Homilía para el VI domingo de Pascua B
En el Evangelio del domingo pasado, Jesús dice a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y ustedes los sarmientos” y les recordó que sólo el que permanece en él, ése da fruto. En el Evangelio de hoy, que está siguiendo el mismo discurso, Jesús expresa la misma preocupación de que sus seguidores den fruto: “yo los elegí y los destiné para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca”.
La revelación de Jesús sobre la naturaleza de la relación entre él y sus discípulos pasa a otro registro. No es solamente una relación como aquella de la vid con la rama, de dependencia necesaria para vivir, la rama fuera del tronco muere, sino más bien de una relación interpersonal de amistad: “Ya no los llamo más servidores… yo los llamo amigos”. Y Jesús los llama así no por el hecho de que siente más afecto hacia ellos porque se acerca su muerte. Se trata de una nueva revelación sobre los lazos que lo unen a su Pare y a sus discípulos.
Lo que es revelado aquí es una cadena de amistad: El Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre como es amado por él. De la misma manera, él ama a sus discípulos como él es amado por su Padre y como el ama a su Padre, y entonces pide a sus discípulos no solamente que lo amen a él y a su Padre, sino también que se amen mutuamente con el mismo amor. Cuando nosotros nos dejamos alcanzar sin restricciones por esta cadena de amistad podemos tener con Dios esta relación de amistad, a imagen de Moisés que conversaba con Dios cara a cara, como un amigo con su amigo.
A esta danza de amor todos, sin excepción, están llamados, porque, como se manifiesta a Pedro en relación a Cornelio: “Dios no hace acepción de personas”. Hay ahí un tema clásico que está en toda la Biblia, también en el Antiguo Testamento (Dt 10, 17; 2Cr 19, 7; Sir 35, 13; Rom 2, 11; Gal 2, 6; Ef. 6, 9; Col 3, 25; 1 Pe 1, 17). Nosotros, todos, somos objeto de la atención de Dios; y si a veces somos más privilegiados es porque estamos en ese momento más necesitados.
Otro aspecto de la revelación que hace Jesús aquí, es la relación entre el amor y el conocimiento. Como lo expresara más tarde el apóstol Juan en su primera carta: Dios es amor; y el que no ama no conoce a Dios. Ya en el Antiguo Testamento, vemos que Dios revela sus secretos y sus proyectos a sus servidores los profetas. Jesús también les dice a sus discípulos que son sus amigos, y por eso les revela todo lo que aprendió de su Padre. Entre amigos hay plena confianza y no hay secretos.
Esta amistad de la que aquí habla Jesús no es una amistad con olor a rosas, sin esfuerzo. Es exigente. Enseguida de haber dicho “ámense los unos a los otros, como yo los he amado”, Jesús hace alusión a la cruz, cuando agrega: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Nosotros entonces estamos llamados a amarnos mutuamente hasta el punto de dar nuestra vida los unos por los otros.
Este es nuestro modelo, pero es también la fuente de nuestra alegría. Es en la vigilia de su muerte que Jesús habla de su alegría y que dice a sus discípulos que él les ha revelado todas estas cosas a fin de que su misma alegría esté en ellos y los haga plenos. Podemos, también, encontrar la plenitud de nuestra alegría dándonos del todo a Dios en una vida de servicio mutuo que acepta las exigencias del amor.
Que María santísima nos ayude a saber que el verdadero amor es exigente con uno mismo y con el otro. No es complicidad, no es amiguismo. Sabe decir que sí y que no, buscando sobre todo el bien. Pidamos permanecer en su amor, unidos a él y al Padre para dar frutos de verdad.
Publicar un comentario