“Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora puedes dejar a tu siervo irse en paz”. (Lc 2,22-40)
Celebramos la Presentación de Jesús en el Templo.
Antes se llamaba “Purificación de María”.
Hoy ha adquirido su verdadero sentido.
Es la fiesta del Niño y no la purificación de María.
¿Se necesita alguna purificación por engendrar al Hijo de Dios?
¿A caso mancha a la madre, ser madre del Hijo de Dios?
Es la fiesta de lo nuevo que nace.
Pero es también la fiesta de que está en el atardecer de la vida.
Es lo nuevo en brazos de lo viejo.
El Niño es lo nuevo que comienza.
Simeón es la vida que comienza a apagarse.
Pero es la vida en la que se han realizado las promesas de Dios.
Es el testigo que muere feliz porque ha visto la novedad de Dios, el Mesías.
Es la valoración de lo nuevo.
Y es la valoración de lo que atardece.
Es la valoración de lo que amanece.
Es la fiesta del niño recién nacido.
Y es la fiesta del anciano, del abuelo feliz de haber visto a sus nietos.
Los últimos papas han dado importancia a la ancianidad.
Algo que la sociedad comienza a perder.
Hoy valoramos lo nuevo que apunta al futuro.
Pero hoy perdemos el sentido de los que cargados de años sueñan con el más allá.
Benedicto XVI escribía:
“Esta mañana, dirigiéndome idealmente a todos los ancianos, y aún consciente de las dificultades que nuestra edad acarrea, quisiera deciros: ¡Qué bonito es ser anciano! En toda edad hay que saber descubrir la presencia y la bendición del Señor y las riquezas que contiene. ¡Nunca hay que dejarse aprisionar por la tristeza! Hemos recibido el don de una larga vida. Vivir es bonito también a nuestra edad, pese a algún “achaque” y a alguna limitación. Que en nuestro rostro sea vea siempre la alegría de sentirnos amados por Dios y no la tristeza”. (Ecclesia 1 de diciembre del 2.012)
Y el Papa Francisco dice:
“Un pueblo que no custodia a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria. Oremos por nuestros abuelos, nuestras abuelas, que tantas veces han tenido un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempo de persecución” “Nos hará bien– comentó el Papa Francisco hacia el final de su homilía, pensar en tantos ancianos y ancianas, tantos que están en casas para ancianos, y también en tantos, es fea la palabra, pero digámosla, abandonados por sus familiares. Son el tesoro de nuestra sociedad”:
“Oremos por nuestros abuelos, nuestras abuelas, que tantas veces han tenido un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempo de persecución. Cuando papá y mamá no estaban en casa y también cuando tenían ideas extrañas, que la política de aquel tiempo enseñaba, han sido las abuelas las que han transmitido la fe. Cuarto mandamiento: es el único que promete algo a cambio. Es el mandamiento de la piedad. Ser piadoso con nuestros antepasados. Pidamos hoy la gracia a los viejos Santos – Simeón, Ana, Policarpo y Eleazar – a tantos viejos Santos: pidamos la gracia de custodiar, escuchar y venerar a nuestros antepasados, a nuestros abuelos.”
Permítanme también expresar mis sentimientos en recuerdo de mi abuela:
“Señor: gracias por el don de la vida. En mi tumba quiero que escriban: “Aquí yace alguien que amó profundamente la vida de cada día”.
Señor: gracias por todo lo que he sembrado a lo largo de mi vida. En mi tumba quiero que escriban: “Aquí vive alguien que vivió sembrando ilusiones y esperanzas”.
Señor: gracias por todo lo que he hecho hasta hoy.
En mi tumba quiero que escriban: “Aquí yace un corazón que siempre quiso hacer lo mejor, aún en sus equivocaciones”.
Señor: “gracias por el montón de años que me has regalado”.
En mi tumba quiero que escriban: “Aquí viven muchos años juntos, todos ellos pura bendición y regalo de Dios”.
Señor: “Si en mi vida te he agradecido infinidad de amaneceres, hoy quiero darte gracias por este lindo atardecer”.
Es cierto que mis achaques pueden molestar a algunos.
Por eso, prefiero regalar a todos, en compensación el gozo y la alegría de una tarde que termina, no para entrar en la noche, sino para amanecer al nuevo gran día que no tendrá ya noche.
Doy gracias a cuantos me han hecho feliz en mi vida.
Doy gracias a cuantos me han puesto alguna espina en el camino.
Doy gracias a cuantos me han dado la oportunidad de serles de alguna utilidad.
Doy gracias a cuantos me han permitido amarles de corazón.
Doy gracias a cuantos me han amado y me han hecho más suave el camino”.
Ver al Niño Jesús en brazos de Simeón es como ver los brotes nuevos en el tronco viejo.
Ver al Niño Jesús en brazos de Simeón es como ver el despertar del sol dándole vida a las tinieblas de la noche.
Clemente Sobrado C. P.
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