(347) Sínodo 2015. Relatio final 62-63: la anticoncepción sigue y prosigue (y II)

Matrimonio anticonceptivo

–No sabía yo que la anticoncepción es hoy uno de los más graves males que padece la Iglesia.

–Bueno, al parecer tampoco el Sínodo lo sabía.

Status quaestionis

En el artículo anterior, haciendo un poco historia de la cuestión, llegamos a comprobar que en muchas Iglesias locales, la anticoncepciónviene a ser practicada habitualmente sin apenas conciencia de culpa por la mayoría de los matrimonios católicos. Ello se debe principalmente a que –la doctrina católica que la prohibe ha sido resistida y silenciada sistemáticamente por muchos Pastores. De hecho, –la pastoral la fomenta o al menos la tolera, separándose completamente de la doctrina católica, que al menos en forma implícita, y muchas veces explícita, viene a considerarse una doctrina falsa, por excesivamente rigurosa, o que al menos, se considera inviable.

Reproduzco dos comentarios al citado artículo, que vienen a confirmar este diagnóstico de situación, aunque en dos sentidos diversos.

Comentario de Isabel.– Gracias por concretar esa penosa trayectoria pastoral, que me tocó vivir en el colegio de monjas y en los cursillos prematrimoniales. La confusión era bárbara. Se decía que mientras fueran métodos barrera o píldoras anovulatorias no abortivas eran lícitos, que incluso era lo responsable, porque se partía de que era muy difícil , si no imposible, pedir castidad a un matrimonio (o pareja, puesto que algunos ya convivían) e incluso que el amor conyugal estaba por encima de todo eso… Creo que el error pastoral partía de no entender como decía San Juan Pablo II la «gramática de las relaciones conyugales», planteando la castidad como restricción en lugar de como afirmación gozosa.

Comentario de Nacho.– …Por favor, revisen la realidad. Hasta el más católico de los matrimonios tiene sexo con anticonceptivos, salvo que estén realmente enfermos de la cabeza. saludos

Los tres males peores que hoy sufre la Iglesia en muchos lugares son 1) la ausencia a la Eucaristía dominical, 2) la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas y 3) la epidemia de los matrimonios anticonceptivos

Los tres males se causan entre sí y se potencian mutuamente. Y son muy suficientes para ir llevando una Iglesia local hacia su extinción. La anticoncepción es hoy la mayor fuerza destructora de los matrimonios, pues los pervierte y degrada, estabilizándolos en un estado de vida objetiva y gravemente pecaminoso; los profana, separando la unión indisoluble entre amor conyugal y apertura a la procreación, que es fin principal del matrimonio; y reduciendo la natalidad hasta extremos demográficamente suicidas, con sumo perjuicio de la Iglesia y de la sociedad. Pablo VI describe en la Humanæ vitæ (17), como en un retrato tomado del natural, Las graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad. La anticoncepción, cuando se hace crónica, causa grandes destrozos no solo en la relación de los cónyuges, sino en todo lo que es la vida familiar y la educación de los hijos.

Un Sínodo del matrimonio y la familia tendría que haber considerado como uno de los asuntos más urgentes procurar la conversión de los matrimonios anticonceptivos, pues al haberse generalizado la anticoncepción, ha venido a ser una estructura de pecado. Era en el Sínodo urgente reafirmar con toda su fuerza iluminadora y sanante la doctrina de la Iglesia sobre matrimonio y procreación. Pero como veremos, los dos números dedicados a la dimensión generativa de la familia, 62-y 63, tal como quedaron formulados en la Relazione Finale del Sinodo dei Vescovi (24-X-2015), son deliberadamente ambiguos y débiles. No expresan suficientemente la extensión y la gravedad de la anticoncepción en los matrimonios. Y tampoco dan signos de querer combatirla frontalmente y con medios eficaces. Más bien parecen tolerarla como una deficiencia inevitable. Ese combate frontal era, es, especialmente necesario por el hecho de que, como sabemos, para algunos Padres sinodales la anticoncepción debería ser aceptada por la Iglesia, como una conquista irrenunciable de la ciencia y de la cultura del mundo actual. Una atención mucho mayor se prestó en el Sínodo a la comunión eucarística de «los divorciados vueltos a casar»… De la lícita comunión de los matrimonios anticonceptivos ni se trató siquiera. Como si se diera por supuesto que su situación es tolerable.

* * *

Nº 62. La trasmissione della vita

Cumple la Relatio brevemente en este número con la ortodoxia católica, haciendo un elogio de la familia numerosa, confesando que «la apertura a la vida es una exigencia intrínseca del amor conyugal» y recomendando «divulgar mucho más los documentos del Magisterio de la Iglesia que promueven la cultura de la vida». Loables intenciones, incumplidas desde hace medio siglo. Alude apenas a la existencia de una mentalidad no-conceptiva, que lleva a «una grave caída de la natalidad». Pero evita declarar abiertamente la gravedad de la situación. Nada dice de la gravedad mortal de la anticoncepción, ni denuncia que en muchas Iglesias locales una de las plagas peores es hoy la multiplicación innumerable de los matrimonios anticonceptivos, que profanan habitualmente el santo amor de la unión conyugal. Tampoco denuncia la difusión innumerable, casi siempre impune, de errores muy graves sobre la moral del matrimonio en predicaciones y publicaciones, en confesonarios y en cursillos prematrimoniales, errores que en muchos lugares han prevalecido ampliamente sobre la verdadera doctrina católica, rechazando en modo directo o indirecto Humanæ vitæ, la Familiaris consortio, la Veritatis splendor, la Evangelium vitæ, y que llegan a establecer una estructura de pecado en los matrimonios sacramentales profanados.

Es notable. La Relatio sinodal pone gran empeño en «partir de la realidad», y dedica a describirla varios capítulos de la I parte, La Chiesa in ascolto della famiglia, analizando ampliamente la situación social, cultural, económica, etc. de matrimonios y familias. Dos cosas hay que decir a esto. 1ª.–Dando el pomposo nombre de «la realidad» a las cosas tan mudables del mundo presente –«pasa la apariencia de este mundo» (1Cor 7,31)–, y queriendo iniciar en ella la reflexión sinodal, queda en segundo plano la verdadera Realidad, que es Dios, su enviado Jesucristo, el Evangelio, la doctrina de la Iglesia. De ella debe partir toda reflexión sobre las situaciones actuales de lo que sea. Ésta es la verdadera Realidad que debe iluminar, transformar y salvar todas las pobres y cambiantes realidades de la sociedad mundana. Por eso es preciso señalar que ya el punto de partida del Sínodo es equívoca. 2ª.–Pero concediendo que esa reflexión primera del Sínodo pueda ser el pró-logo del Logos de la fe, al menos debemos exigirle que vea y describa la realidad en forma verdadera, sin falsificarla con tantas omisiones y palabras vanas. El examen que la Relatio describe del matrimonio católico actual, en orden a la transmisión de la vida, da un diagnóstico breve, paupérrimo, falso, in-significante. Precisamente por eso –aunque parezca una paradoja– este número obtuvo 259 y 0 no.

Al final de mi artículo (342) Sínodo: agua y aceite, advertía yo lo que ya muchos veían: que la Relación final de un Sínodo que congregaba a defensores y agresores de la doctrina católica sobre el matrimonio solamente podría ser aprobada por la mayoría, si los redactores formulaban cuidadosamente el texto final en términos deliberadamente ambiguos, aceptables por una y otra de las partes. Y así fue.

Nº 63. La responsabilità generativa

La Relatio se remite piadosamente a la doctrina del Vaticano II, Gaudium et spes, y al Magisterio apostólico de Pablo VI, Humanæ vitæ, y de Juan Pablo II, Familiaris consortio.

Sin embargo, en la cita de la GS 50, en la que se indica cómo «los cónyuges se abrirán a la vida formándose “un recto juicio"» señala bien una serie de valores que deben ser activados, pero omite lo que la propia GS señala con toda claridad: que «en su modo de obrar, los esposos cristianos sean conscientes de que no pueden proceder a su antojo, sino que siempre deben regirse por la conciencia, dóciles al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esa ley a la luz del Evangelio» (50b). Eso no lo cita. 

Esta trampa de la Relatio es la misma que emplea al tratar de la integración de los divorciados recasados en la vida de la Iglesia (85), cuando cita devota y ampliamente las palabras de Juan Pablo II en la Familiaris consortio (84) –acompañar, acoger, discernir las situaciones diversas, etc.–, pero corta la larga cita cuando llega al párrafo conclusivo: «La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez». Esto no lo cita. No le interesa.

Más trampas

Muy bien dice la Relatio del Sínodo (63) que «la encíclica Humanæ vitæ (cf. 10-14) y la exhortación apostólica Familiaris consortio (cf. 14; 28-35) deben ser redescubiertas con el fin de recuperar la disponibilidad a la procreación en contraste con una mentalidad frecuentemente hostil a la vida». Y en este sentido, sigue diciendo, encarece «la formación de la conciencia», la ayuda de «especialistas católicos en materia biomédica», el «acompañamiento espiritual», que libera de un subjetivismo arbitrario y de los condicionamientos del ambiente, y exhorta a que «sea recomendado el recurso a los métodos fundamentados en los “ritmos naturales de la fecundidad” (HV, 11)», al mismo tiempo que rechaza totalmente «las intervenciones coercitivas del Estado en favor de la anticoncepción». Todas éstas son proposiciones verdaderas, que contentando a los sinodales ortodoxos, conseguirán la aprobación final del documento. Pero son muy breves y débiles, y apenas resultan creíbles.

No resultan creíbles porque no van acompañadas de una necesaria confesión de culpas, que reconozca  penitencial y públicamente que con gran frecuencia la «pastoral» se ha hecho contraria en muchas regiones de la Iglesia a la «doctrina» del Magisterio apostólico, y ha orientado a los novios y matrimonios por caminos perdidos. El Sínodo silencia esa infidelidad tan grave y frecuente en la pastoral del matrimonio. Cito dos ejemplos en relación con la encíclica Evangelium vitæ (1995):

Métodos naturales. «Respecto a los inicios de la vida, los centros de métodos naturales de regulación de la fertilidad han de ser promovidos como una valiosa ayuda para la paternidad y maternidad responsables» (n. 88). Es patente que el apoyo de la Iglesia a su difusión viene siendo mínimo en la gran mayoría de diócesis y parroquias: «no organicemos centros que enseñen los métodos naturales, y dejemos que la regulación de la fertilidad se siga realizando por la anticoncepción. Y ya que ésta se ha establecido activa o pasivamente en la pastoral de gran parte de la Iglesia, no despertemos la discusión doctrinal del asunto, en la que los doctrinarios llevan las de ganar».

La virtud de la castidad. Dice Juan Pablo II en esta encíclica: «No se nos puede eximir de ofrecer sobre todo a los adolescentes y a los jóvenes la auténtica educación de la sexualidad y del amor, una educación que implica la formación de la castidad, como virtud que favorece la madurez de la persona y la capacita para respetar el significado “esponsal” del cuerpo» (n. 97). Por el contrario, la predicación de la castidad y del pudor, como virtudes necesarias a todo cristiano, y concretamente para vivir dignamente el matrimonio y la paternidad responsable –que requiere abstinencias periódicas–, ha cesado casi totalmente en amplias regiones de la Iglesia. En la propia Relatio se menciona la castidad solamente en dos breves frases (en nn. 31 y 58), en contraste con otros temas que son objeto de desarrollos mucho más amplios.

Este punto recibió en la votación final 237 y 21 no. La anticoncepción puede estar tranquila: seguirá y proseguirá como hasta ahora. Por el momento al menos, nadie la va a combatir. Bueno, sí la combaten quienes, fieles al Magisterio apostólico, promueven la paternidad responsable y la enseñanza de los métodos naturales. Pero son cuatro aislados, que rara vez encuentran apoyos fuertes en las diócesis.

San Juan Pablo II, en la misma Evangelium vitæ (97), elogia a quienes enseñan «el recurso a los métodos naturales de regulación de la fertilidad», para favorecer la paternidad responsable, bien consciente de que trabajan contra corriente. «Una consideración honesta de los resultados alcanzados debería eliminar prejuicios todavía muy difundidos y convencer a los esposos, y también a los agentes sanitarios y sociales, de la importancia de una adecuada formación al respecto. La Iglesia está agradecida a quienes con sacrificio personal y dedicación con frecuencia ignorada [cuando no estorbada y resistida] trabajan en la investigación y difusión de estos métodos, promoviendo al mismo tiempo una educación en los valores morales que su uso supone». Si no comunicaran estos valores morales, sus abnegados esfuerzos no estarían sirviendo a la paternidad responsable, sino a la anticoncepción.

* * *

La Relatio final del Sínodo denuncia en forma mínima la difusión y la maldad de la anticoncepción, y también en forma mínima, casi imperceptible, promueve la paternidad responsable mediante los métodos naturales

Afirmar, como afirma, que «el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida están ordenados el uno a la otra» (63), es una declaración en forma positiva muy loable, que no suscitará mayores resistencias, pero que es sumamente insuficiente si omite las condenas de la anticoncepción hechas en forma negativa. Éstas son mucho más comprometedoras para las conciencias. Con una fuerza inmensamente mayor que la del Sínodo se pronunciaron el Beato Pablo VI y San Juan Pablo II, empleando para ello formas positivas y negativas. En la Familiaris consortio (n. 32) se dice:

«El Concilio Vaticano II afirmó claramente que “cuando se trata de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero. Pero esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal” (GS 51).

Matrimonio-familia«Es precisamente partiendo de la “visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna” (HV 7), por lo que Pablo VI afirmó, que la doctrina de la Iglesia “está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador» (ib. 12). Y concluyó recalcando que hay que excluir, como intrínsecamente deshonesta, “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (ib. 14).

«Cuando los esposos, mediante el recurso al anticoncepcionismo, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como “árbitros” del designio divino y “manipulan” y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación “total". Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce, no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal.

«En cambio, cuando los esposos, mediante el recurso a períodos de infecundidad, respetan la conexión inseparable de los significados unitivo y procreador de la sexualidad humana, se comportan como “ministros” del designio de Dios y “se sirven” de la sexualidad según el dinamismo original de la donación “total", sin manipulaciones ni alteraciones (ib. 13)».

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La anticoncepción ha llegado a ser una «estructura de pecado»

Según ésta, al ser la anticoncepción aceptada por la mayoría de los matrimonios, incluso de los católicos, deja de ser pecado. Así piensan muchos esposos anticonceptivos, y no pocos predicadores y confesores. Una característica propia de la estructura de pecado se da cuando en cierto sector de la vida humana las personas pecan ya sin conciencia de culpa: el mantenimiento, por ejemplo, de la esclavitud, de la poligamia, de la violencia por cuestiones de honor… o la práctica de la anticoncepción. Grave error. De la consideración moral de la estructura de pecado, también llamada «pecado social», San Juan Pablo II en su exhortación apostólica Reconciliatio et poenitentia (2-XII-1984, n. 16) enseña que

«el pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque es un acto libre de la persona individual, y no precisamente de un grupo o comunidad… No se puede ignorar esta verdad con el fin de descargar en realidades externas –las estructuras, los sistemas, los demás– el pecado de los individuos… Hablar de “pecados sociales", aunque sea en sentido analógico, no debe inducir a nadie a disminuir la responsabilidad de los individuos, sino que quiere ser una llamada a las conciencias de todos para que cada uno tome su responsabilidad, con el fin de cambiar seria y valientemente esas nefastas realidades y situaciones intolerables»… Después de todo, los diversos casos de «"pecado social” son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos “pecados personales"».

Esta doctrina de la Iglesia no parece estar integrada en la Relatio final del Sínodo al tratar de la moral conyugal y concretamente de la anticoncepción. Pero es necesario creerla, enseñarla y vivirla. No es lícito a los esposos anticonceptivos excusar su pecado alegando los condicionamientos ambientales muy generalizados que afectan su conducta. Por el contrario, cada cristiano está en el mundo, pero sin ser del mundo (Jn 15,18-19), y precisamente por eso está llamado a ser levadura en la masa (Mt 13,33), luz en medio de las tinieblas mundanas y sal que purifique y dé sabor a todas las realidades temporales (5,13-16). San Pablo mandaba a los cristianos

«no os conforméis a este mundo, sino transformáos por la renovación de la mente (metanoia)», buscando en todo discernir y hacer la voluntad de Dios (Rm 12,2). Así seréis «irreprochables, hijos de Dios sin mancha, en medio de una generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como antorchas en el mundo, llevando en alto la Palabra de la vida» (Flp 2,15).

* * *

La anticoncepción es intrínseca y gravemente pecaminosa

Si el Sínodo sobre el matrimonio y la familia quiere combatir y vencer, con la gracia de Cristo Salvador, la grave epidemia de la anticoncepción que degrada los matrimonios; si de verdad lo intenta; si no considera invencible un mal tan grande, tiene que emplear un lenguaje mucho más claro y fuerte, como el de San Juan Pablo II:

«Pablo VI, calificando el hecho de la contracepción como “intrínsecamente ilícito", ha querido enseñar que la norma moral no admite excepciones: nunca una circunstancia personal o social ha podido, ni puede, ni podrá convertir un acto así en una acto de por sí ordenado. La existencia de normas [morales] particulares, con una fuerza tal que obligan a excluir, siempre y sea como fuere, la posibilidad de excepciones, es una enseñanza constante de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia, que el teólogo católico no puede poner en discusión» (12-XI-1988).

«Suponer que existan situaciones en las que no sea de hecho posible a los esposos ser fieles a todas las exigencias de la verdad del amor conyugal, equivale a olvidar esta presencia de la gracia que caracteriza la Nueva Alianza: la gracia del Espíritu Santo hace posible lo que al hombre, dejado a sus solas fuerzas, no le es posible» (17-IX-1983).

Los esposos que se unen en forma anticonceptiva no realizan un acto lícito y bueno de amor conyugal, sino una falsificación gravemente culpable de ese amor matrimonial.

No son pocos hoy en la Iglesia –y en el Sínodo– los que niegan la existencia de actos morales intrínsecamente malos

Mons. Jozef Johan Bonny, Obispo de Amberes, por ejemplo, designado por la Conferencia Episcopal belga para representarla en el Sínodo 2015, en una carta pública bastante larga (1-IX-2014), según nos informaba Bruno Moreno en su serie de Polémicas matrimoniales, criticaba que la encíclica Familiaris consortio de San Juan Pablo II volviera a insistir en que el uso de anticonceptivos es «intrínsecamente inmoral», en lugar de dejar el caso a la conciencia de cada uno. Es más, negaba que hubiera actos intrínsecamente malos «independientemente de las circunstancias personales de cada uno, su experiencia vital o su historia vital». Esta doctrina, siempre enseñada por la Iglesia, él la consideraba «una injusticia contra la universalidad del pensamiento católico». Y pedía en consecuencia que el Sínodo corrigiera la doctrina de la Humanæ vitæy de laFamiliaris consortio.

El mismo Bruno, en un artículo de  la misma serie, El P. Thomasset SJ contra la moral católica, cita lo que este «teólogo» dijo en una reunión semisecreta realizada en la Gregoriana (Roma), dedicada a procurar en el Sínodo 2015 la introducción en la Iglesia del divorcio, la anticoncepción, la comunión de los adúlteros, etc. Afirmó bien claramente en la reunión:

«Creo que la interpretación de la doctrina de los actos denominados “intrínsecamente malos” es una de las fuentes fundamentales de las dificultades actuales de la pastoral de las familias, porque es la que determina en gran parte la condena de los anticonceptivos artificiales, de la relaciones sexuales de los divorciados vueltos a casar y de las parejas homosexuales, aunque sean estables».

Por el contrario, la Iglesia Católica enseña desde siempre que hay actos humanos que son «intrínsecamente malos y pecaminosos»

San Juan Pablo II en su encíclica Veritatis splendor (6-VIII-1993) dedica varios números a reafirmar la doctrina católica acerca de la existencia de actos siempre e intrínsecamente malos (76-83).

80. «La razón testimonia que existen objetos del acto humano que se configuran como no-ordenables a Dios, porque contradicen radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen. Son los actos que, en la tradición moral de la Iglesia, han sido denominados intrínsecamente malos («intrinsece malum»): lo son siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa, y de las circunstancias. Por esto, sin negar en absoluto el influjo que sobre la moralidad tienen las circunstancias y, sobre todo, las intenciones, la Iglesia enseña que “existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto» (exhort. apost. Reconciliatio et poenitentia 17)». Cita aquí también al Vaticano II (GS 27) […]

«Sobre los actos intrínsecamente malos y refiriéndose a las prácticas contraceptivas mediante las cuales el acto conyugal es realizado intencionalmente infecundo, Pablo VI enseña: “En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien (cf. Rm 3, 8), es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social» (HV 14).

81. «La Iglesia, al enseñar la existencia de actos intrínsecamente malos, acoge la doctrina de la sagrada Escritura. El apóstol Pablo afirma de modo categórico: “¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el reino de Dios” (1Cor6,9-10)» […] Es doctrina ya claramente formulada en la Iglesia desde antiguo:

«En cuanto a los actos que son por sí mismos pecados (cum iam opera ipsa peccata sunt) –dice san Agustín–, como el robo, la fornicación, la blasfemia u otros actos semejantes, ¿quién osará afirmar que cumpliéndolos por motivos buenos (bonis causis), ya no serían pecados o –conclusión más absurda aún– que serían pecados justificados?» (Contra mendacium VII,18. Cf. Sto. Tomás, Quaestiones quodlibetales IX,7,2; Catecismo de la Iglesia Católica, 1753-1755). Por esto, las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección».

* * *

Respondo finalmente a dos preguntas posibles.

¿Puede recibir la comunión eucarística un cónyuge deliberadamente anticonceptivo? Si no se acerca previamente al sacramento de la penitencia, es decir, si no se convierte de su pecado, si está decidido a persistir en él, ha roto su amistad con Cristo, no está en la gracia de Dios, y no puede, pues, comulgar. «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15,14).

¿Peca el cónyuge honesto si se une sexualmente con su cónyuge anticonceptivo? Es lícita esa unión para el cónyuge honesto, según enseña el Pontificio Consejo para la Familia en su Vademecum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal (12-II-1997), si se dan conjuntamente estas tres condiciones: «–la acción del cónyuge cooperante no es en sí misma ilícita; –existen motivos proporcionalmente graves para cooperar al pecado del cónyuge; –se procura ayudar al cónyuge (pacientemente, con la oración, con la caridad, con el diálogo: no necesariamente en aquel momento, ni en cada ocasión) a desistir de tal conducta» (n. 13).

Notemos que la expresión «cooperar al pecado del cónyuge» es inexacta. El cónyuge honesto no coopera al pecado del otro, sino que lo sufre. Valga el ejemplo: es como si se dijera que un turista que en un aeropuerto cede al soborno de un funcionario para poder volver de regreso a su casa, «coopera al soborno» si paga lo que le es exigido. No coopera al soborno, sino que lo padece como víctima, ateniéndose al principio moral del mal menor.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

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