“Jesús levantando los ojos al cielo oró diciendo: “Padre santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros”. (Jn 17,11.19)
Tiene que ser maravilloso estar frente a la muerte y olvidarse uno de sí mismo para pensar en los demás.
Jesús contempla su próxima muerte pensando en nosotros.
Jesús mira a su muerte mirándonos a nosotros.
Jesús mira a su muerte preocupado de nosotros.
Jesús mira a su muerte hablándole al Padre nosotros.
Y no le pide cosas para nosotros.
No le pide que nunca nos enfermemos.
No le pide que todos los días sean festivos.
Le pide algo para él y para la Iglesia fundamental: “que sean uno”.
Le pide la unidad que supere toda división.
Le pide la unidad que supere todo resentimiento.
Le pide la unidad que supere todo individualismo.
Por eso le pide “que todos sean uno”, pero “como nosotros”.
Le pide para su Iglesia la unidad trinitaria.
Le pide para su Iglesia la unidad que nace de la unidad de Dios con Jesús.
Le pide para su Iglesia la unidad que es comunión de Dios con nosotros.
Unidad de vida.
Unidad de verdad.
Unidad de amor.
Unidad en mismo Espíritu.
No le pide esa unidad externa que nace de pertenecer a unas mismas estructuras.
No le pide esa unidad externa que nace de la obediencia a los Jefes.
No le pide esa unidad externa y aparente y vacía por dentro.
Sino la unidad de “creer todos el mismo amor”.
La unidad de “vivir todos del mismo amor”.
La unidad de “vivir todos la misma vida divina”.
La unidad de “vivir todos la misma verdad del Evangelio”.
La unidad de “vivir todos una misma filiación”.
La unidad de “vivir todos una misma fraternidad”.
La unidad de “vivir todos una misma comunión”.
El único modelo de unidad de la Iglesia es la del Padre con Jesús.
El único modelo de unidad de la Iglesia es la de su comunión con Jesús.
El único modelo de unidad de la Iglesia es la de la comunión en un mismo Espíritu.
Para ello, Jesús nos quiere en el mundo.
No al margen y fuera del mundo.
“No ruego los retires del mundo”.
Pero sí “que los guardes del mundo”.
Igual que él estuvo en el mundo, sin ser del mundo.
Igual que él estuvo en el mundo, pero siempre al margen de los criterios del mundo.
Es en el mundo donde estamos llamados a ser testigos de esa unidad.
Es en el mundo donde tenemos que demostrar que los hombres podemos entendernos.
Es en el mundo donde tenemos que demostrar que la fraternidad es posible.
Es en el mundo donde tenemos que demostrar que la fraternidad puede darse sin armas.
El Documento de Puebla lo expresó hasta poéticamente hablando de los seglares:
“hombres de la Iglesia en el corazón del mundo,
Y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia” (DP 786)
O como dice Aparecida: “porque incentivan la comunión y la participación en la Iglesia su presencia en el mundo” (A 215)
Si hemos de ser “uno como el Padre y Jesús son uno”, estamos llamados en la Iglesia:
A ser uno con el Papa y él con nosotros.
A ser uno con los Obispos y ellos con nosotros.
A ser uno con todos los creyentes.
A ser uno con todos los hombres, aún con aquellos que no “sean de los nuestros”.
El gran pecado de en la Iglesia es la falta de unidad, de comunión.
Y aquí todos somos responsables. Fieles y Pastores.
Ni la autoridad debe dividir ni distanciar.
Ni la condición de seglares debe ser fuente de división.
Somos cristianos y somos humanidad cuando somos una sola familia y una sola comunión en la fraternidad.
Clemente Sobrado C. P.
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