1. Un Título Capcioso1.1 Cuando uno oye, como en la primera lectura del día de hoy, que se va a proclamar una lectura del libro “de la Sabiduría” puede pensar que se trata de un calmado ejercicio de reflexión, propio de la gente que puede darse el lujo de meditar largamente sobre las cosas profundas de la vida. Tú sabes, aquellas personas que buscan la serena hora de la soledad para entrar en sus consideraciones abismales. 1.2 Por el contrario, lo que vemos en la primera lectura de hoy es un llamado que parece más propio de la literatura de los profetas que de la reposada mesa de los sabios. O tal vez, y esto es lo más probable, nuestra idea de sabiduría debe evolucionar. Salomón no es Confucio, ni la Biblia está interesada en competir con Lao-Tse. 1.3 La sabiduría de la Biblia no es, según vemos, un ejercicio elitista y sosegado; tampoco es un puro esfuerzo de la inteligencia. Es un modo de percibir con especial agudeza la revelación de Dios y de entrar en comunión con sus palabra luminosa y poderosa. Las frases de hoy, dirigidas precisamente a quienes tienen poder, son suficientemente elocuentes: de lo que se trata, en esto de la sabiduría, no es de alcanzar el ingenio, la astucia, la brillantez o cosas parecidas. De lo que se trata es de que los discípulos de la sabiduría “no pequen”. 1.4 En ese mismo orden de ideas, la justicia no se equipara aquí con un consenso de voces humanas, ni con la fidelidad a un código, sino con la unión de nuestra voluntad con la voluntad divina. Esta sabiduría es visible, toca la realidad, y la transforma según la fuerza inconmensurable del querer de Dios. 2. ¿A qué Volvió el Samaritano?2.1 Muchas veces, al escuchar el evangelio de hoy, hemos oído predicar que su mensaje principal es la gratitud. Es posible que sea así, pero también es posible que no, aunque el mensaje sobre la hermosura de la gratitud está claramente presente. 2.2 La pregunta que hace el Señor no es “¿sólo este vino a agradecerme?”, sino “¿no ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. Hay una diferencia. Además, notemos que los gritos de júbilo de este leproso no eran “¡gracias, gracias, me curaste!”. Él regresó, ante todo, “alabando a Dios”. 2.3 Notemos además la manera como Jesús lo despide, después de recibir su gesto de alabanza a Dios y de gratitud hacia el mismo Jesús; le dice: “tu fe te ha salvado”. Esa frase no la oyeron los otros que quedaron curados. 2.4 Es decir, el Señor encomia aquí no tanto una virtud “humana”, ciertamente respetable y saludable, la gratitud; lo que pondera y recomienda es la actitud de aquel que dirige hacia Dios su pensamiento y pone así su nueva salud en manos de quien le ha curado. El que obra así no sólo ha sido sanado de ceguera física, sino que ha recibido una luz nueva, la luz de la fe, que todos necesitamos, aun en el caso de que nuestros ojos estén abiertos al resplandor del sol. |
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