“Estaba María llorando junto al sepulcro. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados un a l cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Dícenle ellos: “Mujer ¿Por qué lloras?” Ella responde: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sabemos donde le han puesto.”
(Jn 20,11-18)
Celebramos hoy la memoria de María la Magdalena.
La mujer, primero pecadora.
Ahora a mujer enamorada de Jesús.
La mujer “pública del pecado”.
Y ahora la “mujer pública del amor”.
La que debió llorar de dolor su pecado.
La que ahora llora de amor al amor de su corazón.
Es la mujer que madruga para ir al Sepulcro.
Es la mujer que descubre el sepulcro vacío.
Es la mujer que al ver el sepulcro vacío, se le vacío de alegría el corazón.
Esperaba encontrarlo muerto.
No importaba, aún muerto era para ella una fuente de esperanza.
Pero la ausencia del cuerpo le rompe todas sus ilusiones.
El sepulcro vacío desata la fuente de sus lágrimas.
Llorar delante del sepulcro no es señal de resurrección.
Llorar delante de sepulcro es fruto de la desilusión.
Los sepulcros no son señales de vida.
Los sepulcros pienso tienen mucho de humano.
Pero poco de esperanza cristiana.
“Aquí yace”.
Fe en el sepulcro que creemos ocupado.
Pero falta de fe en quien se pasea por el jardín.
¡Cuántas lágrimas junto a los sepulcros vacíos!
¡Qué pocas alegría junto a los sepulcros vacíos por la resurrección!
Los sepulcros no pueden ser lugar de lágrimas sino de alegrías en la fe pascua.
“Si me amáis no me lloréis
“Mujer ¿por qué lloras?
¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (Jn 20,15; Lc 24,5)
Mis queridos familiares y amigos:
¿Por qué seguís llorando la felicidad que vivo ya en la casa de mi Padre Dios?
¿Por qué me seguís buscando entre los muertos, si recién ahora puedo decir que estoy vivo de verdad?
Créanme: la muerte no ha sido para mí un morir, sino un nacer.
Morir ha significado para mí un purificarme de cuanto me impedía vivir plenamente.
Hoy, puedo amaros como jamás supe amaros, pues ahora os amo sin egoísmo alguno, pues os amo en Dios y desde el corazón de Dios.
Os ruego, a cuantos me amáis, que no me lloréis.
Más bien felicitaos y gozaos conmigo compartiendo mi eterna felicidad.
Expresadme vuestro amor no en la tristeza, sino en la alegría y en la gozosa esperanza.
Sed testigos de mi amor en vuestro amor.
Os ama quien sencillamente se os adelantó y anticipó.
Hasta veros, pero no por aquí sino por el jardín diciendo vuestro nombre.
Clemente Sobrado C. P.
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