El Papa habla claro y a algunos les sorprende. Como si Francisco hubiese estado preparando, desde el inicio de su pontificado, la abdicación subrepticia de los valores cristianos en la Iglesia. Ni abdicación, ni subrepticia, ni nada. Quienes conocen la historia verdadera de Jorge Mario Bergoglio, saben bien lo que él piensa en temas sensibles como el aborto, la eutanasia, la familia y el homosexualismo. Otra cosa es que ahora, como líder de la cristiandad, no se la pase lanzando anatemas cotidianos sobre estos asuntos.
Algunos sectores de la Iglesia parecen obsesionados con esto. Quizás convencidos de que el papel principal (y exclusivo) de la Iglesia debería ser el dar clases de moral a cada segundo. Si el Papa no responde a esta exigencia suya… peor para el Papa. ¿Y la evangelización? Algunos de ellos, lo reconozco, han llegado a sostener esta postura incluso con buenas intenciones. Pero, así pensando, han caído en la trampa de quienes están esperando la primera excusa para alejarse del pastor, como ovejas traicioneras.
Para que no queden dudas sobre cómo piensa el Papa respecto de la defensa de la vida, compartimos en este espacio las palabras del mismo Francisco pronunciadas este sábado en el Vaticano, durante un encuentro con los miembros de la Asociación de Médicos Católicos Italianos. No es la primera vez que utiliza términos duros y firmes. Ya había calificado al aborto como un “crimen abominable”. Ahora recuerda que no importa si el “pensamiento” sea antiguo y moderno, matar significa eso y sólo eso, matar. Ayer, hoy y mañana. Tanto dentro como fuera del seno materno.
¡MATAR SIGNIFICA SIEMPRE LO MISMO!
No existen dudas que, en nuestros días, con motivo de los progresos científicos y técnicos, han notablemente aumentado las posibilidades de curación física; y no obstante, por algunos aspectos parece disminuir la capacidad de “hacerse cargo de las personas”, sobre todo las que están sufriendo, frágiles e indefensas. En efecto, las conquistas de la ciencia y de la medicina pueden contribuir al mejoramiento de la vida humana en la medida en la cual se alejan de la raíz ética de tales disciplinas.
En muchas partes, la calidad de la vida está ligada prevalentemente a las posibilidades económicas, al “bienestar”, a la belleza y al gozo de la vida física, olvidando otras dimensiones más profundas –relacionales, espirituales y religiosas- de la existencia.
En realidad, a la luz de la fe y de la recta razón, la vida humana es siempre sagrada y de calidad, no existe una vida humana más sagrada que otra, como no hay una vida humana cualitativamente más significativa que otra, sólo en virtud de medios, derechos, oportunidades económicas y sociales mayores.
El pensamiento dominante propone a veces una ‘falsa compasión’: la que considera que sea una ayuda para la mujer favorecer el aborto o que sea un acto de dignidad procurar la eutanasia, una conquista científica producir un hijo considerado como un derecho al contrario de acogerlo como un don, o usar vidas humanas como ratones de laboratorio para salvar presumiblemente otros. La compasión evangélica, al contrario, es la que acompaña en el momento de la necesidad, como la del “buen samaritano” que mira, tiene compasión, se acerca y ofrece ayuda concreta.
Vuestra misión de médicos los pone, cotidianamente, en contacto con tantas formas de sufrimiento: los animo a hacerse cargo como “buenos samaritanos”, cuidando en modo particular a los ancianos, a los enfermos y a los discapacitados. La fidelidad al evangelio de la vida y al respeto de ella como don de Dios, a veces exigen decisiones valientes y contracorriente que, en particulares circunstancias, pueden incluir la objeción de conciencia. Y a tantas consecuencias que tal fidelidad conlleva.
Nosotros estamos viviendo un tiempo de experimentación con la vida. Pero un experimentar mal. Hacer hijos en lugar de cogerlos como un don, como dije. Jugar con la vida. Estén atentos, porque esto es un pecado contra Dios creador, que ha creado las cosas así.
Tantas veces en mi vida de sacerdote he escuchado objeciones. “Pero dime, ¿por qué la Iglesia se opone al aborto?”, por ejemplo. “¿Es un problema religioso?”. – “No, no. No es un problema religioso”. – “¿Es un problema filosófico?”. Es un problema científico, porque ahí hay una vida humana y no es lícito acabar con una vida humana para resolver un problema. “Pero no, el pensamiento moderno…”. – “Escucha, en el pensamiento antiguo como en el pensamiento moderno, ¡la palabra matar significa lo mismo!”. Lo mismo vale para la eutanasia: Todos sabemos que con tantos ancianos, en esta “cultura del descarte”, se hace esta eutanasia escondida. Pero existe también la otra. Y esto es decir a Dios: “No, el final de la vida la hago yo, como yo quiero”. Pecado contra Dios creador, piensen bien en esto”.
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