Jesús está con nosotros por la gracia del Espíritu Santo, y con ellos también el Padre vive en nuestro interior
“En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,16-20).
1. Jesús, veo que subes al monte cuando haces cosas importantes; hoy te reúnes en un monte de Galilea para tu despedida. En un monte también nos diste tus leyes, en el de la transfiguración te mostraste ya glorioso, en el de las bienaventuranzas nos mostraste el camino tuyo y que ha de ser el nuestro, y en un monte escogiste a los Apóstoles… Veo que Moisés vio y habló con Dios en el monte Sinaí; todo esto te anunciaba a Ti, que ves a Dios Padre y Él se ve en Ti, que hablas con Él, que ers el nuevo Moisés que nos das la Nueva Ley: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”.
Te veo como el que deja su “escuela”, para que sigamos tu obra: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Entiendo que el apostolado es mi vida, como lo es tuya: proclamar tu Reino de amor y paz.
Veo también en lo que hoy nos dices, que no he de desanimarme por nada, pues Tú estás conmigo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. No Te has ido, sino que has venido. Eres el "Emmanuel, Dios con nosotros", y con tu Espíritu vives en mí, me das tu vida para que yo tenga vida al estar en Ti.
Jesús, Tú eres camino hacia la Trinidad, como nos recuerda S. Pablo: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Cor 13). Es el misterio más grande: Dios en mí… Un niño jugaba haciendo agujeros en la arena de la playa, y sacaba agua de allí con un cubo, quería sacarla toda, hasta que le dijo el hermano que se filtraba la del mar, que no podía vaciarlo todo. Esto nos pasa contigo, Señor: no podemos hacer que entres en nuestra cabeza, no podemos entenderlo todo, pero sí podemos tratarte y amarte en tus Tres Personas.
Veo a la gente imitar a su líderes preferidos, que siguen las modas, que visten con el estilo de esos “personajes”. Así también quiero mirarte, Señor, para irme pareciendo más a Ti. Además, te quedas en nuestra alma, nos das su Espíritu para tratar contigo a Dios Padre. Te pido, Padre, por tu Hijo y en tu Espíritu, que ponga mi esperanza en Ti sin preocupaciones inútiles, que oiga tu Espíritu para que no sucumba al desaliento. Que no deje de buscarte aunque haya cosas que no entienda. Te pido que ansíe ver tu rostro, Jesús, con ardor, tú eres Camino para conocer la presencia de la Trinidad en mí. Dame esperanza para entender que ya tengo el cielo cuando te tengo.
2. Vemos en la primera lectura a Moisés que recibe de Dios la Alianza, un pacto de amor: “medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro”. Seór, tú eres el Dios del cielo, que estás también aquí en la tierra, junto a nosotros. Ayúdame a meditar en mi corazón tus palabras, como María. Aunque no lo vea como ella, sé que yo también tengo un ángel que me has puesto, para que me cuide… Un día me dijo un niño de 6 años: “yo he visto mi ángel de la guarda”. Yo le contesté: “me parece estupendo… yo no he tenido esta suerte, no he visto nunca el mío”. No depende nuestra fe de visiones de la Virgen o de los ángeles. Tampoco quiero que dependa de que tenga yo ganas de ir a Misa, ni tan solo es cuestión de sentimientos, porque a veces podríamos decir: “mi piedad antes tan segura y llena, me parece una comedia”... Se trata más bien de algo que pone Dios en mi alma, que hace que yo me fíe de Él, como expresaba san Josemaría: “Pues a los que atraviesan esa situación, y a todos vosotros, contesto: ¿una comedia? ¡Gran cosa! El Señor está jugando con nosotros como una padre con sus hijos.
”Se lee en la Escritura (…) que Él juega en toda la redondez de la tierra. Pero Dios no nos abandona: (…) son mis delicias estar con los hijos de los hombres. ¡El Señor juega con nosotros! Y cuando se nos ocurra que estamos interpretando una comedia… ha sonado la hora de pensar que Dios juega con nosotros… De ordinario yo voy a contrapelo. Sigo mi plan, no porque me guste, sino porque debo hacerlo, por Amor”.
De manera que esa impersión de no “sentir”, de “hacer comedia”, no es una hipocresía, como sigue explicando: “Quédate tranquilo: para ti ha llegado el instante de participar en una comedia humana con un espectador divino. Persevera, que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, contemplan esa comedia tuya; realiza todo por amor a Dios, por agradarle, aunque a ti te cueste”.
Es algo bonito, “¡ser juglar de Dios! ¡Qué hermoso recitar esa comedia por Amor, con sacrificio, sin ninguna satisfacción personal, por agradar a nuestro Padre Dios, que juega con nosotros! Encárate con el Señor, y confíale: no tengo ninguna ganas de ocuparme de esto, pero lo ofreceré por Ti. Y ocúpate de verdad de esa labor, aunque pienses que es una comedia. ¡Bendita comedia!“
Hacer las cosas por amor, lo que agrada a Dios, como sigue diciendo la lectura de hoy: “Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz”, aquí y en la vida eterna.
Con el Salmo alabamos al Señor, porque “su misericordia llena la tierra. / La palabra del Señor hizo el cielo (…) porque El lo dijo y existió, / El lo mandó y surgió”. Cantamos a Dios, “nuestro auxilio y escudo; / que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, / como lo esperamos de ti”. Creo, Señor, que el universo no surgió ni se desarrolló por una lucha entre dioses, como decían los antiguos mitos orientales, ni por la casualidad como dicen los nuevos mitos de la ciencia, sino gracias a Ti, Padre, con tu “Palabra” (el Hijo), y tu “Aliento” (tu Espíritu). Así intervienes en la historia como padre tierno y cariñoso: «padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Salmo 68). Dios es Padre a pesar de nuestras infidelidades: “se han conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme” (Jeremías 31).
Muchas veces no te vemos, Señor, no comprendemos. Enséñame a amarte, a saber que estás conmigo, que todo irá bien: “Yo le enseñé a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no comprendieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer... Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas» (Oseas 11).
3. “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios”, nos dice hoy san Pablo. Pues ahí está todo: ser dóciles a Sus inspiraciones, para vivir como hijos de Dios: “Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)”. Dios en mí, que me sugiere, anima, fortalece, llena de esperanza: “Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo”.
Llucià Pou Sabaté
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