No se puede educar a granel, al por mayor, en general; solo se puede educar en la intimidad: de persona a persona, de tú a tú, de un interior a otro. De la primera forma se adiestra, se instruye, se adoctrina; pero para educar hace falta una conexión personal que únicamente se establece cuando se abre la intimidad.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que la puerta de la intimidad se abre desde dentro, no desde fuera, por lo que solo uno mismo puede abrirla a los demás. Razón por la cual, cuando se franquea desde fuera, siempre se produce cierta violencia, algo semejante a una invasión o un allanamiento de morada. La llave de esa puerta es el consentimiento; de otra forma, se fuerza la cerradura, se asalta la intimidad y, entonces, se pierde la confianza y, de resultas, se desvanece la posibilidad de educar.
Para educar, por tanto, hay que poder acceder a la intimidad del otro, a la vez que hay que respetarla. Si la tenemos vetada, poco podremos hacer; si la invadimos sin el consentimiento debido, ese poco se convierte en nada. Los padres de hijos adolescentes saben bien que estos son muy celosos de su intimidad y que han de respetarla, que no pueden inmiscuirse donde no se les deja entrar so pena de que se corte ese fino hilo que los une con sus hijos. Muchos divorcios entre adultos y adolescentes tienen su origen en una desacertada irrupción en la intimidad de quienes la acaban de descubrir y la guardan celosamente, sobre todo ante sus padres.
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