Homilía para el XIII domingo durante el año C
Ahora que ya desde hace algunas semanas ha concluido el tiempo pascual y que volvemos a lo que solemos designar como el “Tiempo Ordinario”, hemos entrado en la segunda mitad del Año Litúrgico. Nos encontramos ya en el Evangelio de Lucas, evangelista que hemos seguido a lo largo de este año, ciclo C, un tema muy de su agrado, el de la subida de Jesús a Jerusalén. A partir de este domingo y hasta el domingo último del año litúrgico, podremos escuchar la lectura de una larga sección de su Evangelio que nos narra esta lenta y no pocas veces dramática subida.
El Evangelio que hoy hemos escuchado comienza con estas palabras: “Como se acercaba el tiempo en que había de ser elevado Jesús de este mundo, emprendió con todo valor el camino hacia Jerusalén”. Esta frase tan pequeña, que más bien parece una entrada en materia elegante e inocente, es en realidad de una intensidad que hace temblar, una vez que tratamos de penetrar en ella. Es preciso decir que los traductores, en cualquiera que sea la lengua que utilizan, experimentan cierta dificultad en ofrecer toda la fuerza tan profunda de las expresiones que Lucas utiliza. “Como se acercaba el tiempo…” es lo que dice nuestro texto. De hecho literalmente lo que dice san Lucas es : “Como se iban a cumplir los días…” Lo mismo que había dicho en su narración del nacimiento de Jesús, “como se habían cumplido los tiempos en que ella (María) debía dar a luz”. Hemos, pues, llegado al momento decisivo, al final de los tiempos, al nacimiento definitivo de Jesús. Y este nacimiento definitivo, este final de los tiempos, será precisamente su muerte. Nuestro texto dice: “Como se acercaba el tiempo en que Jesús había de ser elevado de este mundo”. Esta bella paráfrasis traduce bastante bien el sentido de la frase griega. Pero una traducción literal sería mucho más brutal. :”Como se acercaba el tiempo en que iba a ser eliminado”
Cuál es la actitud de Jesús frente a este fin brutal de su ministerio, que está ya dibujándose. No es que tan sólo sea consciente de ello, sino que lo mira cara a cara, y se dirige con toda resolución hacia ese fin. “Emprendió con todo valor el camino hacia Jerusalén”. En este caso asimismo, caso de que tradujésemos literalmente, diríamos: “endureció su rostro para emprender el camino de Jerusalén”, o conforme a otra traducción que nos ofrece bastante bien el sentido: “…emprendió de manera irrevocable el camino hacia Jerusalén”
La misión de Jesús en la tierra concluirá en un fracaso llamativo, llamado la Cruz. Desde muy temprano tiene conciencia de ello. Lo que no es obstáculo para que se muestre fiel en su totalidad a su misión, y para que acepte de manera plena su fracaso. En lo cual tiene mucho que enseñarnos. Incluso desde un punto de vista natural, la vida humana normalmente no constituye una larga cadena de éxitos. En todos los niveles se ve tejida de una larga serie de éxitos y fracasos. La persona que madura y va creciendo a lo largo de su vida no es la que niega sus fracasos, sino la que sabe utilizarlos, es decir la que sabe aceptarlos con toda claridad por lo que son, es decir, llegar a sus consecuencias, poner un punto final a un capítulo, volver, después de ello con toda serenidad, la página y comenzar un nuevo capítulo. Jamás nos vemos libres de la tentación, bien sea de no reconocer el fracaso por lo que es y pretender tomarlo cual si fuera un éxito, bien de complacernos en él de una manera masoquista. La actitud de Jesús es totalmente diferente: ha comenzado un camino y no se desviará de la ruta emprendida aun cuando sabe muy bien que Jerusalén matará al último de los profetas como ha matado a tantos otros.
A lo largo de su caminar, habrá de ir formando a la comunidad de discípulos que le acompañan y asimismo a quienes se le presentan. Habrá de atravesar Samaría. Ahora bien, todos sabemos que existía una gran tensión y animosidad entre los Judíos, cuya capital religiosa se hallaba en Jerusalén, y los Samaritanos, cuya capital religiosa se encontraba en Samaría. Jesús envía a sus discípulos a que preparen su venida a donde los Samaritanos, lo que constituye para ellos un fracaso, toda vez que sin duda alguna han anunciado la venida de un gran profeta que se halla en camino hacia Jerusalén para ser allí coronado como rey-Mesías. Una vez más no han entendido nada.. Su misión constituye una fracaso y no solamente echar la culpa de ello a los Samaritanos, sino que quieren vengarse de ellos haciendo que descienda sobre ellos el fuego del cielo, ¡Cuántas veces echamos a otros la culpa de nuestros fracasos personales, y queremos castigarlos por ello!
En el camino – sin duda alguna en el país de los Samaritanos – se presentan a Jesús dos personas que quieren seguirle, y entre las dos hay incluso uno al que Jesús mismo invita a seguirle. No conocemos el nombre de estas dos personas, al contrario de lo que normalmente sucede con los discípulos a los que llama Jesús. Lo que quiere decir que se trata de figuras-tipo, de cada uno de nosotros conforme a las circunstancias de nuestras vidas.
Al primero que dice: “Te seguiré a dondequiera que vayas”, no le contesta Jesús diciéndole: “Muy bien, Bienvenido a nuestro grupo!”. Ni siquiera le hace pregunta alguna. Lo único que hace es mostrarle las exigencias de lo que quiere llevar a cabo, cosa que hace sencillamente describiéndole lo que él mismo vive: “El Hijo de Dios no tiene donde reposar su cabeza”. Al otro que le dice: “Te seguiré…pero primero deja que vaya a despedirme de los de casa”, le responde: “Quien pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no está hecho para el reino de los cielos…”
Pero hay un tercero a quien llama Jesús. Como sucede en todas las vocaciones del mismo tipo, lo único que dice Jesús es: “Sígueme!”. No dice, como hacen tan a menudo los superiores de nuestra época: “Ya sabes…he pensado que acaso podrías considerar la posibilidad de aceptar esta determinada responsabilidad…acaso podrías pensar en ello a lo largo de un par de semanas”. Lo que dice Jesús es sencillamente: “Sígueme”, y el sentido de ese “Sígueme” queda aclarado por todo el contexto de esta subida a Jerusalén.
Cada uno de nosotros ha recibido una llamada personal. Nuestro caminar será normalmente una mezcla de éxitos y de fracasos, de satisfacciones personales y de decepciones. A lo largo de este caminar iremos creciendo hacia la plenitud de la vida en la medida en que, como en el caso de Jesús, se vean tanto nuestra mirada como nuestro rostro vueltos de manera decidida e irrevocable hacia el fin, venga lo que venga.
Que nuestra Madre, la Virgen, nos ayude en este proceso.
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