Antes de ayer releí en diagonal mi Cyclus Apocalypticus, mi primera novela. Me reconcilié con ella. Ahora, mi Cyclus redivivo debe ser una obra a la altura del buen concepto que todo escritor se forja de sí mismo cuando pasa de los cuarenta (años). Claro que acercándose uno a los cincuenta, comienza a volverse descuidado. A los escritores nos sucede como a los criminales, la repetición de nuestros delitos nos va volviendo descuidados.
En estos días he leído, releído, estudiado y meditado el Apocalipsis. O mejor dicho, la gran confrontación entre los dos carneros, el de oriente y occidente. Qué curioso, cuando uno tiene menos de treinta años (como era mi caso), todo lo ve más claro. Ahora, un cuarto de siglo después, el texto me aparece con sus oscuridades más precisas, más delimitadas, más patentes. Y uno tiene más clara conciencia de las propias limitaciones.
Cuando es joven, no se da cuenta de las arenas movedizas. Uno corretea por ellas con más alegría, con más alegría y soberbia.
En fin, seguiré trabajando en esta novela. De momento, todavía sigo indagando en la estructura teológica.
El mayor problema al que me enfrento es que quiero que la novela se sitúe en los próximos veinte años y me parece demasiado poco tiempo para que todo lo que dice el Libro se pueda cumplir. Y, por otra parte, no hay un gran régimen unificado que pueda provocar una persecución universal. Bueno, vamos a ver, vamos a ver. Algo se me ocurrirá.
Es curioso, el personaje de Frank Underwood encarna mucho de mi Fromhein en mi Cyclus. Aunque el personaje de mi novela era más perverso, más encantador, más carismático y estaba en juego un imperio más grande, una Pax mucho más ambiciosa.
¿Quién será el Anticristo en mi futuro libro? ¿Cómo será? En la escena política, no lo veo para nada. Nadie de los que conozco puede serlo.
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