En mi novela Torres Góticas ya explicaba la conveniencia de dedicar la Basílica de San Pedro del Vaticano en exclusiva a la adoración continua del Santísimo Sacramento y a la liturgia.
En esa novela explicaba que una tercera parte de la basílica (la más cercana a los tres portones de entrada) seguía siendo visitable por turistas. Pero que estos sólo podían pasar al templo siguiendo un recorrido único y en una sola dirección. Lo cual les permitía ver la nave central y las naves laterales, pero no acceder hacia el interior.
Es decir, la organización (y las vallas) conformaban un río de turistas que fluía de forma ininterrumpida y rápida. El resultado d esto era acabar con las largas esperas para acceder al interior. Ahora mismo, a partir de mayo, la espera mínima es de una hora. Hora y media es lo normal. Y a veces es más. Y eso bajo el sol de julio y agosto es una experiencia inolvidable.
Del modo que propongo, la gente llega ve la Basílica Vaticana en unos siete minutos y sale. Se ve menos, pero no se espera. Y así el resto del templo se dedica a la oración. En la parte dedicada a la adoración del Smo. Sacramento colocado sobre el Altar de la Confesión, nadie se mueve. Uno está sentado orando. Uno se sienta donde los organizadores le indican y no puede deambular por la basílica.
Para evitar la picaresca de que alguien entre a esa parte no para orar, sino para andar un rato por allí, se tomarían varias medidas bastante draconianas y previas al ingreso a esa parte, que no detallo aquí para no alargarme. Con esas medidas estaríamos seguros de que el que entra a orar no está fingiendo.
Sólo de esta manera beneficiaríamos tanto a los turistas que ahora están hora y media bajo el sol, como a los peregrinos que quieren hacer oración.
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