Vietnam. Año 1975. El gobierno de Ho chi Minh (antigua Saigón) define el nombramiento como obispo del sacerdote Nguyen Van Thuan como un complot. Tres meses después lo encarcelan. Pasó trece años en las cárceles vietnamitas.
En todos sus años de prisión, incluso durante los nueve que pasó en régimen de aislamiento, nunca perdió la esperanza, porque le conmovían lo que él llamaba los defectos de Jesús. Lo cuenta él mismo: «A los compañeros de prisión no católicos que me preguntaban cómo podía seguir esperando, les respondía: “He abandonado todo para seguir a Jesús, porque amo los ‘defectos’ de Jesús”». Y entonces aclaraba cuáles eran estos defectos:
«En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se acuerde de él cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo –reconocía monseñor Van Thuân–, le habría respondido: “no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes en el purgatorio”. Sin embargo, Jesús le respondió: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Había olvidado los pecados de aquel hombre».
En definitiva, los defectos de Jesús no son más que una manera de llamar a su infinita misericordia: «Lo mismo sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona a todo el mundo». Y este es un defecto que alimenta nuestra esperanza. Por eso le gustaba tanto al cardenal Van Thuan: «Jesús no sabe matemáticas. Lo demuestra la parábola del Buen Pastor. Tenía cien ovejas, se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a las 99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99, o incluso más»[1].
En la misericordia de Cristo, este obispo vietnamita aprendió la esperanza, porque quien ama nunca desespera: ni de sus propios pecados ni de los ajenos... Quizá también nosotros podemos comprender que siempre hay motivos –más que suficientes– para esperar.
[1] http://www.zenit.org/article–6683?l=spanish
Fulgencio Espá, Con Él, Pascua
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