predicación, en plena coherencia con la decisión de ser Él mismo, en la Encarnación, icono del Dios invisible”[11]. Asistimos al rechazo de cuanto se ha enseñado sobre la Vía Pulchritudinis, la vía de la Belleza, como camino para el encuentro con Dios desde la contemplación de las creaturas y las obras bellas producidas por el Hombre, o como expresara Leopoldo Marechal, el ascenso y descenso del alma por la Belleza. Existe inclusive un extenso documento del Pontificio Consejo para la Cultura, publicado en 2006, llamado “La Via Pulchritudinis, camino de evangelización y de diálogo”. Por el contrario, dejando todo esto de lado, en nombre de la Evangelización se premia y publica la expresión de la fealdad, aún cuando el Concilio Vaticano II -en el que se amparan los promotores de estos abusos- dejó expresado la “gran importancia” del arte en la vida de los hombres (Gaudium et Spes, 62), y que lo más perfecto del arte, el arte sacro, es capaz a través de lo bello, de “reflejar de algún modo la infinita belleza de Dios y de dirigir el pensamiento de los hombres hacia Él” (Sacrosanctum Concilium, 122).

 

Lo que realmente representa esta imagen

            Pero, ¿cuál es el trasfondo estético que caracteriza al dibujo en cuestión?, ¿de qué tipo de “arte” hablamos?

            No estamos haciendo una simple “humorada” al establecer una comparación con el gran revolucionario del arte pictórico Pablo Picasso. En efecto, el Cubismo fundado por él fue un rechazo por todo lo figurativo, una evasión de lo concreto en pos de la pura idea. De ahí que se hable de arte abstracto o conceptual.

            El Romanticismo ya había echado sus raíces y el impresionismo no tenía más que decirle al mundo con su naturalismo positivista[12]. Por consiguiente el movimiento expresionista, desde Alemania hacia el mundo, inauguró el siglo XX con una reacción al impresionismo. Se manifestó como una constante deformación de la realdad al intentar expresar de forma más subjetiva –subjetivista– al ser humano. La primacía la tenía la manifestación de los sentimientos, como consecuencia de la realidad histórica del período de entreguerras. La libertad individual entendida como libertinaje en aquellos tiempos ya dominaba la vanguardia artística. Paralelamente estaban esparcidas por el mundo las teorías del Psicoanálisis, cobrando cada vez más adeptos. Este fue el escenario en el que Pablo Picasso avanzaría todavía “más allá” en la degradación estética. La reducción de la forma a lo geométrico, y de la perspectiva a un relativismo subjetivo que daba lugar a un completo caos visual, fueron los pilares de esta escuela pictórica.

            Resultan de interés las palabras de Alberto Boixadós cuando, al comentar las obras del pintor español, señala que “llevaban el sello del genio diabólico, atacando esta vez la obra maestra de la Creación misma”. “Sé bien que Picasso, consultado, se disculparía diciendo que en estas obras había sido guiado por otro sentimiento distinto al de la búsqueda de la belleza”[13].

            José Ortega y Gasset no se privó de hacer un descargo sobre este movimiento pseudoartístico. Entre otras producciones lo llevó a cabo en unos párrafos muy elocuentes de su opúsculo Sobre el punto de vista en las artes. Allí define el cubismo como una mezcolanza, un turbio jirón, un equívoco. Picasso “aniquila la forma cerrada del objeto… sin otra misión que servir de cifra simbólica a ideas”. En la impresión –dice Ortega– se ha llegado al mínimo de objetividad exterior. En efecto, como decíamos más arriba, se rechaza lo real y concreto o lo que percibe el sentido de la vista. Pero no sólo eso, sino que se establecía un “salto” detrás de la retina que “invertía por completo la pintura y su función y, en vez de meternos en lo que está fuera, se esforzaba por volcar sobre el lienzo lo que está dentro: los objetos ideales inventados”.

            Esta carencia de belleza, transmutó al surrealismo, dadaísmo y otras vertientes como el fauvismo, futurismo, informalismo, constructivismo, llegando varios años después al denominado pop-art y sus derivados (schoker-pop, porno-art, epidermial-art, arte psicodélico, etc.); luego vendría el minimalismo, el arte pobre, y un largo etcétera. No hay límites ni barreras estéticas o morales para el antojo del artista que se encuentra frente al lienzo, si es que todavía se utiliza este arcaico material. De tal modo se llega, como señala Rodolfo Papa, a “un «concepto» de belleza construido por algunos teóricos sin nexo alguno con la realidad y con la visión”[14].

            Lo verdaderamente importante de toda esta cuestión, es que hay un fundamento metafísico que se rompe y destruye con este tipo de producciones. Ni más ni menos que la destrucción de la realidad, de la materia y de la forma. Por eso cuando se habla de “deformidad”, no se reduce a la figura externa, sino a la forma, al Ser mismo de la obra de arte. Si la forma no vive sino en la materia, al separarlos en un intento de expresión, se termina por aniquilar la realidad tal y como existe en la naturaleza. En la estética de Hegel, se reduce lo formal a lo que llamamos figura, es decir, a lo exterior. Este pensador idealista valora la obra de arte como expresión o manifestación del “espíritu”, y por ello, al oponer dialécticamente lo material y lo formal, necesariamente se llega a la conclusión según la cual el arte debe morir (al menos el arte conocido hasta entonces por Hegel). Consecuencia de ello es que distingamos entre obras figurativas en las que hay un soporte de la forma, que es algo sensible, el “objeto”, identificable en el mundo de las cosas; y las no figurativas, en las cuales prevalece la composición inventada por el artista.

            Estas consideraciones, que tomamos de un enjundioso artículo del Profesor Dennis Cardozo Biritos[15], permiten comprender las causas más profundas del deterioro artístico. En dichas páginas se analiza entre otras consecuencias del arte moderno, la destrucción de la figura y del rostro humano por parte del expresionismo, transformándolos “en algo monstruoso en beneficio de una pretendida expresión que no lo es de lo propiamente humano, sino de una concepción trágica y pesimista de la vida”[16]. De este modo el cubismo terminó por “reducir el rostro humano a un diagrama”, por lo que la pretensión de eliminar el tiempo para mostrar simultáneamente todas las partes del objeto, “transforma al hombre en un monstruo”[17]. Por eso es inexacto comparar una pintura cubista o absracta, con el garabato de un niño de tres años de edad: el niño carece de motricidad fina, pero el pintor cubista carece de sentido estético.

            El arte conceptual no-figurativo, en el que tranquilamente podríamos situar la ilustración de la JMJ, se caracteriza por cuatro atributos principales, según refiere el precitado Cardozo Biritos[18]: 1°) Desaparicióndel objeto, no hay una realidad estética, formal, sino sólo “señales”. Véase cómo ni siquiera existe una corona para la Virgen en el logotipo, sino cinco pequeños círculos que sugieren una posible corona además de los cinco continentes. 2°) Logicismo, en el que se utiliza un meta-lenguaje, que abstrae y va “más allá”, al plano del concepto. En nuestro caso, lo que la autora tiene en  mente, su propia conceptualización ajena al plano de lo real. 3°) Racionalismo: se intenta dar una explicación racional de la creación artística. De hecho si no se nos da una explicación que justifique el intento de representar el Istmo de Panamá con su respectivo canal, jamás nos hubiésemos enterado de tal representación. Lo mismo cabe para un supuesto corazón, la corona y la mismísima Virgen María. 4°) Activismo, porque se acentúa la actividad del espectador transfiriéndole el proceso productivo, “proceso productivo de recepción”, en la cual la “obra” es sólo una señal desencadenante. En el dibujo de la JMJ, no queda más que el trabajo interpretativo de quien lo observa para encontrar un significado posible. No se trata de la actividad contemplativa fruto de la observación de la obra bella. Probablemente lo mejor que pueda provocar en el observador sea la duda: “¿qué es esto?”.

El “logo” y el “logos”

 

            El término logos nos brinda un gran aporte para lo que intentamos exponer. Su origen es griego (λόγος), y su significado no es otro que “palabra", “verbo", y a partir de allí se extiende a “concepto", “idea", “discurso", “imágen", etc. En la filosofía griega, con sus distintos matices, el Logos tiene un sentido muy particular. Para Heráclito, por ejemplo, el logos es la razón universal que domina el mundo y que hace posible un orden, una justicia y un destino. Los estoicos admitieron el Logos como divinidad creadora y como principio viviente de la Naturaleza. Para Platón, el vocablo representaría también un intermediario inteligible en la formación del mundo. Sin embargo, la filosofía y la teología cristiana, redefinirá el Logos como el mismo Dios. “En el principio era el Verbo”, el Logos, “y el Verbo era Dios”,señala el principio del Evangelio según San Juan, y “se hizo carne”.

            Atendiendo a las consideraciones lingüísticas, podemos agregar además que, así como el lenguaje remite una realidad, que existe en sí, del mismo modo una imagen es reflejo de una realidad. La imagen, como la palabra, remite al ser de las cosas. Y esto de modo especial cuando tiene noción de signo, es decir, de aquello que expresa una realidad distinta de sí, pero remitiendo y llevándonos a ella. De este modo el dibujo de una cruz manifiesta algo distinto a los dos trazos dibujados, pero nos remite y nos lleva hacia la Cruz de Cristo, por ejemplo.

            El ejemplo de la cruz nos ayudará todavía más a nuestra comprensión. Romano Guardini, en su célebre obra Los Signos Sagrados, comienza hablando sobre la importancia de la señal de la cruz, el santiguarse, haciendo hincapié en la importancia de realizarlo correctamente. En nuestro caso podríamos hablar de trazar la cruz –en el papel, en el lienzo– de modo correcto. Esto se debe a que “es signo de totalidad y signo de redención. En la Cruz nos redimió el Señor a todos, y por la Cruz santifica hasta la última fibra del ser humano”. “Signo más sagrado que este no hay”, dice Guardini[19]. Páginas más adelante realiza una advertencia respecto del acto de ver y de la imagen, precisamente hablando de los signos:

“…hemos de ir reconquistando lo que tiempo ha poseíamos, para que vuelva a ser realmente nuestro. Un ver exacto, un oír exacto y un obrar exacto es el supremo arte de aprender a ver y de llegar a saber. En tanto no lo conseguimos, todo permanece para nosotros mudo y oscuro; pero una vez logrado, las cosas se manifiestan como son; demuestran su interior, y de ahí, de su esencia, va adquiriendo forma lo que de fuera aparece. Y comprobarás que precisamente las cosas más a la vista, las acciones cotidianas, encierran los secretos más profundos. En lo más simple se esconde el misterio más sublime.”[20]

            No es casual que estemos explicando el vocablo logos, al tiempo que esbozamos una crítica hacia un dibujo que se hace llamar también logo. Hay un correcto modo de ver, como también hay un correcto modo de representar y significar algo. Destruir, atacar y ultrajar la palabra es atentar al ser mismo de las cosas. Asimismo, rechazar la imagen que verdaderamente representa la realidad, no haciendo otra cosa que difundiendo lo diametralmente opuesto, no es otra cosa que dar el mismo golpe artero hacia las esencias de las cosas. Cobran sentido las palabras de Ortega y Gasset, cuando afirmaba que “lejosde ir el pintor más o menos torpemente hacia la realidad, se ve que ha ido contra ella. Se ha propuesto denodadamente deformarla, romper su estado humano, deshumanizarla”[21].

            Esta es la profunda explicación que subyace a aquella escena en la que al ver estos dibujos, como el logotipo de la JMJ, nos veamos obligados –porque la misma realidad se nos impone–, a preguntarnos: ¿qué quiere decir esto?, ¿qué significa? Pues no, no significa nada. Nada que no sea fealdad y caos[22].

Falsedad y esterilidad del «arte» moderno

            Se entenderá lo que decimos si se escucha al mismo Picasso cuando afirmaba que no hay más diferencia en el arte que el de éste con la naturaleza. En definitiva, las reglas y los límites son de la naturaleza, lo demás es arte. La única diferencia entre las distintas formas de arte, según él, es su grado de convicción. Por eso añade:

            “Desde el punto de vista del arte, no hay formas concretas o abstractas, sino sólo formas que constituyen mentiras más o menos convincentes. No cabe duda de que estas mentiras son necesarias para nuestro ser espiritual, pues con ellas damos forma a nuestra imagen estética del mundo”

            Y más adelante añade:

            “Todos sabemos que el arte no es verdad. El arte es una ficción que nos permite reconocer la verdad, al menos la verdad que se deja comprender por nosotros. El artista debe conocer sus caminos y sus medios para convencer a otros de la verdad de su ficción[23].

            La corriente moderna en el arte tuvo una aplicación totalitaria y radical. De tal manera que en nuestros días lo legítimo consistiría en “pintar mal”. Lo contrario, “pintar bien”, parece estar prohibido. Todo cuanto refiera orden y armonía, proporción y simetría, es anticuado y fascista. En el ámbito eclesial imbuido de modernismo teológico, todo lo que tenga un matiz de caótico y desproporcionado tiene un lugar de privilegio, desde lo arquitectónico y pictórico hasta lo más íntimo de la Liturgia reformada o “deformada”.

            Tristemente estas manifestaciones estéticas pseudo-religiosas, son un reflejo del mundo que nos rodea y se encuentran en un callejón sin salida, carentes de frutos buenos. “Signo de nuestro tiempo –explicaba el Padre Leonardo Castellani–, el arte caótico y degenerado no hace más que expresar en sus extravíos a la época atea convulsa, y en justo castigo, es herido de esterilidad”[24].

            ¿Qué podría esperarse entonces de un simple y pequeño logo de una jornada de jóvenes del mundo? Por lo pronto, no podemos pedirle proporción, ni belleza, ni orden, ni esplendor de las formas o de la verdad. Sabemos que los trascendentales, Verdad, Bondad y Belleza son convertibles entre sí. Se expresan mutuamente. Así lo ha enseñado siempre la filosofía aristotélico-tomista. Inclusive, en el parágrafo tercero de la carta que citábamos anteriormente del Papa Juan Pablo II a los artistas, se hace clarísima alusión a ello. Decía el Papa: “La relación entre lo bueno y bello suscita sugestivas reflexiones. La belleza es en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza”.

            Podemos concluir entonces, sin eufemismos ni exageraciones, que nuestro logotipo no es nada bueno ni verdadero por no ser nada bello. Lejos está de la Verdad, pero muy cerca lo está del engaño y de la mentira de la que hablaba Pablo Picasso. Lejos está de ser imago Dei, epifanía del Verbo Eterno, del Logos Creador, de la Verdad Eterna y la Belleza increada.

Eduardo Peralta.

San Juan, mayo de 2017.

para Que no te la cuenten…



[1] Cfr. Liberman, A, Picasso, en Vague, 1° de noviembre de 1956.

[2] Nota publicada en Buenos Aires, en el Nº 96 de “Nuestra Palabra” –órgano de prensa del Partido Comunista– del 21 de mayo de 1975. Citado por Gustavo A. Ferrari, El arte y la expresión sensible, en  CURSOS DE CULTURA CATÓLICA, El Hombre, ¿Un problema? ¿Un absurdo? ¿Un misterio?, Vol. VIII, UCA, 1990, p. 143.

[4] Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI, c. 4.

[5] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 5, a. 4 ad I. El término “visto” no hace referencia tan sólo al sentido externo de la vista –o al oído en caso de lo musical–, sino también a lo que es visto con la inteligencia.

[6] Nótese cómo no sólo la imagen, sino también las palabras rebajan la figura y dignidad de la Madre de Dios. Se habla por ejemplo de la “adolescente María de Nazareth”, o de aquella “joven valiente”, etc. Pero aquella adolescente no era la simple María de Nazareth, como existe también una adolescente Juana de Haití; se trata nada menos que de la Madre de Dios, por lo que es Santísima, Purísima e Inmaculada, la más santa y la más pura. Es de lamentar también que el mismo Santo Padre haya utilizado el término “joven Mujer de Nazareth”, y también “María es poco más que una adolescente”, en un mensaje reciente sobre la Jornada Mundial de la Juventud. En dicho texto se nombra a “María” 27 veces, y sólo 6 aparece el término “Virgen”; solamente tres veces se dice “Virgen María”. Al mismo tiempo, “María” se la relaciona dos veces con “joven” y una con “adolescente”. Por otra parte, no aparecen los términos “Santísima” o “Santa” para referirse a la Virgen María. El término “madre”, no aparece precediendo a “Dios”, sino una vez, como “joven madre”. Cfr. Mensaje para la XXXII Jornada Mundial de la Juventud, 21 de marzo de 2017, puede verse en: https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2017/03/21/mesn.html .

[7] Es de advertir que denunciamos el “sentimentalismo” y no una posible y legítima dirección de la obra artística a mover a la piedad a través del sentimiento. Es una dimensión del Hombre que no se puede dejar de lado, pero es erróneo acentuarlo y exacerbarlo en desmedro y anulación de los demás.

[8] Ídem, I, q. 39, a. 8.

[9]De regimine principis, I, 3.

[10] San Agustín, De Vera Religione, cap. XLI.

[11] Juan Pablo II, Carta a los Artistas, del 4 de abril de 1999, n° 12.

[12] Ortega y Gasset nota que el subjetivismo se fue “haciendo más radical, y hacia 1880, mientras los impresionistas fijaban en los lienzos puras sensaciones, los filósofos del extremo positivismo reducían la realidad universal a sensaciones puras”. Cfr. Ortega y Gasset, Sobre el punto de vista en las artes, Revista de occidente, febrero de 1924, pp. 98-99.

[13] Cfr. Alberto Boixadós, Arte y Subversión, 4ª edición, SIBI, Miami, 1982, p. 29. Cabe advertir aquí, que una de las palabras dichas por Picasso, y que el mismo Boixadós cita (pp. 22-23), no es auténtica ni fidedigna. El autor toma una entrevista publicada en la revista L’Association Populaire des Amis des Musées (Le Musée Vivant, n° 17-18, de 1963), pero estas declaraciones de Picasso fueron publicadas por primera vez por Giovanni Papini, en su famoso libro de entrevistas imaginarias llamado El Libro Negro, publicado por primera vez en 1951. Son palabras que no pueden ser tomadas como verdaderas, por verosímiles que nos parezcan.

[14] Rodolfo Papa, La “belleza” que no es, en su columna semanal sobre arte en el sitio www.zenit.org, martes 1º de febrero de 2011.

[15] Dennis Cardozo, Biritos, La contaminación del arte por lo disforme, en AA. VV., La Contaminación Ambiental, OIKOS, Buenos Aires, 1979, pp. 231-249.

[16] Cfr. Ídem, p. 240.

[19] Romano Guardini, Los Signos Sagrados, 2da edición, Editorial Litúrgica Española, Barcelona, 1965, p. 13.

[21] Ortega y Gasset, La deshumanización del arte, Porrúa, México, 2007, p. 19.

[23] Cfr. Herbert Read, Filosofía del Arte Moderno, Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1960, pp. 169 y 170.

[24] Leonardo Castellani, El Arte de las Parábolas, apéndice de Doce Parábolas Cimarronas, Itinerarium, Bs. As., 1960.

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