Siempre he afirmado que el nacionalismo se puede defender dentro de la democracia. Digo esto de antemano porque las palabras mías que van a seguir a algunos les parecerán, falsamente, que son antinacionalistas. Yo, en eso, como sacerdote, ni entro ni salgo.
Cuando los partidos nacionalistas catalanes organizaron un homenaje a Lluis Companys el pasado 15 de octubre (se acerca, por tanto, el siguiente aniversario), me parece que no sabían muy bien quién era este turbio personaje que nunca fue nacionalista y que fue el responsable de la muerte de miles de catalanes.
No voy aquí a contar su vida, documentadísima hasta el detalle y que hace totalmente imposible su defensa. Simplemente me limitaré a decir que, en unos juicios como los de Nuremberg, hubiera sido ahorcado por crímenes contra la Humanidad. Lo digo con verdadero conocimiento de causa de los procesos de Nuremberg.
Se le acusa de no haber hecho nada para evitar, por ejemplo, la muerte y tortura de cientos de sacerdotes catalanes. Pero basta escuchar su discurso titulado Concentración de fuerzas republicanas de izquierda para darse cuenta de su apoyo sin fisuras a ese exterminio religioso.
Así que la próxima vez que se planteen un acto público en relación a Companys, sugiero que sea para colocar debajo de su estatua una sola palabra rotunda en letras de acero inoxidable: perdonadme.
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