La parábola de los ciegos (en neerlandés, De parabel der blinden) es una obra del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo. Es un óleo sobre tabla, pintado en el año 1568. Mide 86 cm de alto y 154 cm de ancho. Se exhibe actualmente en el Museo di Capodimonte de Nápoles, Italia.
También puede encontrarse con otros títulos, como El ciego guiando a otros ciegos o Ceguera o incluso Ciegos de Nápoles1
Hay seis ciegos que caminan uno delante de otros. Un guía, también ciego, los precede y cae en un agujero. El siguiente ciego se tambalea por encima del primero. El tercero, conectado con el segundo, sigue a sus precedesores. El quinto y el sexto aún no saben lo que está pasando, pero al final acabarán cayendo también en el agujero. En cuanto al aporte científico del pintor está lo que sigue: “En varios de los seis ciegos puede identificarse distinta afección ocular. El primer ciego ya ha caído al río arrastrando en su caída al segundo. En este segundo ciego, se aprecia enucleación bilateral. Podría tratarse de un traumatismo por una pelea o accidente, o muy posiblemente por la costumbre de sacar los ojos de los nobles vencidos en las guerras. El tercer ciego presenta un leucoma corneal en su ojo derecho y el cuarto ciego, una ptisis bulbi grave. El quinto ciego oculta sus ojos con un gorro, imagen representada de forma recurrente por Bruegel en otras obras. El sexto ciego presenta dos cataratas hipermaduras evidentes. En definitiva se trata de una obra extraordinaria en la que puede identificarse la afección ocular de los ciegos que la componen.”
Viernes XXIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 6,39-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro. Todo discípulo que esté bien formado, será como su maestro. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo’, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano».
Todo discípulo que esté bien formado, será como su maestro
Hoy, las palabras del Evangelio nos hacen reflexionar sobre la importancia del ejemplo y de procurar para los otros una vida ejemplar. En efecto, el dicho popular dice que «“Fray Ejemplo” es el mejor predicador», u otro que afirma que «más vale una imagen que mil palabras». No olvidemos que, en el cristianismo, todos —¡sin excepción!— somos guías, ya que el Bautismo nos confiere una participación en el sacerdocio (mediación salvadora) de Cristo: en efecto, todos los bautizados hemos recibido el sacerdocio bautismal. Y todo sacerdocio, además de las misiones de santificar y de enseñar a los demás, incorpora también el munus —la función— de regir o dirigir.
Sí, todos —queramos o no— con nuestra conducta tenemos la oportunidad de llegar a ser un modelo estimulante para aquellos que nos rodean. Pensemos, por ejemplo, en la ascendencia que unos padres tienen sobre sus hijos, los profesores sobre los alumnos, las autoridades sobre los ciudadanos, etc. El cristiano, sin embargo, debe tener una conciencia particularmente viva acerca de todo esto. Pero…, «¿podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6,39).
Para nosotros, cristianos, es como una llamada de atención aquello que los judíos y las primeras generaciones de cristianos decían de Jesucristo: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37); «El Señor comenzó a hacer y enseñar» (Hch 1,1).
Debemos procurar traducir en obras aquello que creemos y profesamos de palabra. En una ocasión, el Papa emérito, Benedicto XVI, cuando todavía era el Cardenal Ratzinger, afirmaba que «el peligro más amenazador son los cristianismos adaptados», es decir, el caso de aquellas personas que de palabra se profesan católicas pero que, en la práctica, con su conducta, no manifiestan el “radicalismo” propio del Evangelio, con otro universo mental dice los mismo nuestro Papa Francisco.
Ser radicales no equivale a fanáticos (ya que la caridad es paciente y tolerante) ni a exagerados (pues en cuestiones de amor no es posible exagerar). Como ha afirmado san Juan Pablo II, «el Señor crucificado es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre»: no se trata ni de un fanático ni de un exagerado. Pero sí que es radical, tanto que nos hace decir con el centurión que asistió a su muerte: «Verdaderamente este hombre era justo» (Lc 23,47).
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