“No mates a nadie, hijo”

Domingo 27 del Tiempo Ordinario – A


José Luis Martín Descalzo, cuenta algo muy bello. Se trata del conocido escritor “José María Gironella”, quien el 6 de enero de 1936, siendo todavía un muchacho, debió de huir de su querida Gerona, atravesando los pirineos que separan a Francia y España. Su mismo padre le acompañó hasta la frontera. Al pasar, la gerdarmería francesa le detiene y le registra.

Con gran sorpresa, José María se encuentra

Con un papelito escrito por su padre y metido a hurtadillas en el bolsillo del pantalón. Sólo contenía una frase: “No mates a nadie, hijo. Tu padre, Joaquín”.

Martín Descalzo comenta el hecho diciendo “Aquel hombre sabía la verdad: matar es mucho más mortal que morir. Se mueren mucho más los que matan que los que caen muertos. “Joaquín no quería que su hijo regresara con el alma muerta y el corazón convertido en quién sabe que piedra”.


Me viene el recuerdo de esta historia, hoy que leemos este Evangelio de los “viñadores homicidas”. Y hasta se me ocurre que, al bautizarnos, en vez de esos capillos de recuerdo, a todos nos debieran meter un papelito en el bolsillo del corazón que dijese solamente esto: “Hijo, no mates a Dios en tu corazón”. No sólo los hombres corremos el peligro de que nos maten. También Dios hoy está en peligro. Y desde que F. Nietsche se atrevió a ponerle ya el epitafio de muerto todos le seguimos matando de una manera u otra. “¿Dónde está Dios? Yo os lo voy a decir. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿Qué hemos hecho al cortar la cadena que unía la tierra al sol? ¿Hacia dónde se dirige ahora? ¿A dónde nos dirigimos nosotros”. El filósofo alemán considera que el mayor acontecimiento y el mayor éxito de la modernidad es que “Dios ha muerto”.


Los viñadores a quienes el dueño había encargado su viña tuvieron la gran tentación. Dejar de ser obreros contratados y hacerse dueños de la viña. Para ello superaron todos los escrúpulos. Mataron a unos y a otros. Finalmente tuvieron la gran oportunidad: “este es el heredero, lo matamos y nos quedamos dueños de la viña”.


La parábola está dirigida directamente a los “sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”. Es decir, a quienes se sentían como los dueños del Pueblo de Dios, la viña de Dios, dueños del Templo y hasta dueños de Dios. Y por eso no tuvieron demasiados reparos en matar a unos y a otros, y finalmente al mismo Jesús. De esa manera ellos quedaban como los dueños de la fe del pueblo, de la religiosidad del pueblo, del Dios del Pueblo.


Es la gran tentación de la cultura actual. Matar a Dios. Silenciar a Dios. Porque sólo así el hombre y el mundo podrán lograr su verdadera libertad e independencia. Desde que el hombre descubre su libertad y autonomía, su gran tentación es la de eliminar a Dios. Para ellos, Dios es el gran enemigo del hombre y de su libertad. Matar a Dios para que viva el hombre.


Pero, como decía Martín Descalzo, más muere el que mata que el que muere. Y cuando matamos a Dios, terminamos por morirnos nosotros mismos. Porque sin Dios ¿qué es y qué sentido tiene el hombre? El mismo Nietzsche lo avizoró de alguna manera. Ya que él mismo se pregunta “¿Qué hemos hecho al cortar la cadena que unía la tierra y el sol? ¿Hacia dónde se dirige ahora? ¿Hacia dónde nos dirigimos ahora?” Destruida la brújula y destruido el faro, ¿a dónde nos dirigimos?


Hay muchas maneras de matar a Dios. Lo matamos no solo cuando lo negamos, sino también cuando prescindimos de El. Lo matamos cuando perdemos la sensibilidad espiritual de la fe. Y lo podemos matar también de la misma manera y por las mismas razones que los viñadores.

Matamos al Hijo, cuando nos sentimos dueños de su Iglesia.

Matamos al Hijo, cuando nos sentimos los únicos dueños de la verdad.

Matamos al Hijo, cuando nos sentimos dueños de las conciencias de todos.

Matamos al Hijo, cuando nos adueñamos del pensamiento de todos e impedimos que los demás piensen porque nosotros pensamos ya por ellos.


Dios nos ha hecho a todos administrados de su viña. Pero la tentación es grande.

Preferimos ser dueños más que administradores.

Preferimos ser dueños más que servidores.

Preferimos ser dueños más que colaboradores.


En nuestras vidas, como también en la Iglesia, todos nos corremos el peligro de hacernos dueños. Y razones nunca nos faltan, si no las inventamos y justificamos.

Más que la Iglesia de Jesús es la Iglesia de nosotros.

Más que la Iglesia del Espíritu Santo, es la Iglesia de la ley.

Más que la Iglesia de todo el pueblo de Dios, es la Iglesia de los que mandan.

Más que la Iglesia del Evangelio, es la Iglesia del Derecho Canónico.

Más que la Iglesia del amor y del perdón, es la Iglesia del poder.


Hay muchas maneras de matar a Dios.

Hay muchas maneras de matar a Jesús.

Hay muchas maneras de matar al Espíritu Santo.

“Este es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”.


Señor: Tú nos entregaste el mundo para que lo construyésemos.

Tú nos entregaste la creación para que la conservásemos.

Tú nos entregaste a tu Iglesia para que la vayamos recreando cada día.

Tú nos regalaste la inteligencia para pensar.

Ya conoces el peligro que has querido correr.

No tenemos vocación de servidores sino de dueños.

Es posible que cada uno te estemos dando muerte en nuestros corazones.

Es posible que cada uno seamos responsables de que el mundo de hoy grite: “Que Dios ha muerto”.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: creer, Dios, fe, muerte, soberbia
08:24

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