Martes 14 de Agosto de 2018
San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir.
Memoria. Rojo.
San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir
Maximiliano nació el 8 de junio de 1894, y fue bautizado con el nombre de Raimundo. Educado con una fuerte devoción mariana familiar, ingresó a un seminario franciscano en la Polonia austríaca, donde adoptó el nombre de Maximiliano. Vivió sus primeros tiempos de sacerdote en plena Primera Guerra Mundial. En 1927 fundó una ciudad mariana, a 40 km de Varsovia, llamada “Niepokalanow”, “Ciudad de la Inmaculada”, y en 1930 fundó otra en Japón. Cuando en 1939 los alemanes invadieron Polonia, fue arrestado junto con sus hermanos de comunidad, y luego fue llevado al campo de Aüschwitz. Allí se ofreció para morir en lugar de un compañero de cautiverio el 14 de agosto de 1941. El papa Juan Pablo II lo declaró santo el 10 de octubre de 1982.
Antífona Cf. Mt 25, 34. 36. 40
Vengan, benditos de mi Padre, dice el Señor. Estuve enfermo y me visitaron. Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.
Oración colecta
Señor Dios, que encendiste a san Maximiliano María, presbítero y mártir, en amor a la Virgen Inmaculada y lo colmaste de celo por la salvación de las almas y de caridad hacia el prójimo, concédenos, por su intercesión que, solícitos en el servicio a los hermanos por la gloria divina, nos hagamos semejantes a tu Hijo, que dio su vida por nosotros. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
Oración sobre las ofrendas
Dios nuestro, te presentamos estos dones, pidiéndote humildemente que, a ejemplo de san Maximiliano María, aprendamos a ofrecerte nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Cf. Jn 15, 13
Dice el Señor: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.
Oración después de la comunión
Alimentados con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, te pedimos, Padre, que arda en nosotros aquella caridad que san Maximiliano María recibió en la eucaristía. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Lectura Ez 2, 8–3, 4
Lectura de la profecía de Ezequiel.
El Señor me dirigió la palabra y me dijo: “Tú, hijo de hombre, escucha lo que te voy a decir; no seas rebelde como ese pueblo rebelde: abre tu boca y come lo que te daré”. Yo miré y vi una mano extendida hacia mí, y en ella había un libro enrollado. Lo desplegó delante de mí, y estaba escrito de los dos lados; en él había cantos fúnebres, gemidos y lamentos. Él me dijo: “Hijo de hombre, come lo que tienes delante: come este rollo, y ve a hablar a los israelitas”. Yo abrí mi boca y él me hizo comer ese rollo. Después me dijo: “Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy”. Yo lo comí y era en mi boca dulce como la miel. Él me dijo: “Hijo de hombre, dirígete a los israelitas y comunícales mis palabras”.
Palabra de Dios.
Comentario
Los profetas son hombres de la Palabra. Por lo tanto deben alimentarse de la Palabra de Dios. Ezequiel no solo se alimenta: saborea, gusta y encuentra que la Palabra es dulce como la miel. La Palabra de Dios pondrá dulzura, suavidad y buen alimento en la vida del profeta, para sostenerlo en su ministerio.
Sal 118, 14. 24. 72. 103. 111. 131
R. ¡Qué dulce es tu palabra en mi boca, Señor!
Me alegro de cumplir tus prescripciones, más que de todas las riquezas. Porque tus prescripciones son todo mi deleite, y tus preceptos, mis consejeros. R.
Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata. ¡Qué dulce es tu palabra para mi boca, es más dulce que la miel! R.
Tus prescripciones son mi herencia para siempre, porque alegran mi corazón. Abro mi boca y aspiro hondamente, porque anhelo tus mandamientos. R.
Aleluya Mt 11, 29
Aleluya. “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón”, dice el Señor. Aleluya.
Evangelio Mt 18, 1-5. 10. 12-14
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?”. Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “Les aseguro que si ustedes no cambian y no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre me recibe a mí mismo. Cuídense de no despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial. ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños”.
Palabra del Señor.
Comentario
Nos hacemos niños cuando dejamos que Dios ejerza todo su poderoso amor sobre nosotros. Como los niños pequeños, que no pueden valerse por sí mismos, así es la actitud de la infancia espiritual: esperar todo de Dios. Esto no es dejar de comprometernos con el Reino de los Cielos, sino confiar en que Dios obrará en nosotros y no dejará que nos perdamos.
Oración introductoria
Espíritu Santo, dame tu luz en este momento de oración. Con la confianza de un niño pido también la intercesión de mi ángel de la guarda, de modo que tenga la docilidad para escuchar la Palabra y seguirla, como una oveja sigue a su pastor.
Petición
Jesús, concédeme el don de buscar, con la sencillez y la nobleza de un niño, el amor.
Meditación
Hoy, el Evangelio nos vuelve a revelar el corazón de Dios. Nos hace entender con qué sentimientos actúa el Padre del cielo en relación con sus hijos. La solicitud más ferviente es para con los pequeños, aquellos hacia los cuales nadie presta atención, aquellos que no llegan al lugar donde todo el mundo llega. Sabíamos que el Padre, como Padre bueno que es, tiene predilección por los hijos pequeños, pero hoy todavía nos damos cuenta de otro deseo del Padre, que se convierte en obligación para nosotros: «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3).
Por tanto, entendemos que aquello que valora el Padre no es tanto "ser pequeño", sino "hacerse pequeño". «Quien se haga pequeño (...), ése es el mayor en el Reino de los Cielos» (Mt 18,4). Por esto, podemos entender nuestra responsabilidad en esta acción de empequeñecernos. No se trata tanto de haber sido uno creado pequeño o sencillo, limitado o con más capacidades o menos, sino de saber prescindir de la posible grandeza de cada uno para mantenernos en el nivel de los más humildes y sencillos. La verdadera importancia de cada uno está en asemejarnos a uno de estos pequeños que Jesús mismo presenta.
¿Pero qué significa "ser pequeños", sencillos? ¿Cuál es la pequeñez que abre al hombre a la intimidad filial con Dios y a acoger su voluntad? ¿Cuál debe ser la actitud de base de nuestra oración? Observemos el Discurso de la Montaña donde Jesús afirma: "Bienaventurados los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios". Es la pureza del corazón la que permite reconocer el rostro de Dios en Jesucristo; y tener el corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción de quien se cierra en sí mismo, pensando que no necesita a nadie, ni siquiera a Dios.
En cuántas instituciones se da una lucha despiadada en las personas por subir de rango en su trabajo. También a los discípulos de Jesús les surgían estos aires de posesión que tiene todo hombre, por eso le preguntan a Cristo quién será el primero en le reino de los cielos. Sin embargo, Jesús les saca de dudas respondiéndoles que aquel que sea como un niño. Respuesta un poco desconcertante porque todos eran ya mayores de edad y como que eso de volver a las cosas de niño no se vería muy bien en ellos. Obviamente, Jesús se refería a ser como niños en el espíritu, porque si alguien nos da ejemplo de inocencia, sencillez, pureza, sinceridad, cariño son precisamente los niños. En ellos no se da la doblez, morbosidad, envidia que desgraciadamente florece en algunas personas mayores. Los niños conquistan a todo mundo precisamente por su espontaneidad e ingenuidad que nace de su sencillez.
Para terminar, el Evangelio todavía nos amplía la lección de hoy. Hay, ¡y muy cerca de nosotros!, unos "pequeños" que a veces los tenemos más abandonados que a los otros: aquellos que son como ovejas que se han descarriado; el Padre los busca y, cuando los encuentra, se alegra porque los hace volver a casa y no se le pierden. Quizá, si contemplásemos a quienes nos rodean como ovejas buscadas por el Padre y devueltas, más que ovejas descarriadas, seríamos capaces de ver más frecuentemente y más de cerca el rostro de Dios. Como dice san Asterio de Amasea: «La parábola de la oveja perdida y el pastor nos enseña que no hemos de desconfiar precipitadamente de los hombres, ni desfallecer al ayudar a los que se encuentran con riesgo».
Que este evangelio sea una invitación a mirar la intención por la que buscamos las virtudes espirituales. Si es por amor a nosotros mismos, para que nos vean las demás personas, para que vean lo bueno que somos, o si las buscamos para crecer en nuestra vida espiritual con esa sencillez con la que se dirige un niño a sus padres.
Pidamos a Cristo la gracia de ganarnos el primer puesto en el reino de los cielos por nuestra sencillez y sinceridad en el momento de servir a los demás.
Propósito
Ante las tentaciones que se me puedan presentar hoy, pedir a Dios su gracia para evitar, incluso, el pecado venial.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por mi ángel de la guarda y por la gran esperanza que surge de esta meditación. La cultura admira a la persona que por su propio esfuerzo tiene éxito, y esto es bueno. Pero, como tu hijo, debo tener una visión más amplia: atesorar esa confianza y dependencia a tu gracia, que es la que realmente logrará la trascendencia de mi vida. Además, siempre recordar que hay muchas ovejas sin pastor que no deben quedarse atrás ni perderse, si en mí está el poder ayudarles a volver o encontrar el redil.
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