Sobre todo por los frutos que perduran. Los que cuando desaparece la semilla hacen que, en ellos, siga viva.
Bendita memoria de Monseñor Eduardo que perdura en los sacerdotes que formó con su entrega; en la diócesis que pastoreó con su sencillez y alegría; y en quienes los conocen, gracias al pequeño milagro de su recuerdo, que pervive en muchos, a pesar del tiempo transcurrido desde su muerte en 1997.
Y, como cantábamos conmovidos entonces, también hoy le sigo cantando con cariño:Formador de sacerdotes, predicador incansable. Ya han florecido los brotes, la cosecha es imparable. El Señor se lo llevó, sin duda, para premiarlo. La tristeza terminó porque nos sigue cuidando. ¡Gracias, Monseñor Eduardo!
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