"El carnet de identidad del cristiano es la alegría", dice el Prelado en su carta repitiendo una expresión del Santo Padre. Nuestra alegría, aun en medio de las contradicciones, será un modo evangélico de consolar a quien lo necesita
Se refiere Mons. Javier Echevarría en la Carta pastoral de este mes de julio, recordando que a lo largo de estos meses nos estamos esforzando por situar en primer plano la práctica de las obras de misericordia, por lo que sugiere considerar una a la que Jesucristo se refiere expresamente al trazar el programa del caminar cristiano, las bienaventuranzas. Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados, sobre la que, añade, como el perdón de las ofensas, nos permite parecernos más a Dios, imitarle.
Contemplando la situación del mundo −afirma más adelante− nos damos cuenta de que muchas personas lloran, sufren. Los dramas que ocasionan las guerras provocan grandes tragedias, que no nos pueden dejar indiferentes; la emergencia de los inmigrantes o las situaciones de injusticia que claman al cielo causan muchas lágrimas. Pienso, en particular, en los que están sufriendo por defender su fe, incluso poniendo en riesgo sus vidas, por lo que, continua, al leer vuestras cartas, o en las conversaciones que mantengo con vosotras o con vosotros, comparto de todo corazón vuestras alegrías y también vuestras penas y dolores.
¡Cuántas familias padecen un sufrimiento grande, porque alguno de sus miembros vive alejado del Señor, o ven sufrir a un enfermo y se sienten impotentes para aliviarle el dolor! Somos personas que estamos en medio del mundo, y es lógico que los dramas contemporáneos −el flagelo de la droga, la crisis de la unión familiar, el hielo producido por el individualismo, la crisis económica− nos toquen muy de cerca.
Asegura que comprobar esta realidad no nos ha de llevar a la tristeza. Contamos con la seguridad de que −si permanecemos junto al Corazón de Jesús− seremos consolados, y no sólo en la vida eterna. Ya aquí en esta tierra el Señor nos ofrece el consuelo de su cercanía. Como un padre amoroso, no nos deja nunca a solas. Como enseñó siempre san Josemaría, la raíz de la alegría sobrenatural de los cristianos brota de la conciencia de nuestra filiación divina. “A mí me causa un consuelo inmenso la seguridad, tan propia de los hijos de Dios, de que nunca estamos solos, porque Él siempre está con nosotros. ¿No os conmueve esta ternura de la Trinidad Beatísima, que no abandona jamás a sus criaturas?”
Sugiere el Prelado fijarse en que, entre las razones de la conversión del mundo pagano, en los primeros tiempos del cristianismo, se habla del ejemplo de aquellos predecesores nuestros, los primeros fieles bautizados, que no perdían la alegría sobrenatural ante las penalidades y persecuciones que sufrieron por amor a Jesucristo, y afirma que también ahora el gozo sobrenatural y humano de los seguidores de Cristo, aun en medio de las mayores contradicciones, ha de ser como un imán capaz de atraer a quienes se encuentran inmersos en la tristeza o en la desesperación, porque no conocen cuánto les ama Dios, reafirmando unas palabras del Santo Padre Francisco en la homilía en Santa Marta del pasado 23 de mayo, y asegurando que en este contexto de fe y de esperanza teologales, se entiende la seguridad con que nuestro Padre podía afirmar que “la alegría es un bien cristiano, que poseemos mientras luchamos, porque es consecuencia de la paz”[1], además de que “tiene sus raíces en forma de Cruz”[2].
Un cristiano −afirma− que se sabe hijo de Dios no se debería dejar apabullar por la tristeza. Podrá sufrir en el cuerpo y en el alma, pero incluso entonces la conciencia de su filiación divina, suscitada en él por la acción del Espíritu Santo, le prestará nuevas energías para ir adelante, semper in lætitia! Como aconsejaba san Josemaría, “mientras luchemos con tenacidad, progresamos en el camino y nos santificamos. No hay ningún santo que no haya tenido que luchar duramente. Nuestros defectos no deben llevarnos a la tristeza y al decaimiento. Porque la tristeza puede nacer de la soberbia o del cansancio: pero en los dos casos, el que acude al Buen Pastor y habla con claridad, encuentra el oportuno remedio. ¡Siempre hay solución, aunque se hubiese cometido un error gravísimo!”, por lo que asegura que el recurso seguro para evitar la tristeza o salir de su tenaza, consiste en abrir el corazón con Jesús ante el Sagrario, y a quien −como instrumento suyo− orienta al alma entre los vericuetos de la vida espiritual.
Y sobre la Bienaventuranza, tema central de esta Carta pastoral, afirma el Prelado: ¡Qué hermosa labor realizan los cristianos al consolar a quienes se encuentran afligidos por una contrariedad, grande o pequeña, que les roba la paz! Además de rezar por ellos, es preciso fomentar una acogida cariñosa, pues muchas almas sólo buscan a alguien que escuche con paciencia sus penas. ¡Cuántas caras tristes encontramos en nuestro caminar terreno, porque nadie les ha enseñado a abandonarse en el Señor, y con qué consolación fraterna debemos acogerlos!, y recuerda que así se condujo el Maestro durante su paso entre los hombres, por lo que, siguiendo los pasos del Maestro, consolemos a quienes lo necesiten. Es algo que está en las entrañas del espíritu cristiano. Así se dirigía san Francisco al Señor, en una oración también repetida por muchas generaciones: “Señor, hazme instrumento de tu paz. Donde hay odio, siembre yo amor; donde haya injuria, perdón; donde haya duda, fe; donde haya tristeza, alegría; donde haya desaliento, esperanza; donde haya oscuridad, tu luz”.
Concluye Mons. Echevarría su Carta pidiendo oraciones por el Papa y sus intenciones. Acompañémosle espiritualmente en el viaje apostólico a Polonia con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Cracovia.
Fuente: opusdei.es.
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