Otra cosa sobre la que dialogaba con un amigo hace unos días es qué se tiene que hacer si en una democracia, por ejemplo, el 65% de la población apoya decididamente a un partido que ha dicho abiertamente su deseo de acabar con la democracia.
Si el partido es cristalino acerca de sus intenciones y tiene el apoyo rotundo de la población, ¿qué se debe hacer? Está claro que si es un partido que sólo tiene el apoyo, por ejemplo, del 10% de la población sencillamente se le declara ilegal y ya está. ¿Pero si ese partido cuenta con el respaldo decidido del 65% de la población?
La teoría es que el poder judicial debe declararlo ilegal. Pero resulta indudable que la población se levantaría. El funcionamiento de la democracia quedaría de hecho paralizado. El Ejército tendría que intervenir, aunque sólo fuera para mantener el orden público. ¿Sería la dictadura la solución a otra dictadura? ¿La dictadura moderada a una más radical? ¿Sería la única solución una dictadura a favor de la libertad la única fuerza capaz de evitar que el Poder fuera invadido y monopolizado por una dictadura con voluntad de perpetuarse?
Éste es un caso interesante que se ha dado varias veces en los últimos años. Varias democracias han estado a punto de ser tomadas por partidos islamistas cuyo programa era imponer la sharia y acallar a todos los opositores a esa ley.
Imaginemos que un año antes de que Hitler llegara a la cancillería de Alemania, su partido hubiera dejado bien claro que iba a hacer en los años siguientes. Imaginemos que la población le hubiera apoyado mayoritariamente. ¿Hubiera sido lícito suspender la democracia para tratar de preservar la libertad? Es un tema interesante, muy interesante. Desde luego pensar que el sistema parlamentario puede seguir funcionando con la oposición del 65% de la población forma parte más de un deseo que de una realidad.
Hay situaciones en las que sólo cabe un gobierno de concentración nacional para tratar de salvar lo que sea salvable, para salvar la Constitución frente a la letra de la Constitución.
Todas estas reflexiones parten del hecho de que cualquier democracia tiene en cualquier momento varios hitlers latentes que pueden florecer si se dan las consecuencias adecuadas. Nuestro deber es preparar marcos jurídicos que dentro de la Ley defiendan la Libertad, a veces, incluso, frente a la voluntad popular.
Nota final: Sé que ahora mismo no hay un peligro real de un nuevo fascismo en nuestras democracias. Pero Donald Trump ayer hizo unas declaraciones en las que le parecía muy bien la tortura del ahogamiento a los prisioneros interrogados por la CIA. Algo así nos demuestra lo débil que es la democracia y la necesidad de un poder judicial muy fuerte.
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