Misa Crismal, anoche en nuestra Catedral de Avellaneda-Lanús, el Obispo preparando el Crisma.
Celebrando con los sacerdotes en el Jardín del Obispado después de la Misa Crismal.
El Jueves santo, en la Misa vespertina, celebramos la Cena del Señor dando comienzo el Triduo pascual.
El Jueves Santo tiene varias peculiaridades litúrgicas. En primer lugar, ese día están prohibidas todas las misas sin asistencia del pueblo. Los sacerdotes que hayan concelebrado en la Misa Crismal matutina (en mi diócesis de Avellaneda-Lanús se hizo ayer por la tarde, en otras como Barcelona, se hace el martes, y en Diócesis más rurales con mucha distancia la semana V de cuaresma) pueden volver a concelebrar en esta Misa. Asimismo, los fieles que hayan comulgado en la Misa Crismal, siempre cuando se celebra el jueves a la mañana, pueden volver a hacerlo en la vespertina. La comunión sólo puede ese día distribuirse a los fieles dentro de la Misa ; a los enfermos se les puede llevar a cualquier hora.
Al comienzo de la Misa el sagrario debe estar completamente vacío. Este día se consagra el pan suficiente para la comunión del Jueves y Viernes Santos. Lo que la iglesia pretende con el signo del sagrario vacío y de la comunión con el pan consagrado durante este grandioso día es comunicar lo que Jesús en realidad instituyó en la última Cena cuando partió el pan y lo dio a sus discípulos diciendo: tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros
Tras la procesión de entrada la Misa comienza de la manera acostumbrada. Al llegar el Gloria suenan las campanas, que ya no volverán a sonar hasta el Gloria de la Vigilia pascual. Asimismo cesan los instrumentos y el coro canta sin acompañamiento musical. Se usa la carraca para la consagración.
Tras la homilía (que se dedicará a la institución de la eucaristía, la caridad fraterna y el sacramento del Orden) se procede al rito más llamativo: el lavatorio de los pies, que con la reforma del Papa Francisco ahora pueden participar mujeres, aunque ya se hacía. El obispo (o quien presida), quitándose la casulla si hace falta, se acerca a los designados y ayudado por sus ministros procede, ritualmente, a lavarles los pies. Mientras, el coro entona antífonas o cantos apropiados. El lavatorio de los pies significa el servicio y el amor de Jesús que ha venido no a ser servido sino a servir. Recordemos que en occidente desde el siglo IV se realizaba el lavatorio de los pies en el rito del bautismo con el fin de que no se olvidaran que ser cristianos significa ser servidores a ejemplo de Jesús. Posteriormente comenzó a ser utilizado en los monasterios como signo de acogida a los huéspedes. Este gesto debe ser simbólico y profético, a la vez que explica el deseo de una Iglesia que a ejemplo de Jesús se hace servidora de la humanidad especialmente de los más pobres y oprimidos. El lavatorio se hace con autenticidad, no es teatro, se lavan, se secan y se besan los pies expresando el amor fraterno, el servicio y la reconciliación. Posteriormente, finalizado el lavatorio, se ofrece al obispo (o celebrante principal) jabón y perfume para que se asee.
En esta Misa no se dice el Credo, siguiendo una antigua tradición (el momento que se conmemora aún no estaba el Credo establecido). Pensemos que el Credo que los católicos proclamamos se hizo por tradición, es decir, por la experiencia de las primeras comunidades cristianas, después de la resurrección de Jesús. Así se entiende mejor por qué no se profesa la fe públicamente este día, no por una omisión sino como signo de respeto a la tradición antigua que no tenía prevista esta particular profesión de fe cuando se instauró el Jueves Santo.
Continúa la Misa normalmente hasta la oración de después de la comunión. Los ritos finales de despedida se omiten, sustituyéndolos por la procesión de traslado del Santísimo hasta el monumento eucarístico. Mientras se canta el Pange lingua, el obispo, con el humeral, traslada al Santísimo en una procesión solemne con cirios e incienso. Al llegar al lugar de la reserva el obispo inciensa al Santísimo de rodillas, cerrando posteriormente el sagrario. Tras un breve tiempo de adoración en silencio y tras hacer genuflexión los ministros se dirigen a la sacristía, omitiéndose la despedida. La asamblea se dispersa sin ninguna clase de despedida litúrgica. Esto significa que quedamos en espera para participar de la más importante celebración del año Litúrgico: la Vigilia Pascual.
En ese momento se despoja al altar de los manteles y se queda vacío,quitándose o velándose si es posible las cruces. Este gesto, de quitar el mantel que cubre el altar, hasta la Vigilia Pascual , es un signo que mantiene una antiquísima tradición que tenía previsto este gesto final en cada celebración y que luego se conservó únicamente en el Triduo Pascual. Mientras de despojaba solemnemente el altar se recitaba el salmo 21, que dice: “se reparten mi ropa, echan a suerte a mi túnica”.
También se prohíbe encender velas ante las imágenes de la Virgen María y de los santos. Esta prohibición por parte de la Iglesia se inicia el Jueves santo, hasta la Vigilia Pascual. Lo verdaderamente importante para el cristiano es descubrir la luz del misterio eucarístico.
La Iglesia recomienda que los fieles dediquemos algún tiempo a rezar y a adorar al Santísimo. La tradicional costumbre de visitar los monumentos y sagrarios parece actualmente minoritaria y es preciso recuperarla, aquí en Argentina se suele hacer, en mi parroquia siempre. Los monumentos se adornan, con flores, cirios y frutos de las cosechas. Los monumentos se hacen en todas las capillas con el objetivo también de guardar las hostias sagradas para la comunión en el Viernes Santo y la de los enfermos.
No toda la religiosidad de estos días puede limitarse a ver procesiones. También debemos participar en los Oficios y visitar al Señor, que nos espera en el sagrario.
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