La negativa de los samaritanos a hospedar a Jesús y los suyos que se dirigen a Jerusalén, provocó en Santiago y Juan una reacción airada que no gustó al Señor. Bien porque no dar alojamiento en Oriente era una grosería imperdonable o bien porque pensaran que Jesús no se merecía ese rechazo, estos dos discípulos le piden permiso para que llueva fuego del cielo y los arrase.
Cristo "les regañó", nos dice el Evangelio de hoy. En otros códices donde se narra este mismo episodio se dice que Jesús contestó: "No sabéis a qué espíritu pertenecéis", ignoráis de qué abismo de maldad ha surgido esa petición. Las represalias, el devolver mal por mal no es del espíritu de Jesús, quien en la Cruz, por ejemplo, soportando un dolor físico y moral atroz puesto que sus enemigos se están burlando de Él y de la causa por la que muere, suplicó al Padre el perdón para sus verdugos porque no sabían lo que hacían.
¡En cuántas ocasiones somos maltratados por personas que son más ignorantes que malas! ¡Personas que no advierten los intereses que lesionan, los sentimientos que hieren con su modo de proceder! He aquí una razón para no regatear el perdón ya que el Señor no lo hace con nosotros ante ofensas mucho más graves.
El dominio de uno mismo al afrontar los contratiempos e injusticias que la vida y los demás nos causan fue inculcado constantemente por Jesús. Preguntémonos al hilo de estas consideraciones en esta celebración dominical: ¿Llevo bien las contrariedades de cada día y las veo como ocasiones de reparar por mis faltas y por tantos abusos como se cometen contra Dios y su Iglesia? ¿Pongo mala cara y manifiesto visiblemente mi irritación cuando algo no me gusta o noto la ausencia de algo que esperaba? ¿Procuro hablar sin herir, respondiendo siempre con sosiego, sin crispaciones, tan poco cristianas? ¿Me esfuerzo por no ser protestón, cascarrabias, negativo?
Quien no sabe comprender y perdonar no sabe amar y tampoco será perdonado por el Padre del Cielo. "¡Escuchad y comprended todos! -dice Juan Pablo II- Dios abraza todas las cosas. Dios, en el que vivimos, nos movemos y existimos, (Cf Act 17,28), ha elegido la tierra como morada suya, ha nacido en Belén; ha hecho de los corazones humanos el espacio de su reino. ¿Podemos ignorar todo esto? ¿Es lícito destruir la morada de Dios entre los hombres?" Hay que decidirse a que el amor propio herido, la soberbia, la vanidad... no destrocen la armonía familiar, laboral, social.
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