La calumnia, dice el Diccionario, es la “acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño”.
Y calumniar, han calumniado. A gusto. Por el solo afán de hacer daño a la Iglesia. Por nada más que eso, pero tampoco por nada menos que eso.
Me refiero a la así llamada “Operación Retablo”, una supuesta, o real, oscura trama de amaños en la restauración de arte sacro. Se trató, por todos los medios, de involucrar a un Obispo y a dos sacerdotes en el asunto. Sin base alguna. La verdad es que, algunos de los acusadores, quisieron mezclar en el tema a cuantos más curas, mejor. Sin fundamento objetivo, pero eso era lo de menos.
Si alguien, en ese proceso, no se ha portado bien, que sea juzgado. Pero es absurdo culpar a quienes nunca han tenido culpa. A quienes no han ganado ni un euro. Si a un párroco se le ayuda, con todos los permisos oficiales, a restaurar un retablo, no dirá que no. Pero el retablo no está en su salón privado, sino en la iglesia parroquial.
Pocas veces se piensa en que solo por velar por el patrimonio cultural – muy generalmente, el único que hay en los pueblos y aldeas – los curas ya merecerían un buen sueldo. Lejos de eso, solo se amenaza con impuestos, con el famoso “IBI” y demás. Se ha perdido la racionalidad y la sensatez.
Todo lo que suene a Iglesia es sospechoso. Yo, que soy de tendencia un poco liberal en lo económico, casi sería partidario de cerrar todas las parroquias que no fuesen económicamente solventes. Pero esta opción condenaría al abandono más absoluto a las parroquias rurales, a las buenas gentes que desean contar con la celebración de la Santa Misa o con un entierro católico.
Sería injusto si se les concediese a partidos, sindicatos, fundaciones, etc., lo que se le negaría a la Iglesia Católica. ¿Qué debe primar: el bien de las personas o los intereses de un Estado totalitario?
El Estado, o quienes lo gobiernan, corre el riesgo de pensar que es el amo. Y no lo es. Es, o debería serlo, servidor.
Sería muy totalitario poner trabas al libre ejercicio del respeto a la libertad religiosa de los ciudadanos. No hace falta, para impedirlo, que emulen a Nerón. No, pueden hacerlo con “guante de seda”. Bastaría con acribillar a impuestos – como ya hacen, impunemente, contra los ciudadanos – para conseguir que la presencia de la Iglesia en aldeas, pueblos y ciudades resulte imposible.
Sería algo equivalente a una nueva desamortización. ¿Las víctimas? Los ciudadanos, en primer lugar. Pero también el patrimonio artístico del país.
Yo ya estoy mus asqueado. Es como para no fiarse de nadie. Y lo peor está por llegar.
Guillermo Juan Morado.
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