1. (Año I) Romanos 13, 8-10
a) Sigue Pablo, en este breve pasaje, apuntando a la vida de la comunidad y las condiciones para su funcionamiento.
La idea que le interesa subrayar es que “el que ama, tiene cumplido el resto de la ley”.
Todos los demás mandamientos son comentario y acompañamiento. Todos “se resumen en esta frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
b) Jesús, el Maestro, nos dijo que el amor es el principal mandamiento. El que ama a Dios y al prójimo, cumple todo lo que hay que cumplir.
Pablo insiste, aquí, en el amor al prójimo, porque está describiendo la vida de una comunidad cristiana, que ayer comparaba a un cuerpo en el que todos tienen que colaborar para el bien común
Ya sabemos lo difícil que es “amar al prójimo como a nosotros mismos”. La medida del amor fraterno, a veces, es “como Dios ama a todos”. Otras, “como yo, Cristo, os he amado”.
Y aquí, “como a ti mismo.”. Las tres medidas son difíciles, porque suponen radicalidad, gratuidad en el amor, salir de sí mismos y buscar el bien de los demás.
¡Cuántas ocasiones tenemos, al cabo del día, en la vida de familia o en cualquier otra comunidad o ambiente, para mostrar esta actitud, la fundamental de los cristianos! No se nos piden milagros. Se nos piden detalles de amor y delicadeza con los demás. ¿No sigue siendo verdad, también en nuestros tiempos, que “en las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo”? ¿no comunicamos luz y esperanza a los que viven con nosotros cuando les tratamos bien?
Al fin de cada jornada (y en los retiros mensuales o anuales, o cuando acudimos al sacramento de la Penitencia), la pregunta básica que nos podemos hacer es ésta, tan sencilla y profunda: ¿he amado?
En el fondo, siempre está la promesa: “a mí me lo hicisteis”.
2. Lucas 14,25-33
a) El seguimiento de Jesús no va a ser fácil. Podemos explicarnos en parte lo que él lamentaba ayer, que algunos no aceptan la invitación al banquete de su Reino, porque es exigente y no se trata sólo de sentarse a su mesa.
Hoy nos dice que, para ser discípulos suyos, hay que “posponer al padre y a la madre, a la familia, e incluso a sí mismo”, y que hay que estar dispuestos a “llevar la cruz detrás de él”.
Pone Jesús dos ejemplos de personas que hacen cálculos, porque son sabias, y buscan los medios para conseguir lo que vale la pena. Uno que ajusta presupuestos para ver si puede construir la torre que quiere. Otro que hace números, para averiguar si tiene suficientes soldados y armas para la batalla que prepara. Así deberían ser de espabilados los que quieren conseguir la salvación.
b) Seguir a Jesús es algo serio. Comporta renuncias y cargar con la cruz y posponer otros valores que también nos son muy queridos.
Si se tratara de hacer una selección en las páginas del evangelio, y construirnos un cristianismo a nuestra medida, “a la carta”, entonces sí que podríamos prepararnos un camino fácil y consolador. Pero el estilo de vida de Jesús es exigente y radical, y hay que aceptarlo entero. La fe en Cristo abarca toda nuestra vida.
¿Hemos hecho bien los cálculos sobre lo que nos conviene hacer para conseguir la vida eterna? ¿a qué estamos dispuestos a renunciar para ser discípulos de Jesús y asegurarnos así los valores definitivos? ¿somos inteligentes al hacer bien los números y los presupuestos, o nos exponemos a gastar nuestras energías en la dirección que no nos va a llevar a la felicidad? Para las cosas de este mundo solemos ser muy sabios, y las programamos y revisamos muy bien: negocios, estudios, deportes. ¿También nos sentamos a hacer números en las cosas del espíritu?
Jesús, para llevar a cabo su misión salvadora de la humanidad, renunció a todo, incluso a su vida. Por eso fue constituido Señor y Salvador de todos. Y nos dice que también nosotros debemos saber llevar la cruz de cada día, para hacer el bien como él y con él.
“Todos los demás mandamientos se resumen en esta frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (1ª lectura I)
“Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío” (evangelio)
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