La liturgia diaria meditada - No es voluntad de vuestro Padre que se pierda uno solo de estos pequeños (Mt 18,12-14) 06/12



Martes 06 de Diciembre de 2016
Misa a elección:

Feria. Morado.
San Nicolás, obispo. (ML). Blanco.

San Nicolás nació y vivió en el sudeste de Turquía, a mediados del siglo IV. Por haber sido tan amigo de los niños, a estos en su fiesta se reparten dulces y regalos, y como en alemán se llama “San Nikolaus”, lo empezaron a llamar Santa Claus, siendo representado como un anciano vestido de rojo, con una barba muy blanca, que pasaba de casa en casa repartiendo regalos y dulces a los niños. En Oriente lo llaman Nicolás de Myra, por la ciudad donde fue obispo, pero en Occidente se le llama Nicolás de Bari. Murió el 6 de diciembre del año 345.

Antífona de entrada         cf. Zac 14, 5.7
Vendrá el Señor, mi Dios, y todos los santos con él, y brillará en aquel día una gran luz.

Oración colecta    
Dios y Padre nuestro, que has hecho llegar tu salvación a todos los confines de la tierra; concédenos esperar con alegría el glorioso nacimiento de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

O bien:         de san Nicolás
Imploramos tu misericordia, Señor y Dios nuestro, y por la intercesión del obispo san Nicolás, líbranos de todos los peligros, para que podamos recorrer sin obstáculos el camino de la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Te pedimos, Dios nuestro, que te agraden nuestras humildes oraciones y ofrendas, y ya que carecemos de méritos propios socórrenos con tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión       cf. 2Tim 4, 8
El justo juez dará la corona de justicia a todos los que hayan aguardado con amor su venida.

Oración después de la comunión
Saciados con el alimento espiritual, te rogamos, Padre, que por la participación en este santo misterio, nos enseñes a valorar sabiamente las realidades terrenas con el corazón puesto en las celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura        Is 40, 1-11
Lectura del libro de Isaías.
¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies! Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Una voz dice: “¡Proclama!”. Y yo respondo: “¿Qué proclamaré?”. “Toda carne es hierba y toda su consistencia como la flor de los campos: la hierba se seca, la flor se marchita cuando sopla sobre ella el aliento del Señor. Sí, el pueblo es la hierba. La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”. Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá: “¡Aquí está su Dios!”. Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.
Palabra de Dios.

Comentario
El inicio de esta lectura es un mandato que Dios nos hace a cada uno de nosotros, y a las comunidades en su conjunto: “consuelen, consuelen a mi pueblo”. Dos veces la misma palabra –consuelen– suena a insistencia, para que nuestros oídos y nuestro corazón por fin puedan responder. Quizá, si no escuchamos el dolor de los hermanos, podamos escuchar la voz de Dios en esta celebración.

Sal 95, 1-3. 10ac. 11-13
R. ¡El Señor viene a gobernar la tierra!

Canten al Señor un canto nuevo, cante al Señor toda la tierra; canten al Señor, bendigan su Nombre, día tras día, proclamen su victoria. R.

Anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos. Digan entre las naciones: “¡El Señor reina! El Señor juzgará a los pueblos con rectitud”. R.

Alégrese el cielo y exulte la tierra, resuene el mar y todo lo que hay en él; regocíjese el campo con todos sus frutos, griten de gozo los árboles del bosque. R.

Griten de gozo delante del Señor, porque él viene a gobernar la tierra: Él gobernará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad. R.

Aleluya       
Aleluya. El día del Señor está cerca; él vendrá a salvarnos. Aleluya.

Evangelio     Mt 18, 12-14
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús dijo a sus discípulos: “¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre de ustedes, que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños”.
Palabra del Señor.

Comentario
El Señor sale a buscar lo que está perdido, aquello que nadie considera necesario buscar y encontrar, aquellos a los que a nadie preocupa que se pierdan. Dios se conmueve por los que han sido abandonados.

Oración introductoria
Padre mío, sé lo importante que soy para Ti. Permite que esta meditación me ayude a darte el gozo de ser esa oveja perdida que vuelve al redil en esta Navidad. No quiero seguir ignorando tu mensaje, tu llamado a la santidad.

Petición
Jesús, que sepa proponer a los demás la alegría y la paz que da el esfuerzo por vivir en el redil de los que cumplen la voluntad de tu Padre celestial.

Meditación 

Hoy, Jesús nos lanza un reto: «¿Qué os parece?» (Mt 18,12); ¿qué clase de misericordia practicas? Quizás nosotros, “católicos practicantes”, habiendo gustado muchas veces de la misericordia de Dios en sus sacramentos, estemos tentados a pensar que ya estamos justificados ante los ojos de Dios. Corremos el peligro de convertirnos inconscientemente en el fariseo que menosprecia al publicano (cf. Lc 18,9-14). Aunque no lo digamos en voz alta, quizás pensemos que estamos libres de culpa ante Dios. Algunos síntomas de que este orgullo farisaico echa raíces en nosotros pueden ser la impaciencia ante los defectos de los demás, o pensar que las advertencias nunca van para nosotros.

El “desobediente” profeta Jonás, un judío, se mantuvo inflexible cuando Dios mostró pena por los habitantes de Nínive. Yahvé reprochó la intolerancia de Jonás (cf. Jon 4,10-11). Aquella mirada humana ponía límites a la divina misericordia. ¿Acaso también nosotros ponemos límites a la misericordia de Dios? Hemos de prestar atención a la lección de Jesús: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Con toda probabilidad, ¡todavía nos queda un largo camino por recorrer para imitar la misericordia de Dios!

Jesús nos hace saber que Dios quiere que todos los hombres se salven y que no es su voluntad «que se pierda [ni] uno solo» (Mt 18,14). Con la parábola del pastor que busca la oveja que se ha perdido, nos presenta una figura que conmovió a los primeros cristianos. Es tan fuerte el querer de Dios de salvarnos que, desde estas palabras hasta la donación incondicional en la Cruz, es Cristo quien nos busca a cada uno para que —libremente— volvamos a la amistad con Él.

De la misma manera que Jesús, los cristianos hemos de tener este mismo sentimiento: ¡que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad!. Hay personas —el propio esposo o la esposa, los hijos, los parientes, los amigos, etc.— para los cuales nosotros, quizá, seamos la única oportunidad que les pueda facilitar la recuperación de la alegría de la fe y de la vida de la gracia.

Siempre podemos dejar el noventa y nueve por ciento de las cosas que nos llevamos entre manos, para rezar y ayudar a aquella persona que tenemos cerca, que amamos y que sabemos que padece alguna necesidad en su alma.

Con nuestra oración y mortificación, y con nuestra fe amorosa, les podemos alcanzar la gracia de la conversión, como santa Mónica consiguió que su hijo Agustín se convirtiera en el “primer hombre moderno” que sabe explicar en "Las confesiones" cómo la gracia actuó en él hasta llegar a la santidad.

A los primeros a quien Cristo Jesús quiere salvar en este Adviento es a nosotros mismos. Tal vez no seremos ovejas descarriadas, pero puede ser que tampoco estemos en un momento demasiado fervoroso en nuestro seguimiento del Pastor. Todos somos débiles y a veces nos distraemos del camino recto.

Cristo nos busca y nos espera. No sólo a los grandes pecadores y a los alejados, sino a nosotros, los cristianos que le seguimos con un ritmo más intenso, pero que también necesitamos el estímulo de estas llamadas y de la gracia de su amor. Somos nosotros mismo los invitados a confiar en Dios, a celebrar su perdón, a aprovechar la gracia de la Navidad. El que está en actitud de Adviento es Dios para con nosotros. Él se alegrará inmensamente si volvemos a Él.

Pero también nos enseña el evangelio a salir al encuentro de los demás, a ayudarles a salir de su desierto del alejamiento de Dios. Tal vez depende de nuestra actitud el que otras ovejas regresen al redil de Cristo en este Adviento. No tanto por nuestros discursos, sino por nuestra cercanía y acogida. Pidamos a la Madre del Buen Pastor muchas alegrías de conversiones.

Propósito
Transmitir mi alegría, esperanza y amor a Cristo a una persona alejada de la fe.

Diálogo con Cristo
Alabado seas Señor por darme esta experiencia en la oración. Tú eres mi buen pastor, la clave, la fuerza, el motor de mi ser y obrar. Quiero corresponder a tanto amor. No quiero terminar mi oración siendo el mismo. Dame la gracia de asemejarme más a tu santísima Madre el día de hoy. Especialmente permite que sea un buen pastor para los demás al dejar que seas Tú quien guíe toda mi vida.

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17:34

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