No tendría que hacer falta que yo dijera que estoy a favor de la completa igualdad entre hombres y mujeres. Pero como siempre hay lectores un poco menos inteligentes que pueden hacer castillos en el aire basándose en que no se ha dicho algo, lo asevero como prólogo: a favor de la completa igualdad.
Ahora bien, no tengo la menor duda de que el radicalismo de algunas integrantes del movimiento feminista se extenderá progresivamente a cada vez más capas de la sociedad, hasta hacerse general. Esas radicales necesitan un enemigo. Eso de dar puñetazos en el aire resulta aburrido.
Hoy por la mañana, en la calle San Bernardo, cuando me dirigía hacia la Gran Vía a almorzar con una buena amiga, hemos pasado delante de unas treinta manifestantes feministas de la CNT. Al pasar ante ellas, se han reído y me han insultado; yo he seguido mirando hacia el frente con flema británica. Resulta irónico que quienes pretenden buscar la igualdad insulten a un ser humano por el hecho de ministrar en una confesión religiosa.
Estoy completamente seguro de que, con el pasar del tiempo, este tipo de feminismo exigirá a los legisladores que apruebe algún tipo de ley que castigue el hecho de que nuestras normas religiosas no nos permitan conferir el sacramento del orden a las mujeres.
Estoy seguro de que llegaremos a ver el día en que se exija, por ley, a los representantes de cada diócesis una declaración institucional acerca del tema. O llegaremos a ver que cada mujer que quiera entrar en el seminario y no sea admitida ponga una demanda judicial por discriminación ante los jueces. Estoy convencido de que unos diez años nos separan de esa idílica situación.
Todo buen ideal es susceptible de convertirse en excusa para la represión y la limitación de libertades. Se puede construir un régimen fascista basado en la búsqueda del pacifismo.
Por supuesto que también se puede erigir un estado neonazi cimentado en la urgente necesidad de combatir el fascismo. Con imaginación uno puede imaginar una nación cayendo en el abismo de una dictadura basada en el ballet y la música de Debussy. Es posible, incluso, una sociedad enteramente dominada por los pasteleros.
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