Encontré hace unos días esta estatua. No hace falta decir que quedé rendido a los pies de semejante obra de arte. Sólo sé que pertenece a la Colección Paul Getty. Pero, aunque he buscado más información, no la he encontrado.
Pero no me importa demasiado. La obra ya es suficiente para mí. Como mujer es un poco mofletuda. No es aventurado suponer que una mujer así debía tener unas pantorrillas considerables. Pero el contraste entre la delicadeza del tratamiento del pelo estirado de la parte superior y los alegres bucles de los lados me parece impresionante.
La segunda cosa que me admiró fue ese detalle grandioso que es el broche que cuelga de su pecho. No hay palabras. Si a eso añadimos la puntilla de la parte superior del vestido, no exagero si digo que ésta me parece una de las más bellas estatuas que he visto en mi vida. Y tengo debilidad por las estatuas.
A eso se añade la psicología que le ha dado a ese rostro. No es una mujer débil, sino enérgica. Fuerte y de mirada inteligente. ¿Qué más se puede pedir en una esposa? Sí, unos kilos menos.
Pero en esa época, además de obtener una buena dote, tampoco querías meter en casa a una mujer que fuera un montón de huesos. Si eras de buena familia y aceptabas pactar los esponsales, lo menos que exigías era un poco de mantecosidad a tu lado en el lecho.
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