La Identidad Sexual: La sexualidad es el fundamento fisiológico y afectivo de nuestra capacidad de amar, pero es el amor, a su vez, quien hace que la sexualidad alcance su verdadero sentido. // Autor: Pedro Trevijano | Fuente: religionenlibertad.com
El sentido común nos dice que el primer paso para resolver cualquier problema es planteárnoslo. Ante la pregunta ¿qué es el ser humano?, nos contesta ya el primer capítulo del Génesis: "Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra" (1,27). Según este relato, el haber sido creado por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. La identidad sexual es un don que el varón y la mujer reciben, aceptan e integran.
Los seres humanos o somos varones, en posesión de los cromosomas XY, o somos mujeres, en posesión de los cromosomas XX. No existen otras identidades sexuales, aunque sí hay diversas orientaciones sexuales, porque la orientación sexual (el deseo), es el resultado de una elaboración de las pulsiones sexuales. La orientación sexual es uno de los componentes de la sexualidad y se caracteriza por una atracción emocional, sexual y afectiva hacia otros individuos. Se dan varias orientaciones o tendencias sexuales: heterosexual (atracción entre individuos de distinto sexo), homosexual (atracción entre individuos del mismo sexo), bisexual (atracción por cualquiera de los sexos), transexual (aquél cuyo aspecto anatómico no corresponde al de su identidad psicológica, es decir su sentimiento interno y personal de ser varón o mujer).
Pero la identidad sexual, general y pacíficamente aceptada hasta ahora, aunque en todos los tiempos haya habido contestatarios, como prueba la Carta a los Romanos 1, 21-32, se ve hoy profundamente discutida por la increencia en Dios, cuyas consecuencias son el relativismo y el positivismo imperante, así como por la ideología de género. Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, sino un papel social.
Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, no existen. Según esta concepción, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya.
Hombres y mujeres no son formas de la persona humana que se integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Ante esta concepción disparatada, conviene que tengamos claro qué es la sexualidad y su relación con la persona:
La sexualidad abarca a toda la persona. La sexualidad no es un fenómeno puramente fisiológico, pues es bastante más que los impulsos genitales, la genitalidad o los actos genitales, puesto que afecta a cada una de las células y de los deseos humanos, e informa toda la realidad del individuo, como varón o mujer, desde el comienzo de la existencia. Todos los fenómenos genitales son sexuales, pero muchos fenómenos sexuales no tienen relación directa con lo genital. La genitalidad es sólo una parte de la sexualidad y hace referencia al comportamiento sexual explícito de los órganos adecuados para ello en su parte biológica y reproductora.
La sexualidad es una realidad dinámica sometida a una continua evolución. La sexualidad humana no está determinada como en los animales, sino que está abierta a la libertad y es educable. Las diversas etapas de la persona se viven básicamente por las etapas evolutivas de la sexualidad. Esta evolución tiene una dinámica interna: es necesario el pase del interés centrado en sí mismo al interés dirigido a los demás.
La sexualidad se sitúa en el centro de la persona. No puede considerarse como una fuerza cerrada en sí misma, sino que está vinculada a la persona y llega allí donde llega ésta, y en consecuencia está incluso abierta a la transcendencia. Por ello es corporalidad, pero también realización de la propia personalidad, afecto y encuentro interpersonal. En la sexualidad experimenta el hombre sus límites, pero también su apertura a los otros.
La sexualidad es una realidad carnal, pero también psicológica y espiritual, siendo una fuerza que sirve para edificar y construir a la persona entera, haciéndola superar la soledad y poniéndola en contacto con los demás; es decir, coincide en ella la doble dinámica del crecimiento personal y de la relación interpersonal. En suma, la sexualidad es el fundamento fisiológico y afectivo de nuestra capacidad de amar, pero es el amor, a su vez, quien hace que la sexualidad alcance su verdadero sentido, sentido que es importante ir conociendo progresivamente a través de una correcta educación. Por ello hay que afirmar que el desarrollo y maduración de la persona pasa necesariamente por la realización y maduración de la propia sexualidad al servicio del amor.
Además, la persona toma conciencia así de su propia dignidad y de la de los demás, se capacita para la responsabilidad y se ayuda al niño a llegar a ser esa persona madura que acepta conscientemente el propio sexo elevándolo de lo puramente genital al amor del que recibe su sentido la educación sexual y la propia vida.
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