HENRI CAFFAREL, FIEL A LA FAMILIA CRISTIANA HASTA EL FINAL
Uno de los grandes apóstoles de la pastoral familiar del siglo XX, Henri Caffarel, merece un recuerdo especial ante el próximo sínodo extraordinario de los Obispos sobre la familia. Le tocó remar fuertemente contra corriente en plena revolución sexual de los años sesenta y setenta y se mantuvo fiel a la doctrina de la Iglesia, a pesar de las dificultades y de la defección de muchos.
Nacido en Lyon el 30 de julio de 1903 en el seno de una familia cristiana, fue bautizado el 2 de agosto de ese mismo año en la Basílica de Saint-Martin d’Ainay e hizo la Primera Comunión en la parroquia de San Francisco de Sales, en mayo de 1911. Realizó sus estudios en el Colegio de los Hermanos Maristas y al terminar el bachillerato comenzó a estudiar en la Facultad de Derecho y tuvo que dejar los estudios para ir a trabajar con su padre que era negociante en fieltros y paños de lana. A los 20 años sintió la voz de Jesús que le llamaba a seguirle y este acontecimiento marcó toda su vida. Años más tarde dirá a un periodista: “A los veinte años, Jesucristo, de pronto, se convirtió en Alguien para mí. ¡Oh! Nada espectacular. En ese lejano día de marzo supe que era amado y que amaba, y que entre Él y yo esta relación de amor sería para siempre…”
En 1926 comenzó su acercamiento a la vida religiosa, estudió Teología y el 19 de abril de 1930 fue ordenado sacerdote por el arzobispo de París, Cardenal Verdier. Después de la ordenación terminó su cuarto curso de Teología. En 1931 fue destinado a la Secretaría General de la JOC donde estuvo a lo largo de tres años y en 1934 se integró en el Secretariado de Acción Católica para los medios de comunicación. Dos años más tarde dejó sus funciones oficiales para dedicarse al apostolado en forma de retiros y ejercicios espirituales para los jóvenes.
Comenzó a organizar retiros en Colegios y orientaba a muchos jóvenes que acudían a él y cuando años después éstos jóvenes se casaban, continuaba la relación con el joven sacerdote, buscando consejo para su vida de casados. Es así como, en febrero de 1939, se reunió con un grupo de cuatro matrimonios a los que dijo: “busquemos juntos un camino de santidad para los matrimonios”. Esta fue la semilla que más tarde dio lugar a la creación de los Equipos de Nuestra Señora.
Al comenzar la Guerra Mundial fue llamado a filas y participó en la guerra en un batallón en Francia y en Bélgica hasta que, a mediados de 1940, fue enviado a París a la parroquia de San Agustín. A partir de entonces, los equipos empezaron a multiplicarse sus publicaciones, Carta a unos jóvenes hogares (1942), y la revista El Anillo de Oro (1945), marcaron profundamente a numerosas parejas pues su repercusión sobrepasó los Equipos. El P. Henri quería que todos comprendieran la grandeza del matrimonio por lo que un momento decisivo en su actividad fue la redacción y edición, en 1947, de La Carta de los Equipos de Nuestra Señora. Los medios que proponía la Carta eran exigentes. “Los puntos concretos de esfuerzo”, sobre todo “el deber de sentarse” -refiriéndose al diálogo de la pareja- deberían ser características de la vida cotidiana de los matrimonios.
El P. Henri encontró en María un modelo, el modelo del encuentro entre Cristo y el hombre, el modelo de la santidad perfecta; esto le conducirá a una devoción a la Virgen muy especial. La consagración de los Equipos a Nuestra Señora, también la de otros Movimientos que acompañó, es la prueba, la señal de la importancia que tuvo la Virgen en su vida espiritual. María era para él la Madre, la solicitud perfecta, el sí perfecto, la relación perfecta con Cristo. En aquellos años, dos fundaciones nuevas verían la luz: el movimiento de viudas Esperanza y Vida y la Fraternidad Nuestra Señora de la Resurrección, Instituto secular de viudas. Como siempre, no tenía idea de fundar: Iban a verle, le exponían el deseo de vivir una vida santa y entonces discernía, animaba y acompañaba.
Basaba siempre su reflexión sobre la vida matrimonial en la meditación de la Palabra de Dios y también en la observación, la escucha, el intercambio con las parejas y en la colaboración de teólogos de prestigio. A partir de encuestas detalladas, elaboró una visión renovada del matrimonio cristiano y de la sexualidad. El P. Henri participó concretamente en la renovación del pensamiento de la Iglesia sobre el matrimonio, fue un protagonista decisivo por su participación en comisiones pontificias preparatorias del Concilio y por su preocupación por buscar más y conocer mejor el tema. El informe sobre el matrimonio cristiano de 1960, en el número del Anillo de Oro, titulado “Matrimonio y Concilio: una renovación del matrimonio para una renovación de la Iglesia” fueron testigos de ello.
La validez de su pensamiento será afirmada por Juan XXIII en primer lugar y luego sobre todo por Pablo VI en los Encuentros de los Equipos de Nuestra Señora en Roma en 1959 y en 1970. El P. Henri explicaba en una conferencia en 1987 la contribución de los Equipos a la Teología de la sexualidad humana: “Con los Equipos de Nuestra Señora se afirma en la Iglesia que la sexualidad es un factor de santificación a condición de que sea asumida y evangelizada, que el placer es una realidad santa en el orden de Dios y no debe ser considerado sospechoso como en esas espiritualidades negativas tan frecuentes que todos hemos conocido. Y esto se refiere también a todo el conjunto de la vida del hombre en la tierra, los valores naturales no son despreciables, es necesario asumirlos, siendo la sexualidad un valor de referencia. Es tan importante hoy comprender todo esto para salvar la sexualidad de la superficialidad que la acecha actualmente y para salvar la sexualidad del erotismo”.
Al mismo tiempo que renovaba la reflexión teológica sobre el matrimonio y que daba a los matrimonios el medio de profundizar en su sacramento gracias a los Equipos de Nuestra Señora, el P. Henri deseaba proponerles una espiritualidad específica a la que va a llamar espiritualidad conyugal. Elaboró esta espiritualidad no a partir de la vida monástica, sino a partir del estado de vida conyugal, con todas sus exigencias, sus dificultades y sus gracias, una espiritualidad conyugal que permitiese a los esposos vivir su amor conyugal y su amor a Cristo a través de un solo y mismo amor, y les fuera conduciendo por un camino de santidad. La pareja se apoyará para ello en la práctica del encuentro con Cristo por medio de la oración.
Por eso, aunque la dirección de estas revistas y estas instituciones absorbía su tiempo y sus fuerzas, no perdía de vista su preocupación constante: llevar a los laicos, y en primer lugar a los matrimonios de los Equipos, a una auténtica vida espiritual, animándolos a la oración diaria. Por eso, en 1957, creó una nueva revista, Cuadernos sobre la oración, que conoció un público internacional. En 1966, aprovechando una oportunidad que se le ofrecía, abrió una escuela de oración en Troussures, cerca de Beauvois, donde cada año animaba varias “semanas de oración”. Su vida misma estuvo llena de esa presencia de Dios y no cesó de enseñar a orar, de transmitir lo que él vivía: “Si Cristo vive en nosotros, sin duda está rezando. Porque para Cristo la vida es oración. Uníos a Él, aferraos a Él, haced vuestra su oración. O más bien -ya que las expresiones que estoy utilizando acentúan demasiado vuestra propia actividad- dejad que esta oración os llene, os invada, os conduzca hacia el Padre”.
Su pedagogía pasaba por la exigencia fundamental de poner la oración en el centro de nuestra vida. Para ello utilizará numerosos textos: escribe en la “Carta de los Equipos” y en la revista “El Anillo de Oro”, también en los cuadernos sobre la Oración. Sobre todo fue en la segunda parte de su vida cuando esta pedagogía se orientó especialmente hacia los laicos activos en el mundo. Desde la casa de Troussures, que se llegó a convertir en un centro internacional de oración, animaba cada vez más semanas de oración, cursos por correspondencia sobre la oración y sesiones de formación.
Se puede decir que el P. Henri se convirtió en un auténtico apóstol de la oración porque él mismo la vivía cada día como su prioridad absoluta. Un testigo de aquella época le describe: “Me gusta recordarlo en la capilla de Troussures, sentado sobre su pequeño banco de oración, el cuerpo y la cabeza bien derechos, los ojos generalmente cerrados, las manos bien abiertas sobre las rodillas, perfectamente inmóvil, muy recogido, muy pendiente de Dios presente en lo más íntimo de sí mismo. No contaba ninguna otra cosa. Se podía decir que era a la vez todo él acogida y ofrenda, estando ante su Señor y su Dios como un paño desplegado al sol, imagen que le gustaba para hablar de la oración. No había nada amanerado ni cursi, sólo una paz, una estabilidad, una fuerza emanaban de él”.
Siempre acompañaba la invitación a la oración con otra invitación a la lucha espiritual. Si había una palabra que aparecía frecuentemente en sus escritos y en sus charlas, ésta era “exigencia”. En numerosos textos recuerda su íntima convicción de que a ese amor total que es el de Dios para con el hombre, éste último debe responder con un mismo amor incondicional. Explicaba que la vida cristiana es exigente, la Cruz está presente y requiere una disciplina personal, un entrenamiento permanente en la oración, en la meditación con la única intención de responder al inmenso Amor de Dios.
Mientras él dedicaba mucho tiempo y esfuerzo a su escuela de oración, los Equipos de Nuestra Señora se iban multiplicando por los cinco continentes y su vida estaba marcada rítmicamente también por los grandes Encuentros Internacionales, para los que viajó por medio mundo. El P. Henri tuvo la gran dicha, en la peregrinación a Roma de 1970, de ver reconocidas por la Iglesia sus intuiciones sobre la santidad del matrimonio cristiano: fue el importante discurso de Pablo VI a los Equipos de Nuestra Señora el 5 de mayo de ese año.
En 1967 concluyó la andadura de la revista “El Anillo de Oro”, pero sus trabajos, apoyados en la experiencia de los Equipos, habían dado fruto abundante. En 1973 el P. Henri cumplió setenta años y, ante la magnitud de la obra emprendida y los esfuerzos que requería el atenderla, decidió dejar en manos más jóvenes la responsabilidad de los Equipos, para consagrarse ya por entero a iniciar a los cristianos a la meditación y llevarlos al encuentro personal con Cristo a través de sus Cuadernos sobre la Oración, de sus cursos de oración por correspondencia, de sus publicaciones, y a través de las semanas de oración en Troussures todavía durante los casi veinte años de vida que le quedaban.
Todos los que le conocieron y a quienes acompañó en su camino espiritual, hablan de lo penetrante que era su mirada, no una mirada indiscreta sino llena de un interés profundo y respetuoso: buscaba a Dios en cada persona. Su alegría se basaba en esto y también la de aquél o aquélla que encontraba así la paz. El P. Henri ayudaba a cada uno a ponerse ante Dios y a acoger su voluntad. A alguien cuya vida se trastornó por una prueba terrible, le dijo simplemente: “La misa, todas las mañanas.” Esta persona así lo hizo y pudo superar todas las tormentas de su vida.
Falleció en Beauvois el 18 de septiembre de 1996 y su cuerpo reposa en el pequeño cementerio de Troussures. En su tumba está escrito sencillamente “Ven y sígueme”, recordando aquella voz que él escuchó cuando tenía veinte años y que cambió para siempre el rumbo de su vida. En la homilía de su funeral, el entonces Arzobispo de Paris, Cardenal Jean-Marie Lustiger, dijo: “Pertenezco a esa generación que ha reconocido al Padre Caffarel como una de las grandes figuras que Dios ha dado a su Iglesia durante este Siglo (…) Al terminar la Segunda Guerra Mundial, cuál fue nuestra sorpresa al verle renovar la comprensión cristiana del sacramento del matrimonio! Descubría su misión; magnificaba la dignidad del amor humano en una época en que nadie sospechaba aún cuánto iba a ser amenazado por la evolución de las costumbres y de la cultura”.
Su sucesor en la sede de Paris, el Cardenal Vingt-Trois, acogió la petición de los Equipos del mundo entero -hay unos 50.000 Equipos en los cinco continentes- y comenzó en 2006 el proceso de beatificación de este admirable sacerdote, sobre el que dijo Juan Pablo II: “Mostró la grandeza y la belleza de la vocación al matrimonio, y, anticipando las orientaciones fecundas del concilio Vaticano II, destacó la llamada a la santidad relacionada con la vida conyugal y familiar”.
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