“Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: “¡Animo, hijo! Tus pecados están perdonados”. Algunos escribas se dijeron: “Este blasfema”. Dijo al paralítico: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”. Se puso en pie, y se fue a su casa”. (Mt 9,1-8)
Todos somos especialistas en acusar a los demás.
Todos somos especialistas en condenar a los demás.
Todos somos especialistas en responsabilizar de todo a los demás.
La escena del paralítico pareciera decirnos otra cosa.
Aquí nadie habla ni nadie tiene nombre.
Jesús, “viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: “Animo, hijo”.
Jesús no culpa al paralítico de su parálisis.
Jesús no culpa de sus pecados al paralítico.
Jesús no habla de la fe del paralítico.
Jesús lo que ve es “la fe que tenían los que traían al paralítico”.
No es la fe del paralítico lo que le llama la atención a Jesús.
A Jesús le llama la atención de “los que lo traían”.
Y Jesús le cura no por su fe sino por la fe de los otros.
Pensar que la Iglesia anda mal y está perdiendo su significado en la sociedad:
¿Será siempre culpa de la Iglesia misma?
¿No será culpa de los que nos llamamos Iglesia?
¿No será culpa de los que nos decimos Iglesia pero no tenemos fe en la Iglesia?
¿Qué la Iglesia hoy está paralítica?
Es posible que tenga muchos signos de parálisis.
Pero, ¿dónde estamos nosotros para devolverle su propia vitalidad?
¿Dónde está nuestra fe, para que Jesús devuelva su vigor a la Iglesia?
¿Dónde está nuestra fe para que Jesús sane a nuestra Iglesia enferma?
Pensar que el mundo anda mal, eso lo estamos viendo todos.
No necesitamos de estadísticas.
No necesitamos de declaraciones
Basta leer los periódicos de cada mañana.
Pero ¿seremos simples lectores de lo malo que hay en el mundo?
¿Dónde está nuestra fe capaz de cambiar el mundo?
¿Dónde está nuestro compromiso para que el mundo sea distinto?
¿Dónde estamos cada uno de nosotros para hacer algo por mejorarlo?
No basta ser como los escribas que se decían: “Este blasfema”.
No basta quejarnos de los que quieren hacer algo para mejorarlo.
No basta escandalizarnos de aquellos que hablan contra los que claman para que los creyentes nos compliquemos y nos mojemos un poco más para cambiar las cosas.
Jesús no sanó al paralítico por su fe, sino por la “fe de los que lo traían”.
Hay cosas que no funcionan, porque nosotros no funcionamos.
Hay cosas que no marchan, porque nosotros no hacemos nada.
Hay cosas que no cambian, porque nosotros no las cambiamos.
Hay cosas que no son como debieran ser, porque nosotros nos hacemos los que no vemos.
No nos lamentemos de lo mal que hay en la vida.
Preguntémonos si nosotros hacemos algo para que cambie.
No culpemos a los que hacen algo.
Culpemos a los que no hacemos nada.
No culpemos a los malos.
Culpemos a los buenos que no hacemos nada.
Siempre necesitaremos hombres y mujeres anónimos que aún tienen fe.
¡Cuántas cosas buenas hay en la vida, gracias a esos hombres y mujeres anónimos!
Siempre habrá gente que comience a andar, a vivir, porque todavía tienen fe en El.
Clemente Sobrado C. P.
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