“Les aseguro que uno de ustedes me entregará” Entonces, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan mojado”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?” “A donde yo voy tú no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde”. Pedro insistió: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Con que darás tu vida por mí? Pues te aseguro que antes que cante el gallo, me negarás tres veces”. (Jn 13,21-33.36-38)
Un Evangelio para tomarlo en serio.
No como una historia del pasado, sino como una realidad del presente.
En esta escena hubo mucho de hipocresía, como también mucho de autosuficiencia.
Pero que tiene el coraje de ponerlas al descubierto.
Un traidor secreto y maquillado.
Es la figura de Judas.
Aparentemente uno como los demás.
Nadie sospechaba de él.
Cuando vemos una foto de la Ultima Cena para que lo reconozcamos a Judas tienen que ponerle la bolsa en la mano, de lo contrario nadie lo reconocería.
Es que el pecado y la traición suelen maquillarse de verdad.
Judas debió de tener un maquillador de primera, pues nadie lo pudo identificar.
Aparentemente uno como el resto.
Solo que a Jesús le repugna la hipocresía.
A Jesús le repugna ese empeño de “cultivar nuestra imagen”, por más que detrás se oculte la mentira, el pecado, la traición.
Esto tuvo lugar ayer.
Pero ¿no sigue siendo realidad también hoy?
La Iglesia ha cuidado mucho su imagen ante los fieles.
Nadie nos atrevíamos a criticarla, por más que viésemos cosas que no nos gustaban.
Pero la Iglesia llevaba dentro mucha basura, mucho pus.
Fue preciso que los medios de comunicación pusiesen al descubierto lo que con tanto cuidado se trataba de ocultar.
Seguía hablando de santidad.
Pero por dentro arrastraba mucho de infidelidad y traición a sí misma.
Fue un momento doloroso, pero necesario.
Y esa no era la Iglesia que Jesús quería: no la Iglesia del “parecer” sino la Iglesia del “ser”, por más que eso hiciese caerse muchos ídolos del pedestal evangélico.
En esta Semana Santa, la Iglesia:
¿No tendrá que mirarse por dentro?
¿No tendrá que sincerarse consigo misma?
¿No tendrá que quitarse su maquillaje y aparecer tal y como es?
Y cuando hablo de Iglesia hablo de todos los que formamos la Iglesia.
Es preferible la sinceridad de la verdad que el secreto de las apariencias.
Un gallo descubrirá una negación.
El Evangelio se atreve a decir lo que nosotros no somos capaces.
Pedro, la cabeza de la Iglesia, confiesa estar dispuesto a dar su vida por Jesús.
Posiblemente hablaba con sinceridad.
Pero no reconocía su condición humana y sus debilidades.
Y Jesús no tiene reparos en hacer una confesión pública del pecado del “primer Papa”.
“Antes que cante el gallo me habrás negado tres veces”.
Hay que tener amor a la verdad para denunciar el pecado del que sería el primer Jefe y Cabeza de la Iglesia.
Hay que tener amor a la verdad para poner al descubierto el pecado del primer Papa.
Pedro se creía seguro de su fidelidad.
Y Pedro no contaba con su debilidad.
Y Jesús no tiene reparo en confesar públicamente la primera infidelidad del primer Papa.
Es que la Iglesia nunca será ella misma en la mentira.
Es que la Iglesia logrará ser ella misma siempre que viva en la verdad.
Tener miedo a la verdad es vivir en la hipocresía de la mentira.
Tener la valentía de confesar sus debilidades es la transparencia de su verdad.
La Semana Santa es la semana de la transparencia.
Revela el pecado del hombre.
Revela la verdad de Dios.
Revela el corazón mentiroso del hombre.
Revela el corazón limpio y transparente de Dios.
Clemente Sobrado C. P.
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