“Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?… Todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”. (Mc 10,17-27)
El chico parecía bueno. Pero tenía tres defectos:
Era demasiado rico.
Y no había descubierto todavía la Buena Noticia de Jesús.
Y era demasiado pegado a la ley. Todo lo solucionaba con la ley.
Aún siendo muy ricos, siempre nos “falta algo”.
Aún siendo muy buenos, siempre nos “falta algo”.
Aún cumpliendo la ley, siempre nos “falta algo”.
Y es eso que “nos falta”, lo que puede hacer luego inútiles todos nuestros sueños.
Es eso que “nos falta” lo que impide nuestro crecimiento como personas.
Es eso que “nos falta” lo que nos impide amar de verdad a los hermanos.
Es eso que “nos falta” lo que nos impide crear la verdadera comunidad humana.
Es eso que “nos falta” lo que nos impide crecer en nuestro bautismo.
Hay muchos sueños que se mueren al despertarse.
Hay muchas ilusiones que se apagan por falta de riego.
Hay muchas esperanzas que se mueren al nacer.
Hay muchas posibilidades que se hacen imposibles.
La vida es un constante “éxodo”.
Es el “éxodo” de lo que tenemos.
Es el “éxodo” de lo que creemos ser.
Es el “éxodo” de nuestros planes y proyectos.
Es el “éxodo” de nuestro situarnos en el ayer.
Es el “éxodo” de nuestros criterios y mentalidades.
Es el “éxodo” de nuestros intereses personales.
Y la vida no es quedarnos donde estamos.
Ni es quedarnos en lo que somos.
Ni es quedarnos con el Dios de nuestras ideas.
Ni es quedarnos con lo que siempre fue.
La vida es una constante invitación a “salir de nuestra tierra”.
“Salir de nuestra tierra” a la búsqueda de otras nuevas.
“Salir de nuestra tierra” a corrernos la nueva aventura.
“Salir de nuestra tierra” arrancados de ella por “una llamada”.
El chico era bueno. No hay que quitarle méritos.
“Desde pequeño lo cumplía todo”.
Pero le faltaba la llamada a la vida.
Le faltaba la llamada a la aventura de lo desconocido.
Le faltaba conocer que siempre hay algo nuevo y distinto.
Le faltaba conocer el ideal de la Buena Noticia de Dios.
Le faltaba conocer el ideal del Reino.
Le faltaba conocer que había “un tesoro escondido”.
Le faltaba conocer que había “una perla más preciosa”.
Y que para conseguirlo había que venderlo todo, dejarlo todo.
Y que para comprarla había que sentir no la “tristeza del dejar”.
Sino sentir en su corazón “la alegría de venderlo todo”.
El Evangelio no es invitación a dejarlo todo.
El Evangelio es invitación a seguir “con las alforjas vacías”.
El Evangelio es invitación a seguir “ligeros de peso para el camino”.
No se escalan las montañas llevándonos nuestra casa a cuestas.
A lo más una ligera tienda de campaña.
No se logran los récords mundiales con traje de etiqueta.
No es renunciar. Es hacer más posible el éxito.
No es dejar. Es soñar con lo que vamos a encontrar.
Puede que la vida te asuste. No le des las espaldas.
Puede que el riesgo te asuste. No le des las espaldas.
Puede que el futuro te asuste. No le des las espaldas.
Porque cada día sentirás más miedo.
Y cada día te quedarás más solo contigo mismo.
No se puede seguir a Jesús llevando a cuesta su casa y cuanto tiene.
Clemente Sobrado C. P.
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