Hoy, celebrando a Jesucristo Sacerdote, me vinieron a la memoria los sentimientos que expresé un 23 de mayo de 2002, en la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Dije entonces estas palabras conclusivas de la mediitación matinal, que resumen también, de algún modo, mis sentimientos de hoy (sentimientos perdurables, que llamo yo):
La Iglesia quiere sacerdotes que sean luz: no, superhombres. Sí, supercristianos. Es decir, Cristos. Felices de permitir a Cristo tener boca y labios para seguir enseñando; manos para levantar y sacar del pecado; pies para llegar hasta el último rincón; corazón para que aún pueda seguir amando. ¿Debilidades? ¿Carencias? ¿Fallos? ¡Los tenemos, los notamos y nos duelen! Lucharemos, empujados por la gracia que administramos, para superarlos, para no permitir que estorben.
En esta empresa divino-humana, nos sostienen unas manos maternales: las de Santa María. Ella, Nª Sª del Camino, recorre con nosotros el itinerario de la formación sacerdotal y la peregrinación del ministerio ¡Virgen del Camino, Madre Celestial -le decimos con afecto- oye nuestros ruegos desde Sololá!
Y ¡ya lo creo que nos oye! Porque ¡hay que ver, cómo nos cuida! Sobre un bello lago pusiste tu trono y en su hermoso entorno fundaste este hogar. Los seminaristas, que en él nos formamos, que sea, soñamos, rincón familiar. Santa María no permitirá que el fuego se apague, cuidando de mantenerlo vio. Así será posible ese deseo tan nuestro de prender fuego al mundo, desde Sololá. Que el Señor nos acompañe en el empeño ¡Que así sea!
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