Vigilia Pascual.

IMG_20160327_212420

Homilía para la Vigilia Pascual 2016

No se puede detener la historia. Cuando nos detenemos en uno de sus momentos transitorios, la historia continúa sin nosotros, y nosotros quedamos alienados, de un modo que no es del todo real. Si estamos atentos podemos volver a la realidad cuando esta se impone a nosotros, de una manera u otra. Y si aceptamos la realidad volvemos al camino y a la relación

Los Apóstoles y los otros discípulos habían seguido a Jesús hasta la última Cena y hasta el Huerto de los Olivos, pero todos habían huido cuando fue capturado y conducido a su proceso. Todos, salvo Juan, que lo reencontramos en el Calvario. Ellos no son testigos de los eventos que siguieron. Jesús los reencontrará en el curso de diversas apariciones después de la resurrección y ellos tuvieron que abrir la mente y el corazón para comunicarse que con esta manera definitiva y plena de Jesús resucitado. Las mujeres, que formaban parte de los discípulos de Jesús y que lo habían seguido desde Galilea, fueron más fieles. Estaban todavía con Él, en compañía de su Madre y de Juan, en el momento de su muerte en el Calvario, y también cuando José de Arimatea lo pone en el sepulcro, también estaban allá. Para ellas Él estaba muerto. Ellas tomaron nota del lugar y volvieron el día después del sábado muy de mañana para embalsamar su cuerpo. No sabían que la historia había seguido su curso, que aquel que pensaban que estaba muerto, estaba vivo. Más aún era el Viviente.

Mucho se ha meditado sobre la tumba vacía. De hecho vacía no estaba, según los Evangelistas se encontraban diversas cosas, por ejemplo las vendas, el sudario y sobre todo el ángel o los ángeles, mensajeros de Dios, Pero sobre todo el sepulcro está lleno de la presencia invisible y misteriosa del Viviente.

El error de estas mujeres valientes, es que ellas van al sepulcro para encontrar un muerto. Buscan un muerto. Ahora este muerto no existe. Lo que verdaderamente existe, y que ellas buscan sin saberlo, es no sólo una persona viva, sino “el Viviente”.

El Evangelista que nos acompaña en el camino litúrgico de este año C es san Lucas. Hace unos meses, en Navidad, proclamábamos los primeros capítulos de su Evangelio, allá donde anunciaba todos los grandes temas, y donde nos decía que María había puesto en el mundo “su” primogenitito (como erróneamente se traduce habitualmente), pero el Primogénito, es el Primogénito del Padre eterno y el Primogénito de una multitud de hermanos. Aquí al final de su Evangelio, san Lucas nos dice que este Primogénito, que no es necesario buscar entre los muertos, porque es el Primogénito de cuantos han muerto, es el Viviente.

Una vez que aquellas mujeres la mañana de Pascua han recibido el anuncio de los ángeles, se vuelven a comunicar con el Viviente y de pronto recuerdan sus palabras. Enseguida intentan participar a los Apóstoles, todavía bloqueados por el momento de drama y desconectados de la historia de Jesús que continúa, que va hacia delante.

¿No nos sucede, quizá, alguna vez en nuestra vida, sea en las relaciones con nuestro prójimo, sea en las relaciones con Dios, que nos quedamos fijos en un momento de la historia y no entendemos nada más? Esto sería como dejar de leer una historia antes de llegar al fin o ver una película e irse antes de que termine. En nuestras relaciones humanas, podemos bloquearnos sobre un hecho, un punto donde alguien nos ha herido, o nos ha defraudado, o nos ha insultado. Estamos siempre detenidos en ese pasado, ignorando que la persona en cuestión tiene una historia que ha continuado después de ese hecho, y que esa no es del todo la misma persona. En nuestras relaciones con Dios, quizá nos hemos detenido en un momento, en el cual, a causa de un gran sufrimiento o necesidad, hemos rezado a Dios, y hemos tenido la impresión que no nos ha respondido. Y así no somos más concientes de su presencia, que continúa obrando en nuestra vida. Lloramos sobre la tumba vacía, sin darnos cuenta de la presencia invadente del Viviente.

Una de las lecturas del tiempo Pascual es la del Profeta Ezequiel. El profeta Ezequiel percibió en una visión el Templo nuevo del que brota un manantial que se transforma en un gran río que da la vida (cf. 47,1-12): en una Tierra que siempre sufría la sequía y la falta de agua, ésta era una gran visión de esperanza. El cristianismo de los comienzos entendió que esta visión se ha cumplido en Cristo. Él es el Templo auténtico y vivo de Dios. Y es la fuente de agua viva. De Él brota el gran río que fructifica y renueva el mundo en el Bautismo, el gran río de agua viva, su Evangelio que fecunda la tierra. Pero Jesús ha profetizado en un discurso durante la Fiesta de las Tiendas algo más grande aún. Dice: «El que cree en mí … de sus entrañas manarán torrentes de agua viva» (Jn 7,38). En el Bautismo, el Señor no sólo nos convierte en personas de luz, sino también en fuentes de las que brota agua viva. Todos nosotros conocemos personas de este tipo, que nos dejan en cierto modo sosegados y renovados; personas que son como el agua fresca de un manantial. No hemos de pensar sólo en los grandes personajes, como Agustín, Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Madre Teresa de Calcuta, y así sucesivamente; personas por las que han entrado en la historia realmente ríos de agua viva. Gracias a Dios, las encontramos continuamente también en nuestra vida cotidiana: personas que son una fuente. Ciertamente, conocemos también lo opuesto: gente de la que promana un vaho como el de un charco de agua putrefacta, o incluso envenenada. Pidamos al Señor, que nos ha dado la gracia del Bautismo, que seamos siempre fuentes de agua pura, fresca, saltarina del manantial de su verdad y de su amor.

La historia continúa la del Viviente y la nuestra, y esta historia para nosotros comienza con el Bautismo. Hoy Cecilia recibirá el bautismo y los sacramentos de iniciación, nosotros renovaremos las promesas de nuestro bautismo. No detengamos la marcha caminemos siempre con Jesús resucitado.

Esto que he expresado así sencillamente nos puede suceder individualmente, como sacerdotes, religiosas, laicos, como sociedad. La resurrección es la buena noticia por excelencia, el canto de Aleluya. Es la Alegría que nos anima a no detenernos al margen de la historia, sobre todo de la historia de nuestra salvación. Pidamos a la Madre, la reina del cielo, que se alegra con la resurrección de su Hijo, vivir cada instante la plenitud en comunión con el Viviente, del cual celebramos este día la victoria sobre la muerte y que nos invade en todos los tiempos con su presencia.


21:38
Secciones:

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

SacerdotesCatolicos

{facebook#https://www.facebook.com/pg/sacerdotes.catolicos.evangelizando} {twitter#https://twitter.com/ofsmexico} {google-plus#https://plus.google.com/+SacerdotesCatolicos} {pinterest#} {youtube#https://www.youtube.com/channel/UCfnrkUkpqrCpGFluxeM6-LA} {instagram#}

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets