Homilía para el domingo XIX durante el año C
La historia, vista con ojos humanos, es casi siempre una pesadilla. Esto es cierto hoy como lo fue en los días de los profetas del Antiguo Testamento y en el tiempo de Jesús. Siempre hay más escándalos, opresión, agresión,guerras, limpieza étnica y cosas que no podemos imaginar. Sin embargo, hay que poner todo esto en un contexto más amplio, en relación con el pasado, por supuesto, pero sobre todo en relación con el futuro. Porque si el pasado puede ayudarnos a entender lo que estamos viviendo, es el futuro que le da sentido a lo que vivimos hoy. Por eso Jesús nos llama a estar listos para el día del encuentro final con nuestro Dios. Y esto lo podemos aprender de nuestros antepasados en la fe, el pueblo de Israel
Dios, tal como es concebido por el pueblo de Israel, es el Dios del Éxodo, del exilio, de la Promesa. La concepción pagana de Dios era la de una presencia inmediata y dio lugar a una religión de los ídolos. Israel no tenía ídolos, Israel, adoró el nombre del Dios de la Promesa y esta religión creó una historia – una historia que fue menos la experiencia de un cambio continuo que el esperar el cumplimiento de una promesa. Siempre vivieron en el presente, pero lo que estaban viviendo recibía su sentido de lo que se les prometió para el futuro y la esperanza para el futuro se basa en el amor que Dios les había mostrado en el pasado.
La primera lectura de hoy, tomada del libro de la Sabiduría, habla de la noche santa del Éxodo, en el que el pueblo de Israel fue sacado de Egipto por Yahvé. Luego la lectura del Evangelio se refiere a la gran noche de la Resurrección de Cristo de la muerte. Ninguna de estas dos noches era el final de un proceso histórico. La resurrección no fue el final de nada. La tumba vacía no era como pensaba Hegel, el memorial de la nostalgia. La resurrección de Cristo, como el Éxodo de Egipto, fue un acontecimiento que abrió al Pueblo al futuro, que a su vez afirma y confirma la promesa de Dios.
El sentido último de nuestra existencia no está en el pasado evento del pueblo de Israel saliendo de Egipto, hace cerca de tres mil años, o de Jesús, que salió de la tumba hace poco más de dos mil años. El sentido último está en la resurrección de toda la humanidad en la liberación total de todos los seres humanos de la esclavitud del pecado, la opresión, la guerra. Esta es la razón por la cual la llamada de Jesús a estar preparados y vigilantes no es un llamado a la pasividad. Este es un llamado a ser activamente atentos, una llamada a trabajar personalmente y con lucidez en la realización de la promesa. Por eso este Evangelio no es un elogio al desinterés. Es más, al escuchar la invitación tranquilizadora de Jesús: «No temas, pequeño rebaño, porque a su Padre le ha parecido bien darles a ustedes el Reino» (Lc12, 32), nuestro corazón se abre a una esperanza que ilumina y anima la existencia concreta: tenemos la certeza de que «el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva» (Spe salvi, 2).
No se debe entrar en la historia hacia atrás, mirando hacia atrás. A lo que se nos llama, es a construir un futuro que estará más cerca de la liberación total y definitiva, vivir con autenticidad y responsablemente nuestro presente. No sabemos exactamente cuál será el futuro de nuestra sociedad, nuestra iglesia, nuestra comunidad. Pero creemos que (en la fe) hay un futuro y sabemos que este futuro está en manos de Dios y se hará con nuestra cooperación. Y el fundamento de esta fe es que sabemos que Dios ha estado con nosotros en el pasado.
Muchos de nuestros planes no funcionaron, muchas de nuestras expectativas no se cumplieron. Como los discípulos de Emaús, caminando juntos, a menudo enumeramos varias de nuestras esperanzas no realizadas. La fe en la presencia del Extranjero (Jesús) que camina con nosotros nos asegura que él ha resucitado verdaderamente y que tarde o temprano, con nuestra participación, la resurrección final será una realidad.
En Lumen fidei nº 4 nos dice el Papa Francisco, en el escrito del Papa emérito Benedicto: “Por tanto, es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios. La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro. La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo. Por una parte, procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la memoria de la vida de Jesús, donde su amor se ha manifestado totalmente fiable, capaz de vencer a la muerte. Pero, al mismo tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae más allá de la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro « yo » aislado, hacia la más amplia comunión. Nos damos cuenta, por tanto, de que la fe no habita en la oscuridad, sino que es luz en nuestras tinieblas.”
Y Jesús en el Evangelio de hoy —mediante las tres parábolas— ilustra cómo la espera del cumplimiento de la «bienaventurada esperanza», su venida, debe impulsar todavía más a una vida intensa, llena de obras buenas: «Vendan sus bienes y den limosna. Háganse bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla» (Lc12, 33). Se trata de una invitación a usar las cosas sin egoísmo, sin sed de posesión o de dominio, sino según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor: como escribe sintéticamente Romano Guardini, «en la forma de una relación: a partir de Dios, con vistas a Dios» (Accettare se stessi, Brescia 1992, p. 44).
Cómo nos cuesta vivir en el presente, si nos anclamos en el pasado nos angustiamos, si vivimos muy pendientes del futuro la ansiedad nos nubla el presente y nos intranquiliza. El pasado nos tiene que enseñar que Dios siempre estuvo con nosotros y viviendo seria y profundamente el hoy preparamos el cumplimiento de la Promesa de Dios que parte de este mundo y se hunde en la vida bienaventurada de Dios, la fe luminosa es la esperanza que nos trae la luz del futuro de la resurrección de Cristo que nos atrae a él, para transformar el hoy.
Que María nuestra Madre nos haga estar atentos y vigilantes esperando a nuestro Señor, sin ser vagos ni maltratadores sino administrando seriamente el don de la vida, hoy. Si somos fieles con los bienes que el Señor nos dio en el presente él nos dará muchos más y el que más vale, que es su amor y su amistad.
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