Antes de nada, amables lectores. ¿Cómo ven ustedes las cosas ahora mismo en la Iglesia?
Nadie dice nada. En voz alta, nadie, o mejor casi nadie. Porque uno es cura y claro, en cuanto hay oportunidad la gente te cuenta que si el papa, que si la Amoris laetitia, que si parece, que mira lo que me han dicho, pues si, pues no, pues… Que se habla de la situación actual de la Iglesia, es un hecho. Que hay un rumor sordo de cosas, también.
Ahora, la situación, aparentemente, se podría describir perfectamente en dos líneas. Una sería la línea más “papista” que ha pasado de relativizar al obispo de Roma, cuando no ningunear o incluso despreciar su figura y enseñanzas, y esto a voces y grandes titulares de prensa, a hacer gala de una papolatría como no se había visto por los siglos de los siglos amén. Francisco, Francisco, Francisco… Con desfachatez, descaro, tambores y fanfarrias.
Evidentemente no faltan las más duras palabras descalificadoras para los que callan y sobre todo para los que se atreven a decir algo. Ahí tienen las lindezas que se han dicho de los cuatro cardenales firmantes de una carta dirigida a su santidad y a la que siguen esperando respuesta casi tres meses después. Es decir, que abogamos por la democracia, la transparencia, el diálogo y una iglesia de todos hasta que a alguien se le ocurre preguntar. Preguntar por lo visto es ofender hasta el punto de que si no fuera por la inclinación evidente del papa Francisco a la misericordia podrían haber sido despojados incluso de la púrpura cardenalicia. Tela.
¿Y la gente que no ve claras las cosas? ¿Y los que las ven negras? ¿Y los que no están de acuerdo con Amoris Laetitia? ¿Y los que tienen la sensación de que nos estamos metiendo en un peligroso un camino empedrado de ambigüedad y claudicación ante los poderes de este mundo? Esos ¿qué dicen?
Pues decir, lo que se dice decir, nada. Básicamente por miedo. Porque hay mucha gente con miedo, aunque no lo parezca. Si a esos cuatro cardenales de la carta los amenazan con quitarles el capelo, imaginen lo que podría pasar no digo con un cura párroco, sino con un obispo cualquiera. Y la gente calla.
Silencio. Sobre todo, mucho silencio. Opiniones, encuentros, consultas, escritos, actividades. Silencio. No se dice que todo magnífico, porque no es verdad, pero a ver quién abre la boquita cuando los Franciscanos de la Inmaculada están como están, por ejemplo, y Vallejo Balda sigue en la cárcel vaticana. No es fácil decir lo que se piensa cuando lo menos que puede pasar es ser tachado de troglodita, ultraconservador, cavernario y recibir el estigma de antipapa, antifrancisco, y resistente a la nueva primavera eclesial, amén de fariseo, saduceo, falso como Judas y resistente al Espíritu.
Lo menos. Porque a otros les han dicho que si siguen hablando clarito están poniendo en peligro su misión, a otro que cuidadito con lo que dices del santo padre que está muy disgustado, y a otros me consta que les han dado un tironcillo de orejas, suave, eso sí, pero a buen entendedor… ¿Por qué? ¿Qué han hecho? Cualquier barbaridad, lo mismo hasta han celebrado por el modo extraordinario.
Pues eso, que aquí nadie dice nada. Los cardenales mudos. Los obispos más de lo mismo. Los curas bien, gracias. Y hasta los laicos prefieren ser prudentes, porque el papa es el papa y una cosa es discrepar de lo que haya que discrepar, y otra muy distinta atizar en público al sucesor de Pedro. Por eso nos debatimos entre un triunfante “¡Francisco, Francisco, Francisco!” y un muy humilde “recemos por el papa”.
Pero una cosa es que nadie diga nada, y otra muy diferente que no esté pasando nada. De momento, con sordina. Pero lo mismo cualquier día la gente callada empieza a hablar, y me da que puede ser pronto, y nos llevamos una sorpresa. Porque esto es lo de siempre. No hay oposición hasta que salta. ¿Y luego, qué?
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