De pronto, en plena calle Alfonso XIII, bajo un fuerte aguacero, llega corriendo hacia mí una chica de treinta o treinta y cinco años, que va envuelta en un chubasquero amarillo con capucha.
—¡Páter, páter, por fin le encuentro! Llevó todo el día… No es usted el Padre Francisco, ¿verdad?
—Pues no; lo siento.
La chica finge que llora. Con tanta agua caída del cielo es fácil improvisar unas lágrimas, pero su actuación es francamente mediocre.
—Es que el padre Francisco me dijo que me daría veinte euros para el niño…
—Pues no tendrás más remedio que seguir buscándolo, porque yo ando un poco escaso y además no me gusta el teatro.
Me mira con ojos de rabia:
—¡Sois todos iguales!
—Vele. Te has ganado cinco euros por recordármelo; pero no mientas nunca para pedir limosna. ¿De acuerdo, Raquel?
—No me llamo Raquel.
—Estamos en paz. Yo tampoco me llamo Francisco.
Publicar un comentario