Homilía para el XI Domingo durante el año C
En el corazón de este episodio se encuentra la enseñanza de Jesús sobre la misericordia divina, sobre la gratuidad humana y sobre la relación entre ambas.
Dos personas que tenían deudas con un prestamista. En el texto original, la deuda está contada en denarios. Un denario era el salario de una jornada de trabajo. Uno de ellos debía entonces el equivalente a 500 días de trabajo, el otro en cambio el equivalente a 50 días. Cómo ninguno de los dos tenía con qué pagar, el acreedor perdona a cada uno su deuda.
Se podrá evidentemente reflexionar aquí sobre la deuda, de qué tipo de deuda se trata: el pecado, el mal uso de los dones de Dios, deudas que contraemos por ser irresponsables, deudas sociales, políticas, etc; pero; por aquí, no va el corazón del relato. El punto de atención es la pregunta de Jesús: “¿Cuál de los dos amará más?”
Dios nos ama. Y la medida de su amor por nosotros se manifiesta en la magnitud de su misericordia y entonces, indirectamente, en la magnitud de nuestro pecado. Todos somos pecadores, todos somos constantemente perdonados por Dios. Y cuanto más experimentamos siendo pecadores perdonados, más podremos crecer en el amor hacia aquel que es tan generoso en su amor misericordioso por nosotros.
Uno de los retos actuales en la vida comunitaria, en la vida social en general, y, probablemente, en la vida de una pareja, es que no podemos leer los corazones de los otros – incluso cuando pensamos que podemos hacerlo. Juzgamos a las personas a partir de lo que vemos, y muchas veces erramos en nuestros juicios. Vemos las verrugas en la superficie de la piel y no vemos la belleza de los corazones. Obviamente si pudiéramos leer todo lo que está en los corazones de los demás, no podríamos posiblemente soportarlo. Y, además, lo más probable, no querríamos que todos los que nos rodean puedan leer todo lo que sucede en nuestro propio corazón.
La historia del Fariseo y de la pecadora es una bella ilustración de todo esto. Lucas es muy buen escritor. Aquí, él pone la parábola que terminamos de comentar, en el corazón de otro relato, aquel de la recepción de Jesús en casa del Fariseo Simón. Un Fariseo había invitado a Jesús a comer en su casa, lo que es un signo de aprecio. Pero su amistad, sin duda, no era muy profunda, porque el omite ciertos gestos reclamados por las reglas exigidas en ese momento por la cortesía y la hospitalidad. El Fariseo debería haber ofrecido agua para lavarse los pies, saludar con un beso y ungir la cabeza, él no hizo nada de esto.
Además, una mujer conocida en la ciudad como pecadora, al enterarse de que Jesús estaba en casa de Simón llega y comienza a besar sus pies, lavarlos con sus lágrimas y los seca con sus cabellos. Una efusión de afecto que en la sociedad de la época, todo el mundo debía considerar inadecuada en público. Así que este fariseo que juzga sólo por el comportamiento externo de esta mujer, no puede leer su corazón, llega a una conclusión sobre los talentos de Jesús como profeta: “Si este es realmente un profeta, sabría qué clase de mujer lo está tocando”.
Pero Jesús lee en los corazones. Tanto en el de Simón como en el de la mujer. Y es para aclarar el juicio de Simón que cuenta esta parábola de los dos deudores, y por último hace la pregunta: “¿Quién de ellos le amará más?”. Luego deja en claro lo que está en el corazón de la mujer en comparación entre ella y el fariseo: “Entré a tu casa, y no me diste agua para los pies, ella los ha bañado con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me has besado, ella desde su entrada no ha cesado de besar mis pies. Tú no ungiste la cabeza, ella me ungió con un precioso ungüento los pies …” ¿Y cuál es la conclusión obvia de todo esto? …
Aquí el texto griego original se puede entender de dos maneras: o bien se puede traducir: “sus pecados han sido perdonados a causa de su gran amor”, o también se puede traducir de otra forma, más acorde con la dinámica de la historia y su conclusión: “Si ella ama hasta este punto, es que sus muchos pecados le han sido perdonados.” Jesús revela así que la mujer -a quien el fariseo y probablemente todos los presentes consideraban una pecadora – ya había sido perdonada antes de entrar en el comedor y ella tenía que expresar su amor porque había sido perdonada.
Esto nos enseña por lo menos tres cosas. En primer lugar, cuánto más uno tiene que hacerse perdonar, tanto más tiene que amar, y en segundo lugar, el hecho de no ser conscientes de nuestra necesidad de perdón es la mejor manera de ser duros y severos con nuestros hermanos, y en tercer lugar, que aunque a veces debemos tener el coraje de hacer un juicio acerca de ciertas actitudes y comportamientos, no podemos juzgar a nadie porque no sabemos lo profundo de su corazón. Sólo Dios lo sabe. Y Él conoce también el nuestro.
“He aquí el Fariseo verdaderamente soberbio y falsamente justo acusa a la enferma de su enfermedad y el médico por el socorro que le hace, él estaba enfermo de soberbia, y no lo sabía. Entre los dos enfermos está el médico. Pero un enfermo conserva en la fiebre su capacidad de sentir; el otro, por la fiebre de la carne, había perdido la fuerza de la mente. En efecto aquella lloraba por aquello que había hecho; el Fariseo, en vez, orgulloso de su falsa justicia acrecentaba la fuerza de su enfermedad. En la enfermedad había propiamente perdido los sentidos, ni siquiera entendía cuanto estaba lejos de la salvación.” Gregorio Magno, Hom., 33, 1- (Lezionario “I Padri vivi” 181)
Que nuestra Madre la Virgen, nos ayude a mantenernos en la dinámica del amor y la misericordia, para nunca alejarnos de la salvación, sabiendo que la misericordia no sustituye la conversión personal sino que la espera y la provoca hasta en el último instante, con tal que no la rechacemos.
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