“Algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: “Maestro, queremos ver un signo tuyo”. Les contestó; Esta generación perversa y adúltera exige un signo, pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noche estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra”. ( Mt 12,38-42)
A Dios le cuesta acertar con los gustos del hombre.
Jesús todos los días está haciendo signos del reino.
Todos los días está haciendo signos de la presencia de Dios.
Y sin embargo, los escribas y fariseos le “piden un signo”.
“Maestro, queremos ver un signo tuyo”.
Dios tiene sus propios signos.
Pero esos no son precisamente los que nosotros queremos.
No podemos ver los signos de Dios cuando nuestros gustos e intereses van por otros caminos.
Dios habla un lenguaje que no es el nuestro.
Por eso el hombre no entiende a Dios.
Dios tiene una manera de revelarse.
Pero esa no es la que nos convence a nosotros.
Dios tiene una manera de decirse.
Pero nosotros quisiéramos que se expresase de otra manera.
Diera la impresión de que hombre y Dios emitimos por ondas distintas.
Dios se manifiesta en la pobreza.
Y nosotros quisiéramos se manifestase en la riqueza.
Dios se manifiesta en la debilidad.
Y nosotros quisiéramos se manifestase en el poder.
Dios se manifiesta en el amor.
Y nosotros quisiéramos se manifestase en nuestros intereses.
Nosotros estamos rodeados de signos de la presencia de Dios.
Y sin embargo no le reconocemos.
Dios se revela cada mañana dándonos un día más vida.
Pero nosotros nos despertamos sin hacer un acto de fe en él.
Dios se revela en el amor de nuestros hermanos.
Pero nosotros no logramos verlo en cada uno de ellos.
Dios se revela dándonos el pan de cada día.
Pero nosotros no le vemos en ese pan.
La gran revelación de Dios es su Pasión.
Pero nosotros no lo vemos.
La gran revelación de Dios es la Cruz.
Pero nosotros vemos la cruz como la negación de Dios.
La gran revelación de Dios es su resurrección.
Pero nosotros le pedimos otras pruebas.
Nosotros quisiéramos que Dios se revelase a sí mismo:
Evitándonos el cáncer que nos carcome.
Evitándonos la enfermedad que nos tiene postrados.
Evitándonos la muerte de nuestra madre.
Dándonos el trabajo que andamos buscando y no encontramos.
Dándonos aquello que le pedimos.
Y si no hace nuestros gustos, nos resistimos a creer en él.
¿Qué Dios sufrió la Pasión por nosotros?
Ese signo no nos hace visible a Dios.
¿Qué Dios fue juzgado y condenado por nosotros?
Ese sigo no nos hace visible a Dios.
¿Qué Dios es cargado con la cruz por nosotros?
Ese signo no nos revela a Dios.
¿Qué muere por nosotros?
¿A caso reconocemos a Dios en la cruz?
En cambio si me evitase mis sufrimientos, entonces creeríamos.
Si nos evitase las enfermedades y la muerte, entonces creeríamos.
El único signo de Dios es “entregar a su Hijo por nosotros”.
Solo el signo del amor es capaz de revelar a Dios.
Todos los demás pueden revelar su poder y satisfacer nuestros intereses.
“Mirarán al que traspasaron”. “Cuando sea levantado en alto”. “Cuando resucite de entre los muertos”.
El resto revela “nuestro Dios” pero no “al Dios en sí mismo”.
Clemente Sobrado C. P.
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